“Juntos” paga a un padre de familia trescientos soles si su hijo termina el año, y doscientos más si ocupa un privilegiado lugar en el tercio superior. En una comunidad de personas muy pobres, no me atrevo a imaginar cómo se sentirá un niño que se ha perdido quinientos soles a fin de año porque acabó entre los últimos de su clase.
Es obvio que los “estimulados” por este pago son mucho menos que aquellos que lo pierden. Como es habitual, una larga lista de niños “incompetentes” no son parte de esta fiesta imaginada por un adulto que cree que así estimula a los niños a desear terminar la escuela.
Lo que en realidad logra es decirles sordamente, implícitamente, a demasiados niños, que han sido tan brutos que se han perdido quinientos soles.
Lo peor de todo es que todos estos niños saben que la gente tiene dinero, aunque no sepa leer ni escribir.
En un mundo donde la coca produce tanta plata, ¿de verdad entregar dinero como aliciente es la forma de premiar a una familia?
Quien ha imaginado esto ignora que la Educación en sí misma es un premio. Pagar para que tu hijo estudie lo único que te dice es que esa Educación es tan mala que tienen que darte efectivo para que lo haga.
Y, seguramente, eso de ir repartiendo soles como vaquero ebrio que dispara al aire, es un buen aliciente, pero para salir corriendo a engrosar las filas del narcotráfico. Porque si traer quinientos soles a casa genera amor y cariño de los padres, pues imagina cómo te amarán si traes dos mil.
Para quienes manejan el Estado peruano de esta forma, los ciudadanos son mendigos, y, quizá, votantes que deben recibir un pago a cambio de que sean recíprocos en las futuras elecciones.
Mucha gente trabaja en estos programas que deben continuar precisamente para que esta gente no pierda su trabajo, de modo que el objetivo ya no resulta ser que el niño estudie, sino que el programa exista.
¿Cuál es entonces el indicador de éxito de un programa así? Ninguno. Decir que 10 mil niños han logrado que sus padres reciban 300 soles no nos habla ni de la creatividad ni del juicio crítico de esos niños, salvo de su habilidad para lograr buenas notas. ¿Y qué es una buena nota en una educación pauperizada, con siete de cada diez profesores que no comprenden lo que leen, y padres analfabetos funcionales?
Este año, el sesenta y cinco por ciento de los niños que acuden al colegio en el Vraem lo hacen en escuelas que están en pésimas condiciones. Pésimas condiciones de una escuela quiere decir que allí no se puede estudiar.
De entrada, los padres tendrían ya un motivo para sublevarse: sus hijos no podrán ganarse los quinientos soles.
¿Cómo descubre un ciudadano que las decisiones políticas son para fomentar el desarrollo humano de sus hijos o son actividades para llenarle los bolsillos a alguien?
Es fácil, las políticas educativas públicas buscan el desarrollo de las habilidades y destrezas de un niño, se proponen a largo plazo y son sistemáticas, medidas y cuantificadas.
En cambio, las meras acciones políticas son temporales, no tienen indicadores de logro humano, son altamente ineficientes y, generalmente, le llenan el bolsillo a alguien.
Por ejemplo, frente a la entrega de “kits escolares”, “módulos de biblioteca de aula” y “uniformes escolares” pareciera haber gente mas interesada en hacer compras que en educar niños.
Durante años, el uniforme escolar ha sido sometido a debate: ¿necesitan los niños ser uniformados como si fueran soldados? No. Pero comprar uniformes es un negocio, los niños, pedagógicamente, no alcanzan nada, pero se enriquece quien vende y, muchas veces, quien compra.
Comprar uniformes no es una política, es una actividad, bastante hueca, y vacía de objetivos. Porque ¿qué capacidades logramos vistiendo a nuestros niños con el mismo atuendo? ¿Qué desarrollo de imaginación y creatividad o juicio crítico impulsamos poniéndoles una falda y una camisa del mismo color a todos? Ninguno. Solo es plata que va de un bolsillo a otro. En medio de esa transacción económica, solo tenemos niños pobres recibiendo ropa de dudosa calidad.
Lo mismo pasa con los módulos de biblioteca de aula. ¿Saben qué es un módulo de biblioteca de aula? Una cantidad de títulos que un funcionario del Ministerio de Educación ha imaginado que deben leer todos los niños del Perú.
¿Sabe, le interesa, a ese funcionario, lo que sucede con esos módulos de biblioteca escolar en cada escuela? Se lo diré: como los directores son responsables de que no se pierda o deteriore, acaban en cajas, guardados, porque los profesores tampoco quieren hacerse responsables de su pérdida o destrucción.
Por otro lado, resulta ilógico que entreguen bibliotecas de aula, cuando las escuelas no cuentan con una biblioteca central. Porque la biblioteca de aula es un programa, o debería serlo, de la biblioteca del colegio, que, a su vez, debería ser dirigida por un profesional o profesor capacitado en manejo de bibliotecas y en animación lectora.
Pero, como en el Perú, desde 1982, el sistema de bibliotecas escolares fue cerrado, no hay quien se encargue de los libros que llegan a los colegios, y que acaban, generalmente en depósitos llamados “bibliotecas” donde, si algún encargado hay, es un profesor condenado a ese cuartillo atiborrado de libros viejos, mapas destruidos y cajones con material obsoleto y cucarachas, que odia su trabajo y, por supuesto, a todos, incluido a los niños.
Pensar políticas públicas supone una planificación y una medición mes por mes, año por año de resultados. Siempre es a largo plazo, con plazos intermedios para evaluar y rediseñar. Es demasiado pensamiento estratégico e imaginación el que se necesita para crear una, por eso, es más fácil hacer actividades: comprar acá, regalar allá, y no lograr nada salvo unas comisiones que acaban siendo siempre sospechosas y ahora, cada vez más, investigadas por algún fiscal.
(*) Artículo publicado en la revisa InfoRegión No.3
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