La Asamblea de las Naciones Unidas acordó en 1993 proclamar el 22 de marzo como el Día Mundial del Agua, consagrando esta celebración a la difusión de la conciencia pública para la conservación y mejor uso de los recursos cívicos.
La condición del agua como recurso estratégico y sustento de las formas de vida es de preocupación creciente de los gobiernos y de las sociedades. Como alimento es insustituible y en ese sentido es alarmante que una de cada siete personas en el mundo carezca de agua potable y que 1,600 millones de personas no tengan acceso a los sistemas adecuados de saneamiento y depuración de aguas residuales. Solo considerar que la falta de acceso al agua limpia y al saneamiento es la causa del 88% de las enfermedades de los países en desarrollo y que la mitad de las camas de los hospitales del mundo están ocupadas por pacientes con enfermedades asociadas a la falta del acceso del agua potable, es indignante.
Es una paradoja universal que estando nuestro planeta cubierto en sus dos terceras partes por agua, la falta de acceso a este recurso de 1,500 millones de personas sea la causa de enfermedades y un ingrediente forzoso para la mantención de altas tasas de pobreza en el mundo. Sin embargo, debe saberse que el 97,5% del agua del planeta es salada, en tanto que solo el 2,5% de este recurso es agua dulce. El 70% de esta agua dulce se encuentra en glaciares y zonas de hielo y que solo el 1% del agua dulce del planeta se encuentre disponible.
La agenda mundial del agua es urgente y va dirigida a alcanzar la gobernabilidad del recurso hídrico, evitando que el acceso a él sea la causa de más pobreza y conflictos territoriales. Debe recordarse que las mujeres de África y Asia caminan un promedio de 6 kilómetros diarios para buscar agua y que el 12% de la población mundial consume el 85% de agua dulce disponible en el planeta.
El Perú posee el 5% del agua dulce del mundo y tiene en su territorio la quinta parte de la reserva de agua dulce de América Latina, con más de 12,000 lagunas y 1,000 ríos. Se trata, sin embargo de una reserva amenazada por la contaminación, el mal uso y el cambio climático. Las alertas sobre estos riesgos han sonado hace diez años con escaso éxito; una de ellas es que las reservas de agua dulce en la Cordillera de los Andes se reducen aceleradamente por el deshielo de los nevados y por la poca recuperación de la cobertura de nieve. A ello se agrega la escasa capacidad de represamiento del recurso hídrico en las zonas altas y el crecimiento poblacional de la costa en zonas carentes de agua dulce. Varias cuencas ya han sido declaradas oficialmente con escasez de agua.
Nuestro país ha iniciado aunque tarde un proceso de institucionalización de la gestión del agua con la creación de la Autoridad Nacional del Agua (ANA) y la adopción de otras decisiones como la aprobación de la Estrategia Nacional para la Gestión de Recursos Hídricos, la creación del Sistema Nacional de Recursos Hídricos y de un sistema de información que detecte conflictos y reporte ocurrencias.
No puede afirmarse, a pesar de ello, que el Estado y la sociedad hayan abordado exitosamente la agenda del agua. En la perspectiva se encuentra, por ejemplo, la aprobación de una reforma constitucional que consagre el Derecho al Agua y la disposición de arreglos institucionales para mejorar el uso de este recurso, garantizar el acceso de todos al agua potable así como valorar, conservar y gestionar integralmente el recurso hídrico.