Como saben muchos de los aquí presentes, a Enrique Zileri no hay forma de convencerlo para que acepte ser el centro de ceremonias formales en las que además se hable de él en forma superlativa.
No es que no mida lo que es un recorrido como el suyo. Los desafíos que desde muy joven tuvo que enfrentar, aquella combinación de un “gringo” formado en usos y costumbres norteamericanos y recipiendario al mismo tiempo de una larga y terca prosapia arequipeña. Cosmopolita e hijo de esa casta hidalga, su vocación original fue la publicidad y las letras, allá en la lejanía de los Estados Unidos.
Ya para entonces, hace 63 años, una joven emprendedora se lanzó al periodismo militante. En su entorno se forjó una trinchera a favor de la democracia, encabezada por don José Luis Bustamante y Rivero, para luego estrenarse en el bautizo de lucha contra dictaduras, empezando por la de Manuel Apolinario Odría, un militar nacido en Tarma que quería continuar con la costumbre de resolver las cosas al compás castrense: palo para los opositores y espectáculo para los seguidores. Por eso se le llamó “el general de la alegría”.
Hablamos de Doris Gibson, a quien su propio hijo llamó una “nereida rebelde” refiriendo que “nació para navegar con mano firme frente al oleaje tempestuoso y los eventuales maremotos de su carácter siempre se sosegaron cerca del agua salada en La Herradura, la Costa Verde y Playa Hermosa, donde una casita algo dilapidada hacía las veces de Montecarlo”. ¿Cuál era su especialidad periodística? Se pregunta Zileri. “Margot Palomino lo dijo más o menos cuando hacia finales del sepelio (2008) cantó el ya famoso yaraví de Marino Martínez a su madre, modificando levemente la letra para aludir a “Dorischa, la sembradora”.
Hacerse cargo de CARETAS fue, ciertamente, un desafío para Enrique Zileri. A mediados de los años 50 retorna de Europa e ingresa a los primeros pinitos periodísticos. Doce años después, al producirse la salida de Igartua, Zileri se convirtió en el codirector de CARETAS. Ya entonces famosa por su oposición radical al régimen golpista de Odría.
El bautizo de fuego hará de CARETAS no solo una publicación combatiente, sólida defensora de la democracia, sino también portadora de modernidad al emplear la fotografía como acompañante preciado de las notas, un estilo ligero y sonriente para aspectos sociales y anecdotario policial, y con una larga paciencia para seguir denuncias clamorosas, o presentar casos que acentuaban los peligros de la violencia, la delincuencia, las irregularidades oficiales. Si revisamos esas ediciones, Lima parece todavía ostentar una cierta tranquilidad conventual que rápidamente pasaría a convertirse en una ciudad múltiple con oleadas de habitantes de la provincia.
Puede decirse de todo gran periodista que, para el público que lo sigue, es una rara avis, puesto que no suele caber dentro de las clasificaciones que se pueden hacer de grandes figuras, empresariales, políticas, intelectuales, habiendo algunos rasgos que forman parte del anecdotario del humor, de la singularidad, del ostracismo. Suele ser habitual la cara de pocos amigos de los hombres de prensa, no obstante una simpatía desbordante al contar con la colaboración de la bohemia y el buen yantar. Las horas de trabajo en que hay que determinar un diagramado, en las época en que hacerlo era todo un prediseño artístico, hallar el titular justo que sintetice crítica, humor, y sorpresa para el lector, elegir fotos, arreglar notas, es una especie de laboratorio empeñoso donde refulge la creatividad pero al mismo tiempo el colerón inesperado. Trato con todo lo dicho de describir a Enrique Zileri en un momento de cierre de la edición, tronando en compañía de editores, redactores, fotógrafos. ¿Cómo toda esa compulsiva mesa de operaciones da lugar a la edición final? Vaya usted a saberlo. Parece quedar la certidumbre de que hay algo mágico y pugnaz.
Por eso la leyenda con respecto a muchos de los grandes periodistas que han desfilado por CARETAS desde Federico More, pasando por César Lévano, César Hildebrandt, Alfonso Grados Bertorini, Alfonso Tealdo, Coco Salazar, Elsa Arana Freire, Mario Campos y los más modernos Fernando Ampuero, Fernando Rospigliosi, Gustavo Gorriti, Jaime Bedoya para mencionar solo a una parte de legionarios que son muchos también en la fotografía, en las ediciones especiales, en las secciones habituales (“nos escriben y contestamos”).
Hace algunos años, Milagros Leiva le recordó a Enrique todos los epítetos que le han dado en tanto que sobresaliente, legendario, periodista. ”Yo no suscribo nada de eso, ni loco, nadie es así. Hay tantas especialidades en el periodismo que francamente no me siento el mejor, sería absurdo. Uno de los grandes problemas del periodismo es justamente que el periodista se crea una gran cosa. Eso es fatal. Porque la vanidad o la arrogancia periodística es uno de los grandes problemas de esta profesión: el periodista oráculo, el que no se equivoca, el que pontifica crea gran resistencia en el público”.
¿En qué reside el que CARETAS sea un bastión representativo de la prensa peruana? Desde el punto de vista político, la defensa en todos los casos de la libertad de prensa, de la democracia, amenazada en más de una oportunidad como los casos emblemáticos de las dictaduras de Juan Velasco Alvarado o de Alberto Fujimori, que le costaron a Zileri deportaciones y severos aprietos económicos, búsqueda y afán de la construcción de una sociedad moderna, justa, igualitaria en sus luchas, afanes y progresos. Son muchas grandes palabras, porque también se puede remarcar en CARETAS un sentido amable de la vida –solo el humor salvará al periodismo–, una capacidad de respeto aun frente a los mayores contradictores o acosadores, construcción permanente de credibilidad porque el lector es el juez supremo y el que habrá de permitir la alta circulación de un periodismo escrito. ¿No suena esto demasiado solemne? En efecto, el rasgo principal de CARETAS no es la destrucción, tampoco el sentirse una Pilsen helada en el desierto. Lo que Enrique defiende siempre es la creatividad, la pluralidad, la emoción que puede llegar hasta el gruñido. ¡Ay, esos tumultuosos cierres de CARETAS, que culminan en la satisfacción de la labor semanal, torno y retorno de la historia!
Zileri reclama para el periodista algunos principios. Tener una enorme curiosidad. Apreciar por igual las diversas tareas que componen el periodismo para crear un elenco estelar. Ser, como quería Machado, en el buen sentido de la palabra, bueno. Jaime Bedoya lo ha expresado así: “Enrique respeta sus afectos, los valora, los honra, por encima de sus conveniencias”. Enrique añade: “Hay que respetarse y respetar, es un poco de sentido común. Respetar a la familia, a la gente que trabaja con uno. Respeto a la gente, pero cuando me faltan el respeto, muerdo”.
Este recorrido me lleva a pensar en los elogios que se le hacen al gran conductor de una nave gloriosa pero añosa, pues no hay duda que desde el punto de vista de la tecnología los tiempos cambian. Parece cada día más difícil imaginar que haya un solo gran capitán para conducir esa mole de acontecimientos, hechos, instrumentos. ¿Ha pasado la hora de la identificación plena de una publicación con la mano diestra de un director omnisciente? Hay una gran revolución en el acceso de lectores y consumidores de noticias, ¿pero hasta el punto que se desconozca el fervor personal de los conductores? He ahí un debate que habrá de continuar, porque para que el periodismo sirva, encandile, enfurezca, apasione o arriesgue, bien podríamos reiterar con Machado: “¿Soy clásico o romántico? No sé. Si quisiera dejar la pluma como deja el capitán su espada: “Famosa por la mano viril que la blandiera/ no por el docto oficio del forjador preciada”.
Gracias, de veras Enrique por esa entrega, en la que te ha acompañado toda tu familia, desde tu madre, esposa, hijos y ahora nietos. Personas ejemplares como tú siempre necesitaremos en el periodismo libre. (Por: Raúl Vargas Vega/Cortesía Caretas)