Periodista y fotógrafo. Fernando Yovera forma parte de la época en que se ejercía el periodismo bajo el contexto del terror. Experimentado y con una trayectoria incuestionable, el fotoperiodista había presenciado los horrores de la guerra de Camboya y observado la pobreza de países como Chad, Camerún, Guinea Ecuatorial, Costa de Marfil, entre otros. Esos trabajos lo convirtieron en el encomendado ideal para cubrir un suceso nuevo en el Perú a comienzos de la década de los ochenta del siglo pasado: un grupo de personas había colocado bombas en un local que serviría para las elecciones generales de 1980. Quemaron las urnas y escribieron en las paredes frases como: “Viva la lucha armada”.
El ladrón de ganado
Como los tiempos lo ameritaban, para ser un reportero que informara sobre el conflicto armado que se vivió en la época de 1980-2000 había que poseer dos características: o ser un completo iluso o ser intrépido y asumir las consecuencias de pelear contra el sistema. En el año 80, cuando Sendero Luminoso ya había actuado por primera vez en un distrito ayacuchano de Chuschi, la revista Caretas envió a Yovera a cubrir la zona con una misión: tomarle una fotografía a lo que parecía ser un terrorista, pero nadie quería creer que lo fuera. En ese entonces, el director de dicha revista, Enrique Zileri, encomienda al intrépido fotógrafo a ganar la primicia.
“En el aeropuerto, yo estaba con todas mi cámaras y se me acerca un tipo. Le comento que soy de Caretas y que estoy yendo a Ayacucho a cubrir este incidente donde dicen que hay terroristas. Él era capitán de la Policía, se llamaba Javier Palacios. Él también se dirigía para allá. Entonces le dije: “si usted lo chapa, yo le tomo la foto”, comenta Yovera.
Al llegar a Huamanga, en Ayacucho, la espera se hizo larga. Sin noticias y sin ninguna fotografía relevante, el periodista decidió descansar hasta obtener su primicia. “Una noche estaba por empezar a cenar una riquísima sopa a la criolla y se aparece un teniente y me dice ya tenemos su encargo. Hemos chapado a un terrorista. Está preso y vivo. Salí corriendo y cuando llegué a las oficinas de la PNP, Policía Nacional del Perú, me dijeron que habían capturado al camarada Freddy. Él tenía una capucha y una metralleta Z45, esas que se compraron durante el gobierno de Odría para la Guardia Civil, un montón de cartuchos de dinamita y unos posters de seda de Mao Tse Tung”.
Con la fotografía ya capturada, la curiosidad de Yovera lo lleva a preguntarle al camarada Freddy a qué se dedicaba y este último no dudaba en responder cada una de sus interrogantes sin reparo alguno. “En ese momento de la historia, encontrar a un auténtico terrorista era una novedad. Yo feliz con la misión cumplida llamo a Zileri y le digo que ya está lista para la carátula de Caretas. Él me responde, no hermano qué carátula, seguro es un ladrón de ganado. Pusieron mi foto en la página doce”.
La fotografía sobrevivió a los años sin eco durante una época en la que la capital del Perú desconocía completamente que estaba rodeada de regiones y distritos bajo el terror. El miedo era lejano y la indiferencia reinaba en el pensamiento de los limeños que veían a Lima como el Perú. Años después, cuando el horror pudo ser contado, Caretas publica un libro sobre la historia de esa época oscura. Es en ese momento que el fantasma del camarada Freddy renace de entre los archivos y se coloca como carátula de la revista. Era la primera foto de un terrorista de Sendero Luminoso.
Como anécdota, la foto de Freddy no recibió el crédito a su autor. Fue el nombre de Carlos Bendezú el que aparecía al pie de página de la foto. “Carlitos, que en paz descanse, no se acercaba a lugares donde había una gota de sangre. Yo le aclaré a Zileri el error que habían cometido. Luego se rectificaron en media página. Pasan los años y reeditan la historia del horror. Otra vez ponen la foto de Freddy y le dan crédito a Bendezú. Volví a reclamar y ahí ya me dieron una página completa disculpándose”, comenta Yovera.
Pero el supuesto «ladrón de ganado» es solo el inicio de los hechos que desencadenaron las terribles masacres que fueron cometidas por parte de Sendero Luminoso ante un Estado peruano que no tenía ni el más mínimo interés por saber con quién estaba lidiando.
El precio de la historia
Yovera recuerda la época cuando cubría la guerra terrorista de esos años. Así lo llama él, pues sustenta que el terror fue usado por los dos lados: Sendero Luminoso y el Estado Peruano. Por esos años, Yovera rememora que fue al mismo Chuschi en el año que incendiaron las ánforas con Benito Portocarrero, quien en ese entonces dirigía la página política de Caretas. Ambos periodistas llegaron a este pueblo de Ayacucho y no había ruido alguno. El silencio hablaba por sí mismo.
Fernando aprovecha para tomar unas fotografías y observa a un joven en la torre de la Iglesia o lo que quedaba de ella. Le grita al muchacho que él era de Caretas y que tenía que llamar a la gente porque habían venido periodistas de Lima. El silencio se convirtió en euforia. La campana sonó y una muchedumbre se concentró en la plaza de Chuschi. Todos asustados por los nuevos visitantes salieron a encontrar respuestas. “Yo le tomé la foto a un viejo hombre, quien estaba vestido miserablemente, llorando en frente de la única farmacia que acaba de quemar Sendero y le decía a Benito: “Qué podemos hacer señor, no tenemos nada”. Recuerda este hecho Yovera como el inicio y posterior avance de lo que Abimael Guzmán llamaba la Guerra Popular.
La larga duración del conflicto hizo que la vida valga poco o nada. “Yo había visto los horrores de la guerra en Camboya. Niños guerrilleros de 13 a 14 años que fueron los soldados de ese régimen. Guzmán quería aplicar algo parecido. Pero en el Perú todo esto todavía era un misterio. Sendero era una rareza y pasamos de la incredulidad al pánico”, afirma Yovera.
Ha pasado mucho tiempo, aunque aún parece tan cercano y presente, desde que el conflicto que todos los peruanos y peruanas vivieron acabó con la vida de muchas personas. Aún con desapariciones, torturas e incluso arrestos arbitrarios y estigmatizaciones, la historia de lucha contra Sendero no ha logrado construir un mismo discurso. “En el Perú se tiene la técnica de que es mejor olvidarnos. Si nos olvidamos del pasado evitamos que se repita en nuestras mentes, pero no en la realidad. Como todo holocausto, tiene que estudiarse para que nunca más vuelva a suceder”, finaliza Fernando.
*Escrito por Gabriela Coloma/ Inforegión.