Lamentable. El análisis en torno al narcotráfico se está farandulizando. La adicción mediática ha empujando a realizar afirmaciones temerarias sin más fundamento que algunos reportes emitidos, años atrás, en gacetas judiciales y periódicos regionales.
En ocasiones, algún sector del gobierno también ha recurrido a estos fuegos artificiales, especialmente cuando sintieron la presión de mostrar resultados. Así paso, por ejemplo, con el llamado megaoperativo “Bokassa” (Ica, 2012), donde se anunció el descubrimiento de una gigantesca lavadora supuestamente para blanquear los millones de dólares del ‘camarada José’. Pocos meses después, sin que los procuradores antidrogas puedan hacer algo, han estado en los apuros de devolver los bienes incautados.
Mientras la prensa y la opinión pública son distraídas con facilidad, en el Vraem el narcotráfico está creciendo cada día más, resultándole casi anecdótica la reciente muerte de los terroristas Gabriel y Alipio. Golpe muy duro, sin ninguna duda, para el terrorismo, no así para el narcotráfico.
Recientemente el Frente Policial del Vraem ha presentado, como un gran éxito, un cuadro estadístico con los resultados de todas sus intervenciones en materia antidrogas. Según esta información, de enero a julio del presente año, se han incautado 1,046 kilos de cocaína. ¿Es realmente esto un trabajo para aplaudir?
Veamos. En el Vraem (incluido Cusco) se ha registrado más de 34 mil hectáreas de coca que representa el cincuenta por ciento del total nacional. Procesadas se convierten anualmente en más de 160 mil kilos de cocaína. Entonces, ¿cuánto representa lo incautado por la Policía en el Vraem?. Solo el 0.9%, si seguimos a este ritmo “exitoso” cerraremos el año incautando, a lo sumo, el 2%. ¿Nos toman el pelo?, sí, pero nadie se da por aludido.
Lo mismo está pasando con los insumos químicos fiscalizados que utilizan para procesar la cocaína, los niveles de incautación son insignificantes. Pero lo que raya con la omisión dolosa en el reporte policial es el inexistente trabajo de identificar y capturar a los cabecillas de las mafias que manejan el negocio. En lo que va del año no se detuvo a un solo narcotraficante de peso. Todos saben quiénes son, dónde están y qué rutas utilizan diariamente para traficar, menos el Frente Policial del Vraem.
Algunos voceros del gobierno, en un arranque de extremo optimismo, señalan que, finalmente, con la muerte de los dos mandos terroristas están cerca de pacificar el Vraem. Nada más alejado de la realidad. El narcotráfico y el terrorismo se retroalimentaron siempre, pero son dos actores con lógicas y objetivos diferentes. Eso de “narcoterrorismo” o “grupos farcarizados” es parte de la simplificación de un problema mucho más complejo.
Cuando el narcotraficante se sienta amenazado por la debilidad del terrorismo buscará en otros sectores esa cobertura de seguridad. Aquí podría repetirse la historia negra de la década de los ’80 y ’90, donde muchos miembros de las Fuerzas Armadas y de la Policía Nacional se convirtieron en cómplices o en partes activas del negocio sucio, en buena cuenta porque para el gobierno de turno y para la clase política el enemigo principal era el terrorismo y cerraron los ojos al negocio de la cocaína.
Es muy urgente poner contra el narcotráfico duro el mismo énfasis, los recursos humanos y logísticos que se está observando para enfrentar al terrorismo. Tampoco aquí hay que perder el tiempo inventando la pólvora. Lo que se hizo en la región San Martín y, más recientemente, lo que se está haciendo en el Monzón, podría ayudar mucho en el Vraem.