Hace algunos años en el gobierno del presidente Alan García se propuso, desde el Poder Ejecutivo, un proyecto de ley por el cual se buscaba promover las inversiones privadas en la reforestación y la agroforestería.
Era un proyecto revolucionario dirigido a dar un giro de trescientos sesenta grados en el diseño e implementación de las políticas forestales en el Perú de manera que cumpliéramos como Nación los objetivos y las iniciativas de foros mundiales preocupadas por el futuro del planeta y que, a su vez, actuáramos coherentemente con las tendencias mundiales de conservación del medio ambiente y de mitigación del cambio climático.
Se trataba de replicar los casos exitosos que representaban las experiencias de otros países en el mundo y en Sudamérica, entre ellos, Chile. El reconocido ecólogo y naturalista don Antonio Brack era entonces el Ministro del Ambiente, un sector creado en 2007 para unificar los enfoques, las directivas y las funciones que se tenían, se impartían y se desarrollaban desde diferentes sectores públicos sobre los temas ambiental y de recursos naturales renovables.
Don Antonio, un hombre consagrado a la promoción del potencial de la biodiversidad peruana, un espíritu formidablemente optimista del desarrollo sostenible de nuestra patria, quiso desde su despacho ministerial y con la experiencia y sapiencia adquiridas durante décadas de caminante raymondiano, propulsar esta radical reforma que permitiría explotar el potencial forestal y la vocación productiva de cada región.
Pero no le dejaron. Una batería de francotiradores, desde presidentes regionales incompetentes e ignaros (¡hay que recordar sus argumentos de oposición a la propuesta para desternillarse de risa!) en estos temas hasta dirigentes de organizaciones más confundidos que cuy en tómbola, pasando por periodistas desinformados, unas oenegés que hicieron el negocio de su vida con el cuento de la defensa de las tierras indígenas, algunos investigadores comprados por las oenegés, y, una ciudadanía encogida de hombros a la que le daba igual si “ése asunto del gobierno” se aprobaba o se desaprobaba.
Lo primero que se hizo fue motejar el proyecto de ley. Para el deleite del público desavisado le pusieron el mote de “ley de la selva”, haciendo alusión a la imposición del más fuerte sobre los demás que son los débiles. No era justo ese mote, ni siquiera era pertinente, pues la ley no tenía el propósito de “quitar sus tierras a las comunidades nativas”, ni de “vender los bosques al grupo Romero”, ni menos “rematar la Amazonía en pedacitos”, como decían los boletines oficiales del Gobierno Regional de Loreto reproduciendo las barbaridades proferidas en esa época por el actualmente reelecto presidente regional, que bajo esas “argumentaciones” llegó hasta a propiciar paros regionales contra dicho proyecto de ley.
Pocos espacios tuvimos quienes defendimos la validez de la propuesta. Recuerdo que tuve que pedir al Colegio de Ingenieros del Perú que promoviera un debate para aclarar los propósitos del dispositivo. Tuve la oportunidad de contrastar mis argumentos con los clichés trillados que se oían todos los días.
La verdad monda y lironda era que el proyecto no pretendía quitar tierras sino aprovechar el espectacular potencial de la sierra para la reforestación, pues esta región natural tiene 7 millones de hectáreas aptas para esta -que sería- una nueva actividad económica, de las que 2 millones de has. deben ser destinadas a reforestación productiva y 5 millones de has a reforestación para la protección de cuencas hidrográficas.
Para el caso de la selva, ésta se refería fundamentalmente a la selva alta donde las políticas colonizadoras desarrolladas desde la segunda mitad del siglo XX ocasionaron que 3 millones de has. pierdan su fertilidad y se encuentren en situación de abandono.
Don Antonio Brack refiere que está demostrado que una reforestación en esas tierras eriazas utilizando especies nativas como la bolaina blanca, capirona, topa, tornillo, ulcumano, entre otras, tienen una rentabilidad segura con sacas a los 8 y 15 años, por lo que recomienda que la reforestación debería integrarse a los programas de cultivo alternativo como ocurre con el cacao y el café, con un enfoque eminentemente empresarial, asociando a las comunidades con las empresas y con las industrias de transformación y exportación, y, otorgando garantías e incentivos para atraer la inversión privada.
De nada sirvieron nuestros argumentos. Al poco tiempo el Poder Ejecutivo cedió a las presiones mediáticas y oenegeras, archivándose finalmente la propuesta en el Congreso de la República, de la que nadie se acuerda ahora.
Empero, la verdad monda y lironda es que con ese renunciamiento hemos contribuido a que sigamos en lo mismo, en el conformismo, en la pasividad, en esa actitud tan incierta frente al porvenir, desaprovechando las potencialidades y malgastando las oportunidades, en un síndrome que Alan García definió muy bien como “el perro del hortelano” y que otro Antonio -don Antonio Raymondi- concluyó en una frase atribuida a él que afirma que el Perú es un mendigo sentado en un banco de oro.
Eso es lo que sentimos muchos, por eso es que cuando vemos las estadísticas del sector forestal no podemos sino cuestionarnos a nosotros mismos por no pelear (explicar, convencer, debatir, concertar) hasta el último para quitar la escopeta a quienes dispararon y disparan en sus pies a una nación que ansía prosperidad para todos.
Tal vez un dato, -de los muchos que hay-, puede ayudarnos a reflexionar mejor. En 2008, el balance comercial de productos forestales maderables era desfavorable para el Perú con un déficit de un poco más de 100 millones de dólares.
Ahora, la última cifra que tengo es que el valor de nuestras exportaciones de productos forestales maderables es de 273’417,391 dólares, mientras que nuestras importaciones han llegado a ¡946,663,336 dólares!
Es decir, tenemos un déficit forestal de casi ¡700 millones de dólares! Tengan la certeza que esa brecha seguirá incrementándose mientras no recuperemos esos años perdidos e implementemos una política forestal que perfile, enrumbe y prospere nuestra vocación productiva nacional.
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