La crisis venezolana ha llegado a la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), la única organización regional capaz de llevar adelante una acción colectiva eficaz y firme para garantizar que los sucesos posteriores a la elección presidencial no se desborden en un clima de polarización, violencia y profundización del recorte de libertades y derechos civiles.
La expectativa de la Unión Europea en relación al reconocimiento del gobierno de Nicolás Maduro, la demora de EE.UU. de reconocer como legitima su elección y el surgimiento de las voces en el mundo democrático contra lo que sucede en Venezuela, lleva la crisis abierta el domingo pasado a la demanda de diálogo. Sigue a la rápida transformación del chavismo cuya radicalización degenera en la agresión física de opositores y las amenazas a Henrique Capriles, en la ruta de convertirse en una dictadura abierta. De ahí que las comparaciones de los sucesos en Venezuela con la ilegal reelección de Alberto Fujimori el año 2000 no sean equívocas.
No estamos ante presunciones. Las expresiones del presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Diosdado Cabello, sobre que Chávez era en realidad el “muro de contención de muchas ideas locas que nos ocurren a nosotros”, y las palabras del propio Maduro en el sentido de que es el momento de las definiciones, indican que la transformación de populismo en dictadura está en marcha.
La reunión de Unasur en Lima se produce luego de que sus gobiernos reconocieran el triunfo de Maduro a tono con lo expresado por la Misión de Observadores de ese organismo. No obstante, se ha instalado un debate en torno al futuro venezolano donde ya se encuentran matices y diferencias. Es probable que una reunión, incluso en el alto nivel presidencial, no sea suficiente para abrir en ese país un diálogo fructífero y responsable que cierre la posibilidad de un giro de tuerca hacia más violencia.
En ese contexto la posición del Perú, cuyo gobierno preside ahora Unasur, es crucial. El Perú no desentonó con los gobiernos de la región en relación al reconocimiento de Maduro y ha empezado a ejercer al mismo tiempo el delicado papel de piedra angular de una acción colectiva en Venezuela.
Nuestra posición es importante y delicada. En democracia los triunfos aun ajustados son respetados. No obstante, la negativa del Consejo Nacional Electoral (CNE) a un recuento de votos y la campaña violenta contra la oposición obligan a que esta acción colectiva sea firme y urgente. En ese sentido, el Perú está diferenciando con claridad la conducta del gobierno frente al proceso electoral de su papel en la construcción del diálogo en Venezuela para impedir la polarización. El debate en torno al viaje del Presidente de la República a Venezuela debe comprender ese doble papel, evitando debilitar la gestión de nuestro país en un proceso que será largo. Esta madurez reflexiva no es obviamente exigible al fujimorismo, el grupo más estridente y provocador en este tema, y el que durante la ilegal reelección del año 2000, tuvo en el chavismo a su cómplice más decidido.
Las fuerzas democráticas que no tienen compromisos gubernamentales que asumir deben persistir en su defensa radical de la democracia en Venezuela y en la exigencia de apertura. En esa medida, las palabras de Mario Vargas Llosa respecto a que asistimos al comienzo del fin del populismo en Latinoamérica son resonantes. La batalla por la democracia en Venezuela entra a una nueva fase y este es aún el inicio.