El Comercio. Respecto al agua, el problema de Lima sigue siendo el mismo: carece de recursos suficientes para atender la demanda de un millón de personas. La situación es grave y debería avergonzarnos como sociedad, pues, década tras década, el Estado Peruano no ha podido terminar con esta forma de exclusión social que origina que miles de peruanos deban abastecerse de camiones-cisterna, piletas públicas o sistemas mixtos, que solo permiten el acceso a un producto de mala calidad. Mañana, Día Mundial del Agua, no tenemos, pues, mucho que celebrar.
Más bien la fecha es propicia para asumir compromisos. En el caso de la capital, mientras crece en todos los sentidos, los servicios públicos de agua potable y alcantarillado no han aumentado al mismo ritmo. Asimismo, la meta de tener una Lima verde se hace cada vez más lejana, pues sin recursos para el consumo humano, se reducen las posibilidades de garantizar el cuidado de parques y jardines plenamente.
Sin embargo, el problema es más profundo. El Estado no ha atacado la raíz del mal: la falta de obras de ingeniería para aumentar las fuentes hídricas, garantizar mejores sistemas de almacenamiento y enfrentar coyunturas difíciles, como el estiaje y eventuales sequías.
En pleno siglo XXI seguimos dependiendo de las lluvias que abastecen las cuencas altas y de las aguas subterráneas, que en los últimos años han venido disminuyendo de manera gradual.
Si el gobierno actual está de salida, lo que corresponde es que los candidatos a la Presidencia de la República presenten sus propuestas para enfrentar el llamado estrés hídrico agudo de Lima en los próximos cinco años. El tema no ha sido aún suficientemente explicado. ¿Mientras la ciudad se deshidrata, quién hará suyo el clamor de nuestra sedienta capital?