El Comercio. A Wilson Sucaticona no se le borra la sonrisa que le provocó el saber que, en las hectáreas de cultivos que posee en la selva de Puno, tiene el mejor café del mundo.
Con esa sonrisa recibió el premio hace un año, con ella sigue cargando su café al hombro por cuatro horas para comercializarlo, con ella puede hablar de sus granos benditos tanto en una feria provincial como en la capitalina Mistura, donde estará hasta hoy.
La sonrisa de Wilson solo desaparece cuando se le habla de la coca. Por esas raíces altoandinas que todo puneño de Sandia lleva, la hoja de coca es el motor de los agricultores de la zona. La chacchan a diario.
Pero desde hace cuatro años, para muchos agricultores se ha convertido en su fuente ilegal de ingresos. No fue el caso de Wilson. “Cada quién se dedica a lo que quiera”, dice Wilson, serio, pero no tarda en volver a sonreír.
Es difícil aceptar que en esta tierra fértil de cafés aromáticos y tranquilidad de ceja de selva también existe el narcotráfico. Wilson, caficultor de la zona Bajo Tunkimayo, en el distrito de Putina Punco, ha visto cómo han llegado productores masivos de hoja de coca a terrenos vecinos. Sin embargo prefiere no hablar de ello.
La mayoría de agricultores apasionados prefiere dedicarse a sus cafetales y olvidar un poco una realidad que se les viene encima.
Mejorar las opciones
Para Orlando Jara, jefe del proyecto de mejoramiento del café en Putina Punco, los trabajos con los agricultores deben enfocarse en hacer rentable el café. “Los cultivos de hojas de coca han aumentado de 3.000 a 6.500 hectáreas en tres años” dice, y atribuye este incremento a los migrantes del VRAE y la zona del Huallaga que han llegado a expandir sus terrenos.
En la comisaría de San Juan del Oro, uno de los distritos de la selvática provincia de Sandia, ya han tenido operaciones de destrucción de laboratorios de cocaína y decomiso de insumos. La única solución que ven para prevenir esta plaga es con el mejor café del mundo.
En este escenario brilla Wilson. Su café, de aroma cítrico, sabor a chocolate y de un cuerpo medio, antes de encantar a los jueces del concurso de mejor café orgánico del mundo el año pasado, ya había hipnotizado a sus propios vecinos.
Wilson cuenta que cualquiera puede tener el mejor café del mundo. “Yo les digo a mis compañeros que presenten su producto”, dice. En el ámbito nacional el café de Sandia ya ha ganado tres veces.
Wilson, que llegó desde la altoandina Moho con su padre, cultiva café desde los 11 años. Recién a los 17 le dieron una hectárea para trabajar por su cuenta y a los 25 ya era un productor prolífico. “Cuando me casé ya pude expandirme, con mi esposa tenemos tres hectáreas”, cuenta.
Desde este año ha comenzado un nuevo reto: el independizarse de la cooperativa Cecovasa para presentar su producto propio. “Mi café era denominado Tunki, pero era vendido con el de otros productores. Ahora se llama Tunkimayo”, dice.
En el stand 162 del Gran Mercado de Mistura, alejado de las grandes colas que rodean a Cecovasa, trata de ser reconocido. Hay más batallas que Wilson debe enfrentar, pero la del narcotráfico, por ahora, ya la tiene ganada