La semana pasada el municipio distrital de Mariano Melgar, Arequipa, mostró las armas no letales adquiridas para equipar al serenazgo de esa localidad. Tienen escudos que emiten descargas eléctricas paralizantes, cascos, chalecos antibalas, gases lacrimógenos, pistolas y metralletas, que disparan balas de goma, y varas, entre otros (El Comercio, “Serenos arequipeños cuentan con armas no letales para combatir la delincuencia”, 5.9.12).
Es muy probable que la Policía Nacional trate de impedir que esos equipos sean utilizados por los serenos de Mariano Melgar. Habrá que ver si lo logra. Pero lo que sí es seguro es que muchos alcaldes están observando lo que sucede allí. Si el municipio logra que su inversión de 1.600.000 soles se ponga a trabajar, no cabe duda que los imitadores brotarán como hongos en todo el país.
Eso sería un paso decisivo para la desintegración de la Policía Nacional. O, mejor, dicho, de su progresivo reemplazo por centenares de cuerpos policiales a cargo de municipios distritales, provinciales y gobiernos regionales.
Retroceso continuado
Desde hace años, la Policía viene perdiendo terreno. Más precisamente, viene retrayéndose y abandonando las calles. En la década de 1980 se dijo que era por el terrorismo y es en ese momento que aparecen los primeros serenazgos, para suplir el repliegue de la Policía. Pero desde la captura de Abimael Guzmán y la cúpula senderista, hace exactamente veinte años, el terrorismo dejó de ser un problema extenso y se convirtió en una misión para la policía especializada, la Dircote.
Sin embargo, no hubo un cambio en la actitud de la Policía Nacional, que continuó retirándose, esta vez por motivos distintos. Básicamente por la falta de liderazgo, la corrupción, la desmoralización y la mala formación.
A fines del primer gobierno de Alan García se unificaron las tres policías –Guardia Civil, Policía de Investigaciones y Guardia Republicana– porque la situación era insostenible, se peleaban a balazos en las calles, hacían huelgas, etc. Pero fue una fusión realizada a golpes, sin planificación ni preparación.
De esa época viene también el nefasto sistema de 24 por 24, por el cual los policías trabajan un día para la institución y el otro día para empleadores privados. Esa situación fue producto de la miseria de un Estado en quiebra, que no podía pagar el sueldo de los policías y les rebajó la jornada laboral a la mitad, para que “cachuelearan” en la otra mitad.
Esa solución de emergencia se convirtió en permanente –como suele suceder en el Perú– y hasta ahora no se revierte a pesar de que el Estado está boyante. El resultado es que muchos policías trabajan esforzadamente para sus empleadores privados y descansan cuando están de servicio. O, en otros casos, por un extendido mecanismo de corrupción, se emplean también con empresas privadas cuando deberían estar en servicio, compartiendo su salario con los jefes.
El gobierno actual inició un plan piloto para “comprar” los días de franco a los policías en algunos lugares. Pero quedó en eso, en un ensayo y sin resultados que mostrar. Como es obvio, si no va acompañado de lucha contra la corrupción, no funciona.
Vivir de ilusiones
Las falsas soluciones que proponen los políticos –incluyendo al actual gobierno– son conocidas: más leyes y más duras; más patrulleros, computadoras y equipos; más policías. Todo eso se ha hecho en los últimos años y ha fracasado.
Algunos expertos sugieren otros caminos. Gino Costa plantea darles poder a los alcaldes sobre la policía de su circunscripción. Carlos Basombrío propone otorgar a los serenazgos capacidad para detener personas y portar armas, previa capacitación y calificación. Si la seguridad sigue deteriorándose como hasta ahora –y no hay nada que indique que no será así–, posiblemente se transite alguno de esos caminos.
En mi opinión, eso sería muy peligroso y probablemente contraproducente. Podríamos tener centenares de cuerpos policiales, la mayoría de ellos ineficientes y seguramente muy corruptos, que podrían ser usados por alcaldes o presidentes regionales inescrupulosos para todo tipo de cosas.
En México, un país federal donde existen muchas policías, el descontrol es total.
Sin embargo, quizás estemos yendo inevitablemente a una situación parecida, a la creación de muchas policías locales, unas pocas de calidad, bien preparadas y equipadas, y muchas mediocres o malas.
La desesperación e impotencia de los ciudadanos y de las autoridades locales ante el fracaso del gobierno en revertir el deterioro de la seguridad, está llevando a realidades como la del distrito de Mariano Melgar en Arequipa. Será difícil contener ese torrente cuando se abra una brecha.