El “negro” Briceño, un policía excepcional

El lunes falleció el coronel (r) Juan Briceño. Lo conocí cuando tomé posesión del cargo de ministro del Interior, en julio del 2001. Lo recuerdo claramente porque el general (r) Antonio Ketín Vidal, el ministro saliente, le hizo una presentación especial, entre los numerosos funcionarios que traté en esa ocasión.

Me dijo: “Este es el mayor Juan Briceño, está trabajando en el Comité de Asesores; después te explicaré su situación”. Briceño, en retiro, vestía de civil.

UN CASO ÚNICO
La historia de Briceño es en realidad extraordinaria. Él estaba en Madrid, becado, estudiando Criminología en la Universidad Complutense, donde obtuvo el primer puesto entre 156 estudiantes, como ha recordado Gino Costa en un artículo en Ciudad Nuestra.

Cuando ocurrió el autogolpe del 5 de abril de 1992, Briceño le escribió una carta de siete páginas al director de la Policía rechazando el golpe y criticando al comando de la institución por haberlo apoyado.

Por supuesto, lo echaron de inmediato de la Policía. Y, como ha anotado Gustavo Gorriti en Caretas (7.3.13), se expidieron órdenes de captura contra él.

Juan y su familia pasaron por muchas penurias durante esos años, hasta la restauración de la democracia en 2000. En el gobierno de Valentín Paniagua, Ketín Vidal lo incorporó al comité de asesores del ministro.

REINCORPORADO Y ASCENDIDO
Briceño amaba su profesión y su institución, y a pesar de que había estudiado otra carrera quería volver a la Policía. Pero demandaba, con toda razón, no solo reingresar sino recuperar el tiempo perdido, y ascender dos grados para estar a la par con sus compañeros de promoción.

A pesar de alguna resistencia, se le reincorporó al servicio activo y ascendió a comandante y coronel por méritos extraordinarios.

En mis dos periodos de ministro ascendí a poquísimos oficiales por méritos extraordinarios –solo recuerdo dos–, rechazando algunas presiones del poder político, que buscaba ascender a edecanes y amigos. Lamentablemente, esa vía de ascenso se ha desnaturalizado y se usa rutinariamente para promover a oficiales que merodean a los políticos.

Briceño fue un puntal de la Comisión Especial de Reestructuración de la Policía Nacional, elaborando junto con Carlos Basombrío y Gino Costa el informe final.

En ese intento de cambio, se reconocía que el principal problema de la Policía era la corrupción y se adoptaron medidas para tratar de combatirla y erradicarla.

Lamentablemente, la reforma de la Policía no era una preocupación del gobierno, que ni la entendía ni la impulsaba. Cuando el equipo civil y policial que la emprendió salió del ministerio, se volvió a la normalidad.

POLICÍA DE CALLE
El “Negro” Briceño, como lo llamaban sus amigos, era también un policía que conocía la calle y sabía combatir la delincuencia.

Apenas regresé al ministerio en 2003, se puso en práctica una iniciativa suya, la creación del Escuadrón Verde, una unidad policial para combatir el pequeño delito, la microcomercialización de drogas, los asaltos callejeros, los cogoteros.

Briceño la organizó y dirigió con eficiencia y honestidad.

El 1° de enero de 2005, cuando Antauro Humala asaltó la comisaría de Andahuaylas, jefes ignorantes e irresponsables agarraron a los muchachos del Escuadrón Verde –como si fueran una unidad de combate–, les pusieron un fusil en las manos y los enviaron a pelear. Cuatro fueron asesinados. Briceño, que había pedido sin éxito ir con ellos, sufrió un golpe durísimo. Era perfectamente consciente del nivel de descomposición de su institución y del hecho de que el Ministerio del Interior estaba a la deriva.

Al final, no lo soportó más y pidió su baja.

EN LA ACTIVIDAD CIVIL
Ya en retiro, trabajó como consultor de organismos internacionales en temas de seguridad en países de América Latina, y luego como gerente de Seguridad Ciudadana de Miraflores. Allí, con el respaldo incansable de Jorge Muñoz, un alcalde realmente preocupado por la seguridad, convirtió al Serenazgo del distrito en un modelo de eficiencia.

Conocía de cerca el proceso de descomposición de la Policía y eso le dolía en el alma, porque quería a su institución. Trataba de compensar eso trabajando con ahínco para mejorar el Serenazgo, incluso cuando ya estaba enfermo. Pero era consciente de que es solo un complemento de la labor que le corresponde a la Policía.

Ahora debemos lamentar más que nunca la pérdida de un oficial honesto y capaz como Juan Briceño, que se vio obligado a pedir su baja porque no veía perspectivas en la Policía, institución manejada ahora por pícaros e incapaces, como se ha revelado en el último tiempo, donde los policías competentes y experimentados son marginados y arrinconados.

Condolencias a su esposa Patty y a sus hijos Juan Pablo y Paloma.

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