Caretas. Paraíso es un poblado enclavado en el corazón del Alto Huallaga, que ha pasado varias veces por el infierno. Estuvo, entre 1995 y el 2002, a punto de desaparecer del mapa; de sus 10,000 habitantes sólo se quedaron en esos años poco más de 100 pobladores.
Hasta que llegó Artemio Miranda, su actual alcalde, y se propuso levantar a su pueblo, superando los temores y las amenazas aún latentes. Este es un recorrido de su dramática historia, 40 años después que un grupo de colonos ancashinos se instalara en sus bellos parajes.
La noche previa a nuestra llegada a Paraíso –apenas días después de la captura de Edgar Mejía, ‘Izula’, el mando No 2 de Sendero Luminoso en el Alto Huallaga– las fuerzas del camarada ‘Artemio’ ejecutaron a dos pobladores en la zona de La Morada, ubicada a 40 km de Aucayacu, precisamente donde fue capturado ‘Izula’.”
¿Van a ir solos a Paraíso?”, inquirió el general Marlon Savinsky, jefe del Frente Policial Huallaga. “Yo no iría, demasiado riesgo”.
Según el general Savinsky, el camarada ‘Artemio’ cobra de todo: “Por hectárea de hoja de coca, por productividad, por kilo de droga producida en laboratorio”.
Informaciones de inteligencia policial indican que ‘Artemio’ dirigió el último ataque contra un campamento de erradicadores del CORAH, en el distrito de La Pólvora, al norte de Tocache, el viernes 5.
El atentado terrorista dejó un policía muerto y otro herido. ¿Estará ya cercado? “La captura es un hecho inminente, se dará en cualquier momento”. Este fue, sin duda, un buen año para el Frente Policial Huallaga: 35 terroristas capturados, varios de ellos del circuito inmediato a ‘Artemio’.
Salimos con persistente lluvia y en el camino a Paraíso varios latigazos: Pendencia, todo un pueblo creado para vender gasolina de contrabando e ilegal; y el pase por los puentes de Tulumayo y Ramal de Aspuzana, de donde senderistas y militares, según cuentan los pobladores, arrojaron centenas de muertos al Huallaga.
Uchiza es la ciudad más cercana a Paraíso.
Con Artemio, el alcalde, iniciamos el recorrido por los parajes maravillosos de Paraíso.
“A veces uno piensa cómo hemos sobrevivido, y para entenderlo hay que hablar con quienes vivieron siempre por aquí”, nos dice Artemio, el alcalde, mientras la station enrumba por la carretera en una recta casi sin fin.
La muerte en el Paraíso
Dramáticamente separados de la selva, la luz del exterior penetraba a través de las rendijas. Lucía protegía, con sus 8 años, los corazones de sus pequeños tres hermanos en un pequeño cuarto oscuro.
Pocos metros más allá, en el exterior, un grupo senderista arremetía contra su padre: lo torturaron, lo hicieron cavar su propia tumba y le descerrajaron dos disparos en pleno rostro. A contraluz, los pequeños sufrieron la muerte en carne propia.
Varias lágrimas habían ya cruzado el agrietado rostro de doña Teresa Inuma (52) a estas alturas de su relato. Tres hermanos muertos, dos de ellos de la peor forma por Sendero Luminoso, otro hermano y un sobrino desaparecidos por el Ejército.
Esa realidad escabrosa, entre los años 85 y 95, tenía un nombre: Paraíso, convertido entonces en un enclave del narcotráfico y del terrorismo.
Sendero llegó por primera vez a Paraíso el 24 de agosto de 1985. “Hablaban de un tema muy bonito, de la justicia social, a quién no le motiva eso pues”, rememora Don Félix Miranda (77), hoy curtido agricultor cacaotero.
La ilusión ideológica se bañó enseguida de sangre: los senderistas ajusticiaron delante de todos a tres de los pobladores, acusados de soplones: los amarraron, los torturaron y les dispararon en la cabeza.
Sendero ingresa y obliga también a los narcotraficantes, ya presentes desde antes de su llegada, a pagar cupos. Pero impuso un régimen draconiano a los pobladores, todos dedicados al cultivo de la coca.
“Nos obligaron a hacernos un fusil Fal de palo y a cavar huecos al estilo Vietnam, y cuando trabajábamos en sus chacras, teníamos que hacerlo con ese fusil falso colgado”, recuerda don Félix.
La opulencia infinita de la coca
Mientras más penetrábamos en Paraíso, la reflexión se hacía más incesante: ¿Cómo ese extenso paraje que descansa sobre tanta belleza, sobre la quietud que reina en sus atardeceres, sobre la calma de sus actuales pobladores, pudo albergar a los más violentos y prósperos cárteles de la droga?
Más de 11 aeropuertos tenían hasta cuatro o cinco vuelos diarios cada uno. “Estamos hablando de media centena de vuelos al día, transportando el menor 500 kilos y el mayor 2,500”, recuerda Artemio, el alcalde.
Grupos armados acompañando a los patrones de los cárteles de todas las nacionalidades. Mujeres por doquier, “de todo precio y color”, noches bañadas con los más finos licores en La Naranja Mecánica, el Cacaotal, Las Malvinas o la Casa Blanca, principales burdeles de ese oscuro mundo.
Sólo se sembraba coca y reinaba la pasta básica y el clorhidrato. Todo se compraba de Tingo María, Tocache o Lima: modernas camionetas, potentes motocicletas, armamento, hombres, mujeres, conciencias, plátanos, carne, yuca. Centenas de millones de dólares circularon por esos años en las fauces de aquella selva. Era un Paraíso.
“Pero esos hombres que uno veía como inmortales están ahora allí, empobrecidos como peones, presos o simplemente bajo tierra”, sentencia Artemio, el alcalde.
La llegada de Artemio
Artemio Miranda retornó con todas sus cosas y sueños al lugar en el que nació en 1970. “¿A qué has venido?”, le inquirió su padre aquel día de 2002. “Yo he venido a acompañarte y a trabajar contigo y con mi pueblo”, contestó Artemio Miranda.
Retornaba de mucho tiempo atrás, ya que sus padres lo enviaron a vivir a Huánuco, apenas terminó la primaria. “No vio nada, ésa ha sido una bendición”, advirtió su madre.
Cuando Artemio, el alcalde, llegó a Paraíso, había que andar con machete en la propia carretera que unía el puerto con los diversos caseríos. “A veces pasaba un mes y no veíamos a nadie, y cuando aparecía algún alma, yo corría a rogarle que visite nuestra casa”, confiesa Doña Pura Inuma.
Sobreviviendo en las decenas de miles de hectáreas, aquellas 30 familias hicieron que Paraíso no desaparezca del mapa entre los años 1995 y 2002.
Artemio Miranda fue ungido como alcalde del poblado Paraíso en el 2002, y de allí ha sido reelegido sucesivamente hasta la actualidad. “Artemio Miranda fue enviado por Dios para ser ese hombre valiente que Paraíso necesitaba”, rememora con mucho orgullo su padre.
Sin duda valiente: estuvo próximo a la muerte, ya que Sendero ordenó su aniquilamiento hasta en dos oportunidades en los últimos años; luego se evidenció que fue calumniado por enemigos que insinuaron corrupción en su gestión. Retornó nuevamente hace meses atrás y sabe que la verdad es su mejor escudo.
Sendero no está fuera de Paraíso, ni tampoco dentro. Sin embargo, la percepción de su ausencia es mucho más notoria ahora. La última incursión fue en mayo pasado, hicieron pintas y reunieron a la población. Los adoctrinaron e indagaron por el apoyo que están recibiendo de instituciones nacionales e internacionales. “Si no cumplen con lo que les han ofrecido, vendremos por ellos”, dijo el comando senderista en esa asamblea.
Artemio, el alcalde, ha venido trabajando intensamente desde el 2002. Paraíso cuenta hoy con 6,000 habitantes, dos escuelas, un moderno puesto de salud, caminos rehabilitados, una balsa que permite el pase de vehículos y productos a través del Huallaga, gente dinámica que deambula en sus calles y mucha tranquilidad.
“El cambio que está experimentando Paraíso es radical”, dice Artemio, el alcalde.
Artemio Miranda recuerda también que en el 2008 USAID-Perú y Devida, a través del Programa de Desarrollo Alternativo (PDA), y también de Naciones Unidas, entraron a Paraíso y construyeron el sistema eléctrico que beneficia hoy a cerca de 1,200 personas de 9 comunidades.
“Pero más importante que ello –refiere Artemio–son las más de 1,900 hectáreas de cacao y palma aceitera instaladas en los dos últimos años”, una base productiva económica de largo plazo. “La hectárea que hace tres años costaba 300 soles hoy se puede vender en 2,500 soles”, dice con orgullo el alcalde.
La luz azul del atardecer perturba enormemente a Apolo, que desde la balsa, cruzando el Huallaga, trata de capturar en su lente la imagen de Paraíso. Imposible, demasiada belleza en escena.
Nuevamente reflexionamos sobre la perseverancia de su gente, sobre las desgracias y extremos a los que fueron sometidos. Pero esa luz que baña sus tierras habla ahora de las esperanzas, de los que regresan y se instalan, de un auténtico renacer.
Como lo expresara con extrema agudeza un viejo balsero: “Paraíso está más cerca que nunca de dejar de ser un infierno”.
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