Desde el 2014, el número de personas afectadas por el hambre ha aumentado, pero cada día se pierden o desperdician toneladas y toneladas de alimentos, los cuales podrían ser utilizados para reducir esa paradoja. A nivel global, cerca del 14% de los alimentos producidos se pierden entre la cosecha y la venta minorista. A ello se suma que el 17 % de la producción total de estos se desperdicia en hogares, servicios de comida y el comercio al por menor.
Los alimentos que se pierden y desperdician representan el 38 % del uso total de energía en el sistema alimentario mundial, y esto impacta negativamente en el medioambiente. Pero, ¿por qué es fundamental reducir esta penosa realidad que es una oda al hambre?
Cuando se pierden o desperdician alimentos, todos los recursos que se utilizaron para su producción, como el agua, la tierra, la energía, la mano de obra y el capital, se desaprovechan. Además, esta eliminación de los alimentos en vertederos genera emisiones de gases de efecto invernadero, lo que contribuye al cambio climático que nos perjudica a todos.
“Las pérdidas y desperdicios de alimentos generan costos económicos significativos para los hogares, empresas, mercados y municipalidades. Asimismo, se atribuye a los desperdicios la emisión de 3.3 mil millones de toneladas de gases de efecto invernadero a nivel global, debido a su alta composición de materia orgánica”, dice la representante de la FAO en Perú, Mariana Escobar Arango.
Nuestro país pierde o desperdicia 12.8 millones de toneladas de alimentos al año a lo largo de la cadena de producción. Por ello, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) ha delimitado medidas para reducir dicha situación. Entre estas se encuentra la de adoptar una dieta saludable, comprar lo que se necesita y almacenar con sensatez.
La FAO también advierte que es importante no juzgar las frutas y verduras por su aspecto, pues la fruta madura puede ser utilizada para preparar jugos o postres. Es así como hasta los pequeños cambios en algunas de nuestras costumbres pueden tener grandes repercusiones.
La reducción de la pérdida y el desperdicio de alimentos es contraproducente en un mundo en el que millones de personas padecen hambre. Los pequeños cambios de costumbres pueden tener un gran impacto para combatir esta situación. Antes de arrojar un alimento debemos pensar, ¿realmente ya no puedo utilizarlo?