Nombramientos desacertados, destituciones repentinas, peleas por los puestos, medidas apresuradas, retrocesos forzados. En pocos días el nuevo gobierno está dando demasiadas muestras de improvisación e incompetencia. La suspensión de la erradicación de la coca ilegal ha sido uno de los primeros fiascos del gobierno de Ollanta Humala, y es un ejemplo de cómo se toman las decisiones.
Suspensión indefinida
La orden que recibió el ministro del Interior, Óscar Valdés, del presidente Humala fue clara: se suspende indefinidamente la erradicación de la coca ilegal.
El zar antidrogas Ricardo Soberón había adelantado a Caretas que la suspensión será por un año. (“Alerta Blanca”, 18.8.11).
En realidad, si de Soberón dependiera, la suspendería para siempre. Esa ha sido siempre su posición y la de quienes comparten esa idea: no hay que erradicar la coca ilegal.
Sin embargo, al día siguiente, el premier Salomón Lerner y el ministro Valdés –que cumple las órdenes sin dudas ni murmuraciones– afirmaron que la suspensión era transitoria y que duraría solo una semana. Dieron como motivo el ridículo pretexto de que este año solo se han erradicado 4.000 hectáreas cuando la meta es 10.000.
Mintieron, porque a la fecha se ha erradicado poco más de 6.000 ha, 50% más de lo que ellos dijeron. Pero lo realmente importante es que no tienen ninguna propuesta alternativa a la erradicación. Cesa la destrucción de cocales que abastecen al narcotráfico ¿y después qué?
¿Fracasó la erradicación?
Soberón y sus socios cocaleros han sido muy activos difundiendo la falsa idea de que la erradicación no sirve, que ha fracasado.
En realidad, la erradicación de coca que va al narcotráfico es una de las pocas cosas que funciona y que ha ayudado a contener el crecimiento de ese flagelo.
Según cifras de Naciones Unidas, el año pasado los cultivos de coca ilegal se redujeron un 26% en el Alto Huallaga, que es casi el único sitio donde se erradica. En Aguaytía, donde se ha erradicado poco, ha disminuido en 4%. (UNODC, “Perú: Monitoreo de cultivos de coca 2010”, junio 2011).
En los lugares en los que no se erradica, el VRAE y el resto del país, los cultivos de coca ilegal han seguido creciendo. La suma total da un aumento de 2% de los cultivos en el Perú.
La conclusión es clarísima: la erradicación sí funciona, lo que hay que hacer es erradicar con más intensidad y energía.
Colombia es otro ejemplo. En el 2000 había 163.300 ha de coca que abastecían al narcotráfico. Una persistente y sostenida política de erradicación ha llevado a que en el 2010 disminuyan a 57,000 ha. ¡Claro que funciona!
Por supuesto, la erradicación tiene que ser parte de una estrategia integral.
En suma, una decisión equivocada, tomada apresuradamente, sin saber qué rumbo alternativo tomar. Y, luego, una rectificación apresurada cuando el daño ya está hecho. Ahora, si vuelven a erradicar, los cocaleros envalentonados por esta mala señal y sabiendo que tienen encumbrados aliados en el gobierno, volverán a las andadas de movilizaciones y violencia.
Sobre todo si dos docenas de dirigentes cocaleros peruanos han estado la semana pasada en Bolivia, reunidos con dirigentes del MAS, con su jefe Evo Morales y cocaleros de ese país. La reunión fue gestionada por dos altos funcionarios del gobierno peruano, que tienen una larga y estrecha amistad con Evo.
Imitando a Chávez
El jueves, Humala presidió la primera reunión del Conasec. Allí el ministro del Interior debería haber presentado su plan de seguridad ciudadana para discutirlo y coordinarlo con otras autoridades. No hubo nada de eso.
La reunión se convirtió en una payasada en la que Humala daba órdenes –la mayoría disparatadas– como si se tratara de un sargento dirigiendo a los reclutas. “Como si él fuera el Estado o el dueño del Estado”, como ha anotado bien Jaime de Althaus (“El Rey Sol”, El Comercio, 19.8.11). “Mandando al personal”, como ha graficado Juan Acevedo (Perú21, 20.8.11).
El coronel (r) PNP Juan Briceño lo resumió bien: “sus propuestas son incoherentes, desorganizadas (…), no hay política de seguridad en el país, hay un carnaval de propuestas, en algunos casos contradictorias” (El Comercio, 20.8.11).
Por ejemplo, le dijo al ministro Valdés: “me reorganiza el Ministerio del Interior”. ¿Acaso el problema es la organización del Mininter? Reorganizarlo ¿para qué? ¿en qué dirección? ¿con qué orientación? ¿cuánto costará? ¿en qué plazos? ¿con qué metas?
En síntesis, la reunión del Conasec no solo fue una oportunidad perdida para discutir y coordinar en serio la lucha por la seguridad ciudadana, sino mostró un estilo de gobierno chabacano, ignorante, torpe y completamente ineficiente.
El desorden y la incompetencia, mostrados en estas tres semanas, abren una gran interrogante sobre el futuro. Lo único cierto parece ser la incertidumbre.