Han pasado veinte años desde que el planeta se embarcara en la búsqueda del Desarrollo Sostenible, es decir, satisfacer las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las posibilidades de las generaciones futuras para atender sus propias necesidades.
Esta semana, mientras que el mundo atraviesa sus más serias crisis ambientales, climáticas y económicas, los países se reunirán en la Cumbre de Rio+20 para renovar compromisos y ver cuánto hemos avanzado. A pesar de la urgente necesidad de cambios, existen pocas expectativas que se logren acuerdos sustanciales sobre los cuatro principales temas que están en la mesa de negociación: la economía verde, el marco institucional, los medios de implementación y los objetivos de desarrollo sostenible.
Mucha de la discusión es en torno a la economía verde, que no es otra cosa que la intensificación de las inversiones en los sectores verdes y la reingeniería de los procesos de producción y consumo; procurando un menor uso de energía y menor generación de contaminantes; para lo cual se requerirá nuevos marcos regulatorios, la priorización de la inversión público y privada, la aplicación de impuestos e instrumentos basados en el mercado y el fortalecimiento de la gobernanza.
Aunque está aún en construcción, hay quienes apoyan este concepto, porque lo consideran el mejor camino disponible para alcanzar el desarrollo sostenible, creando empleo y combatiendo la pobreza. Pero otros lo rechazan por diversos motivos que van desde el temor a que se convierta en un condicionamiento al comercio y la inversión, hasta por considerarla la profundización del modelo extractivista y de mercantilización de la naturaleza, que ha generado las crisis actuales, por lo que solamente las agudizará.
Es claro que se requiere transformar los procesos de producción y consumo, pero es poco probable que podamos resolver los problemas actuales, pensando y actuando de la misma manera de como los hemos creado. La economía verde puede ayudar a una internalización de las externalidades negativas pero no a eliminarlas.
Se necesita que el resultado de la Cumbre vaya más allá de una renovación de los compromisos y el repaso de los logros y retos. Por ello, es significativo que el Perú apoye la propuesta de establecer Objetivos de Desarrollo Sostenible, de manera que se pase de los propósitos a la medición del avance. Si bien aún se requiere definir con precisión su concepto, las áreas que comprenderían y el marco para su funcionamiento, es claro que se necesitan objetivos concretos en temas como los pueblos indígenas, el agua, los bosques, los océanos, las montañas, la energía y la gestión socio-ambiental.
Sin embargo, hay quienes ven en estos objetivos una amenaza para la agenda de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, distrayéndonos de la meta de alcanzarlos para el 2015. Sin embargo, la integración de los Objetivos de Desarrollo Sostenible con los del Milenio no solo es posible sino deseable. Además, más allá de unos o los otros, lo que necesitamos en contar con una hoja de ruta que marque claramente el camino; así como los medios de implementación (financiamiento, transferencia tecnológica, etc.) y una nueva institucionalidad (que equilibre lo social y lo ambiental frente a lo económico) distintos a los que tenemos hoy día. Grandes cambios que esperamos se inicien en esta Cumbre.