Hace poco un joven me preguntó a boca de jarro: ¿Qué piensa usted de Movadef? Le respondí que eran unos declarados lobos pretendiendo aparecer como mansas palomas que llevan en su pico la ramita de la paz y la promesa de una sociedad mejor. Replicó preguntándome: ¿No es lo mismo que hace el actual gobierno nacional y la mayoría de los gobiernos regionales, entre ellos Ayacucho? Y añadió: “…mientras el viejo Estado republicano que llamamos democrático sigue débil navegando entre un mar de dificultades, incomprensiones, corrupción, precariedades de sus organizaciones políticas y universidades y la cultura de un pueblo se siga midiendo por el rating que señalan las «magalys», «giselas» y groseros programas cómicos de la televisión, creo que eso que llaman ustedes democracia seguirá empeorando, languideciendo, embruteciéndonos…”
Concluyó con otra pregunta: ¿No le parece que ambos practican el terrorismo, uno el terrorismo impunemente blanco y el otro aquel terrorismo sangriento que propugna su indesligable pensamiento Gonzalo, fuente de toda su inspiración para capturar poder? Me tranquilicé con su pregunta, a sus cortos 22 años ya había captado la diferencia entre lo malo y lo peor. Sin embargo no estaba satisfecho con lo malo. Inmediatamente me pregunté: ¿Qué podrá hacer esta generación para luchar contra lo actualmente malo si pareciera que éste se está convirtiendo cada vez más perverso con las nuevas generaciones? ¿La corrupción no es muestra de perversidad galopante amparada por la abusiva falta de transparencia de la gestión pública y el empeño del gobierno nacional y regional para no promover el desarrollo de capacidades ciudadanas y la castración de los espacios participativos que señalan nuestras leyes.
Aquí encontramos el primer mellizaje entre la democracia mal utilizada que practican tanto nuestros gobernantes, adueñados en exceso del poder y la organización extremista de fachada arriba anotada. Unos utilizan a la democracia como caballo de Troya y los otros ni siquiera la conocen o practican, pero ambos coinciden en percatarse de que una verdadera democracia, una democracia real, plena es nociva a sus intereses particulares. Coinciden en que un pueblo culto, informado, participativo y entrenado para la cogestión es altamente peligrosa a sus respectivos sistemas. Uno invoca a la hipocresía y el otro invoca al cinismo señalando que con el pensamiento Gonzalo se derrotarán muchas injusticias.
Uno apela a la santa paciencia diciéndole a los jóvenes que mantengan el optimismo, mientras la juventud se percata que muchos actos de gobierno cada vez son más desacertados por la impreparación de muchas autoridades improvisadas, sin trayectoria política alguna ni tampoco ningún indicador de compromiso social previo. Vea usted lo que está pasando con los congresistas Acha y Neyra y muchos otros. El otro se regocija y trata de venderles la idea de que el pensamiento Gonzalo tiene prevista las soluciones para arreglar estos entuertos. Pide, cínicamente que le reconozcan su legalidad e indulten al seudoemperador japonés, para luego sentar los precedentes legales orientados al indulto para su caudillo y dueño de sus almas. Mientras, que el pueblo siga desinformado y las próximas elecciones sigan siendo el circo que han sido desde 2001. Ambos son renuentes a la función de la palabra como armamento.