El ‘efecto’ del chocolate que ayudó a los campesinos colombianos a dejar atrás la coca

¿Y tu, qué quieres ser cuando grande? Edwin Klinger, de 12 años, recién acaba de descargar 12 libras y media de cacao en baba que traía en un balde plástico sobre la cabeza. ‘En baba’ es la manera de llamar al cacao desgranado.

Esa mañana, él y su mamá estuvieron bajando y desgranando mazorcas de cacao de los árboles que crecen cerca de su casa durante más o menos dos horas y lo que hay en el recipiente se lo sacaron a unos cien frutos. Luego, a pie, el chico cargó todo durante medio kilómetro hasta la finca de Luis Arcesio Bedoya, donde después de contestar la pregunta recibirá quince mil pesos por lo que llevó. ¿Y tú, qué quieres ser cuando grande?

Al dueño de la finca le falta la mitad del brazo izquierdo. Es parte de una historia sepultada en esas mismas tierras en las que se instaló hace veinte años, procedente de El Tres, un corregimiento de Turbo, Antioquia, donde Luis Arcesio Bedoya cuenta era cultivador de plátano. A Tumaco llegó con la misma voluntad y defendiendo las primeras plantaciones de un ladrón, dice, le dispararon donde ahora solo se balancea el vacío.

Después de un tiempo largo en el hospital, el abandono acabó con lo que tenía sembrado y cuando regresó fue poco lo que pudo hacer. Todo coincidió con el apogeo de la coca en la región. Y como en otras partes, la mata invirtió la escala de valores para tantas cosas: el precio de la tierra por ejemplo, dice Luis Arcesio, recordando el caso de otros campesinos y el suyo propio, que a la hora de querer vender y alejarse, encontraron ofertas ridículas para las fincas al no tenerlas sembradas. Por distintas razones, el hombre terminó cultivando.

De ahí en adelante su caso es parecido al de muchos otros que por miedo o por hambre o por inocencia, también lo hicieron y acabaron viviendo días de lágrimas. Los detalles de lo que le pasó a Luis Arcesio están de sobra sin embargo. Aparecen porque al estar enterrados en ese lugar son, en cierto sentido, abono de todo lo otro que ahora literalmente allí brota sobre el pasado: árboles y árboles de cacao que se convirtieron en salvación. A las 12:13 del mediodía de un sábado en Alto Villarrica, vereda de campesinos a 33 kilómetros de Tumaco, en Nariño, la temperatura que bien podría medirse no en grados sino en madrazos, saca palabras de una dulzura  que a Luis Arcesio se le oye bastante honesta: “El chocolate por aquí nos ha salvado a muchos”, dice  bajo una cachucha.

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Aquella redención, curiosamente, comenzó cuando aparecieron unos tipos que detestaban el chocolate. Esa es la única explicación lógica para entender el intento de extorsión que en el 2013 derivó en el cierre de la comercializadora que la Compañía Nacional de Chocolates tenía en Tumaco. De lo contrario, ¿por qué tratar de vacunar a la empresa que permitía movilizar uno de los pocos cultivos con los que históricamente la gente se han ganado la vida en el pueblo? ¿Por qué hacerlo justo cuando se había fortalecido como plantación sustituta en incontables hectáreas antes invadidas de sembrados ilícitos. ¿O acaso la lógica era esa? ¿Esperaba alguien que con las puertas cerradas para negociar el cacao, los campesinos volvieran a la coca? Tumaco, poblado por cerca de 200.000 personas, tiene 175 corregimientos y más o menos la mitad de sus habitantes en el área rural.

El principio de la nueva vida empezó a ocurrir entonces a partir de ese momento. Ante el cierre de la comercializadora y luego de pasar trabajos en manos de los intermediarios que monopolizaron el precio, los cultivadores de cacao comenzaron unirse buscando asumir la comercialización del producto por su propia cuenta. Primero fue una voz y luego otra y después otra más y así la idea se fue regando a lo largo de seis consejos comunitarios, viajando en potrillo por los ríos y pasando caminos desconocidos para Google. Después de varias reuniones, la propuesta de conformar una asociación tuvo el respaldo de más o menos seis mil personas.

Con el apoyo del Programa Colombia Responde (que ejecuta recursos de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, Usaid), el 30 de octubre del 2013 la comercializadora de los campesinos, bautizada Chocolate Tumaco, se constituyó legalmente y 18 días después quedó abierta a la compra de cacao en grano, en la bodega marcada con el número 43 de la Calle del Comercio, entre La Tagüera y el Sena móvil: justo donde antes quedaba la sede de la Nacional de Chocolates. Colombia Responde hizo el acercamiento para que eso fuera posible. Allí empezaron a operar siguiendo los pasos marcados en un proyecto de ejecución que le presentaron a Colombia Responde y que sirvió para contar con el presupuesto de funcionamiento de los seis primeros meses: 330 millones de pesos.

Hermes Klinger, 30 años, ingeniero agrónomo y vicepresidente de la junta directiva de Chocolate Tumaco, cuenta que además la Nacional de Chocolates, conocedora del origen del cacao, les adelantó recursos de la primera producción que se ofreció a comprarles. Hermes habla estacionado al lado de un corredor por donde los bultos de cacao van pasando toda la mañana sobre los hombros de una hilera de cargueros que los llevan desde la entrada hasta la parte del atrás de la comercializadora. De ese lado, otra puerta termina en el mar; es la entrada para los cultivadores que también llegan por ese vía, dándole la vuelta a esteros y morros casi a la deriva en el Pacífico, donde el cacao también es el sabor de tiempos más tranquilos.

“Somos una asociación de productores sin ánimo de lucro, creada para que las utilidades de la cosecha regresen a los cultivadores a través de mejores tarifas de compra”, dice Hermes. La regulación de los precios efectivamente ha sido la mejor forma de mantener sano el cultivo durante todo este tiempo y muchas terrenos inmunes de coca. Actualmente Chocolate Tumaco, consolidada como la segunda comercializadora de la región, compra entre 80 y 90 toneladas al mes. El primer año, en promedio, compró mil toneladas.

“A la fecha hemos hecho tres exportaciones: 62 toneladas y media para España y Holanda: Valencia y Amsterdam. La primera la logramos a los diez meses, 25 toneladas para Valencia: la gente no lo podía creer, era la primera vez que el cacao colombiano salía por Buenaventura; revisaron bulto por bulto en el puerto, 500 bultos. Cuando la carga estaba subiendo a los contenedores se nos salieron las lágrimas a más de uno, era algo que la gente había esperado durante muchos años”, cuenta Hermes, mientras los costales siguen pasando de un lado para otro como sueño palpable y oloroso.

En este último tiempo, los sueños del chocolate se han extendido hasta los consejos comunitarios del Río Rosario y Gualajo, del Rescate Las Varas, de La Nupa, Tablón Dulce y Tablón Salado. Pero también hay gente de la zona urbana, en las comunas 4 y 5, que se han beneficiado de este impulso nacido de la adversidad que ya ha permitido la aplicación de asistencia técnica a 1.686 hectáreas sembradas y una alternativa de sustento para 2.400 familias.

En una casa de cemento y rejas blancas que crece a la orilla de la carretera que de Tumaco conduce a Pasto, en el kilómetro 60, vereda San José de Caunapí, Elvia Yolanda Cajas, de 54 años, dice que el chocolate le cambió todo: “Mi mentalidad, mi forma de ser, es el futuro de la familia, de los jóvenes. Uno se siente diferente, como relajado. Yo me siento importante ofreciendo este producto hecho por nosotros mismos”.  Elvia es la representante de un colectivo de productores orgánicos que a fuerza de tesón y persistencia se han ido tecnificando hasta consolidar una marca a través de la cual venden chocolate de mesa, chocolatinas, bombones rellenos, tortas, manteca de cacao y trufas que se deshacen en la boca.

Elvia, como varios de sus socios, también tuvo otra vida que como chocolate mal hervido le dio muchos dolores de estómago. Huellas que igual parecen bien sepultadas bajo tierra. Es algo similar a lo que pasa cerca de ahí, en la casa de Luis Arcesio Bedoya, que dice estar feliz de haber encontrado el chocolate en su camino como otra mano para enfrentar los contratiempos. “Es una gran opción para nosotros los pequeños cultivadores, si uno lo cultiva bien y con dedicación,  es muy rentable”. Luis Arcesio, que había perdido a su mujer cuando él estuvo extraviado en el plaga de la coca, hizo otra familia y ahora tiene dos hijos. “También es afrodisíaco”, dice riéndose bajo la cachucha.

El sustento de su nueva familia depende en gran parte de ese cultivo. Atrás suyo, árboles de todos los tamaños abren los brazos junto a la casa de madera que el hombre también sembró allí. Luis Arcesio igualmente compra el grano en baba para ponerlo a fermentar y venderlo como producto premium. Esa es la razón por la cual, un día cualquiera, aparezca en su finca un chico como Edwin Klinger, con 12 libras y media en la cabeza para ofrecer. ¿Y tu, qué quieres ser cuando grande? Futbolista, contesta Edwin Klinger, estudiante de quinto de primaria, vestido de botas pantaneras, antes de recibir el pago por la carga. El aliento para soñar, así sea ese sueño, tal vez sea el primer efecto  de la receta de este  chocolate.

Años de persistencia

Los cultivadores orgánicos  de la vereda  San José de Caunapí, se capacitaron, sobre todo, a través del Sena, que ha llevado hasta Tumaco programas específicos para aplicar a la siembra de cacao natural.

Procacao, la unión de productores,  nació en el 2009 en respuesta a la iniciativa de 25 campesinos que  empezaron a concebir la forma de transformar la siembra de modo que el proceso fuera 100% natural.

Fueron ellos, cuenta Elvia Cajas,  su representante, quienes le pidieron inicialmente al Sena que los ayudara a formarse en agricultura limpia y ese fue el comienzo de las capacitaciones.

Hoy día Procaco congrega a 22  asociados que representan  a igual número de familias provenientes de Pulgande, los ríos Chinguirito y Mira, La Espriella, la Nupa y Caunapí.

‘Ariana’, es la marca del chocolate  de mesa de Procacao. El nombre, dice Elvia Cajas, fue escogido “porque es un nombre bíblico que significa prosperidad”.

Fuente: ElPaís.com.co