A estas alturas el Perú se ha ganado la merecida fama de ser uno de los países más inseguros en la región. No es algo nuevo, sino algo que se ha venido incrementando con el paso de los años. Lo nuevo es que el tema de la criminalidad desatada está entrando, como sucedió en los años 80, al espacio psicológico de la inestabilidad política.
El cambio en el giro de la droga, de actividad exclusivamente agrícola en zonas remotas a actividad comercial en las principales ciudades, ha añadido violencia a todas las formas de criminalidad. Es un negocio con altos índices de impunidad, rentabilidad. Además impulsa la organización y transforma a sus participantes.
El criminal violento con un arma en la mano tiene altas posibilidades de estar vinculado con la droga. Si no es parte directa de la producción o la distribución, puede ser un delincuente acelerado por el consumo. Lo que hoy constituye en todos los casos en parte de una subcultura, que nace de la droga y que se extiende mucho más allá.
El segundo factor en el crimen violento es la corrupción en la policía. El número de criminales que han pasado por la PNP o que son parte de ella al momento de ser capturados es aterradoramente alto. Estas personas son una quinta columna de la delincuencia en el seno de la organización dedicada a combatirla. Es decir, traidores sin atenuantes.
Los policías-delincuentes son gente entrenada en el uso de armas de fuego. Además de usarlas, las venden o alquilan a los delincuentes, aportando conocimientos de tipo policial a la comisión de delitos. La alianza entre el policía-delincuente y el narcotraficante es clave en la determinación de la subcultura del crimen violento.
Una vez establecidos los términos esenciales de impunidad, que va desde no ser capturado hasta recibir condenas veniales, el crimen violento está listo para participar en tercerizaciones en otros espacios: la política, la regional-municipal sobre todo, y el control de movilizaciones y conflictos donde hay intereses ilegales.
No estamos, pues, ante una cadena de hechos aislados, que pueden intensificarse o amainar. Estamos ante una fase de articulación superior de un fenómeno que venía madurando desde hace dos decenios. La parte violenta le es esencial, pero ella solo es la punta del iceberg: su núcleo es toda esa parte que busca mimetizarse con la legalidad.
El crimen organizado no se reduce al crimen violento. La violencia del pequeño hampón armado es a menudo más bien indicio de una iniciativa personal indisciplinada. Pero el nexo ente el delito de cuello encorbatado y el de mano armada siempre está allí, aunque ninguno de los dos protagonistas sea consciente de ello.