El Fiscal, los Pishtacos y la Policía

Caretas. Todo empezó con “Sombra”. Si hubiera sucedido en la Inglaterra victoriana, la información habría llegado al profesor Van Helsing, y lo hubiera llevado a Transilvania. Como fue en Perú hoy, llegó al general Félix, al ministro Salazar y los hizo actuar en Pillao, Panao y Cachicoto.

El caso de la búsqueda y captura de pistachos ha dado la vuelta a un mundo hambriento de novedades extraordinarias. Aunque hoy por hoy todavía imperan los vampiros, hay ciertamente lugar para otras variedades. Los vampiros prefieren la sangre y los pisthacos la grasa. Los lectores de Minnesota o Rawalpindi a quienes llegó la noticia de las grasas macabras, deben haber pensado, viendo el número de obesos en la clase dirigente peruana, que hay una razón para la especialización nacional en el arte de la pishtaquería.

Yo no tengo todavía una conclusión clara sobre el caso de los pistachos. No sé si es una cortina de algo, una adicción incurable a la hiperventilación tabloidera, una estupidez colectivizada, o una combinación de todo lo anterior. Cabe una posibilidad, pequeña, casi infinitesimal, que haya algo de verdad en la historia, junto con una tremenda inescrupulosidad en el manejo del caso.

Lo que ha sucedido es que, en medio de las crecientemente adjetivas interpretaciones, se ha perdido de vista la secuencia de hechos. Junto con mi colega Romina Mella, de idl-reporteros, hemos realizado un ordenamiento básico de hechos y versiones. Los exponemos a continuación, quitándoles toda la grasa posible.

¿Cuándo y cómo empezó el caso? Según varias fuentes concurrentes, la investigación empezó en agosto de este año. Un informante de uno de los principales investigadores de la Dirincri, el comandante PNP Ángel Toledo, lo buscó para decirle que tenía un caso fuera de lo común.

El seudónimo de este informante, “Sombra”, prometía noticias realmente tenebrosas. Y así fue. “Sombra” afirmó que en Huánuco había una banda dedicada a matar personas para extraerles la grasa, con tecnología propia, y venderla a muy alto precio para su exportación no tradicional.

El comandante Toledo tomó de inmediato el caso de los probables pishtacos. ¿Por qué? Porque “Sombra” le indicó que tenía contactos que estaban ofreciendo grasa no precisamente automotriz en Lima. Toledo envió a una agente encubierta, “Perla”, a presentarse como compradora interesada en manteca humana.

Según el atestado policial (Nº 073-2009-DIRINCRI-PNP/DIVINSEC-D1-E2, del 18 de noviembre), “Perla” se reunió con dos personas que se presentaron como “María” y “Marco” (los luego detenidos Enedina Estela y Serapio Marcos Veramendi), en la avenida 28 de julio de La Victoria. Le dijeron, según “Perla”, que tenían un litro y medio de grasa en Lima y otros 14 litros guardados “por seguridad”, en Huánuco.

El caso fue prontamente puesto en conocimiento de la 57a fiscalía provincial penal de Lima, a cargo del fiscal Jorge Sanz. Todo indica que a Sanz le caen casos fuera de lo común: estaba tratando de resolver el misterio de la matanza de perros en Breña, cuando le tocó lo de los pishtacos. La investigación del masivo canicidio quizá orientó particularmente su olfato, porque a partir de ese momento, el caso avanzó con la velocidad y los giros de una montaña rusa.

¿Cómo se desarrolló? El caso se investigó a lo largo de agosto, septiembre y octubre utilizando durante buena parte de ese tiempo a los 25 agentes de la división que comanda Toledo; y se llegó a movilizar hasta 75 policías durante un operativo en Cachicoto. Es decir que fue una investigación de la más alta prioridad. Comparativamente, por ejemplo, se trató de más policías que los que se utiliza en la investigación contra Sendero en el Huallaga o incluso en el VRAE.

Centenares de horas/hombre de trabajo policial y algunas decenas de horas de trabajo fiscal culminaron en unas pocas capturas el 3 y el 9 de noviembre. Antes, el 27 de octubre, la Fiscal de la Nación firmó la Resolución 1553-2009-MP-FN en la que amplió la competencia territorial del fiscal Sanz “para que disponga el desplazamiento de personal fiscal de su despacho”, a fin de que pudiera realizar, como solicitó, “diligencias con carácter reservado”, que supusieron viajes e intervenciones en la sierra y la selva de Huánuco.

Se detuvo a Elmer Segundo Castillejos, a Marcos Veramendi y a Enedina Estela. Se incautó una botella con un líquido grasoso maloliente (como indica el peritaje policial) y, según la Policía, se encontró en los detenidos unos muy convenientes paquetes de pasta y de clorhidrato de cocaína, así como dos armas sin licencia, de calibre menor.

Fue el parto de los montes. No hubo ninguna correlación entre lo propalado en la conferencia de prensa el 19 de noviembre, promovida por el ministro Salazar, y los logros concretos de la investigación.

Durante todo ese lapso se investigó a una presunta organización de pishtacos que: a) ubicaba y mataba, previo engaño o secuestro, a sus víctimas, para decapitarlos, desmembrarlos, eviscerarlos y licuar, mediante calor de fuego de velas, la grasa, para embotellarla, y; b) vender dicha grasa, F.O.B. Lima, a 15 mil dólares el litro, a exportadores alemanes o italianos (primero se dijo lo uno y luego lo otro), que la embarcaban a la decadente Europa para usarla en productos de alta cosmética.

La investigación no ubicó ni capturó a los líderes de la organización pishtaca; apenas incautó un poco de grasa descompuesta, de procedencia incierta (ni los peritos pueden determinar que se trata de grasa humana, porque es fácil contaminar la muestra). Tampoco capturó ni ubicó, ni siquiera identificó a los presuntos compradores. Menos analizó el presunto volumen del presunto comercio llevado a cabo; tampoco su validez técnica o científica.

Cuando le pregunté al ministro Salazar por qué los presuntos comerciantes no compraban la grasa en los numerosos establecimientos de liposucción en Lima, me contestó que lo que sucede es que “la grasa que vale es la que está en los costados de la columna. Lo vi en un reportaje de Nicolás Lúcar”. Bueno, si Lúcar es la autoridad bioquímica en el caso, estamos fregados.

El fiscal Sanz, a su turno, afirmó a Romina Mella que “la banda criminal” operaba hace 30 años, que tenía como compradores a “dos italianos que viven en el Perú pero que actualmente están en Italia” aparentemente con problemas económicos, porque, según añadió, los pishtacos estaban “en busca de compradores porque los compradores italianos dejaron de adquirir la grasa debido a la crisis económica internacional”.

Es decir, el fiscal Sanz parecía estar al tanto hasta de los problemas de flujo de caja en el negocio de la pishtaquería, y sin embargo, en términos de destruir una banda de crimen organizado, el resultado fue peor que un fiasco.

Al final, mientras el general Félix perdía su cargo ante la avalancha de críticas, el comandante Toledo y su equipo hacían un par de capturas adicionales en Huánuco, sin orden del juez que lleva el caso en Lima.

¿Por qué policías tan cuajados como el general Félix, el coronel Mejía y el comandante Toledo cometen un suicidio profesional con un caso tan endeble? Una explicación quizá no definitiva, pero la más convincente hasta hoy, proviene de la propia Policía.

Según esas fuentes, hay una competencia desenfrenada en la Dirincri por “generar titulares”. Una evolución perversa que la ha convertido en una especie de productora para el tabloidismo imperante en la televisión.

A fin de año, la presión, para hacer méritos y quedarse en la apetecida unidad, o lograr el ascenso, se acrecienta. Por eso, el caso se manejó en un grupo hermético dentro de la Dirincri. No se sometió “ni al grupo de análisis de secuestros ni siquiera a un trabajo de inteligencia”, según las fuentes.

Cuando eso llegó a Salazar, que padece de similares adicciones mediáticas, el hambre se juntó con la necesidad y la grasa de pishtaco pareció lubricar el camino al éxito, para terminar en una descomunal embarrada.

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