En sus largos años como jefe senderista en los bosques del Alto Huallaga, ‘Artemio’ llegó a conocer lo suficiente de rutas, atajos, escondites y emboscadas como para no temer especialmente ni a los grandes cercos militares ni a las patrullas selectas. Aprendió, sí, a tenerle mucho miedo a las traiciones de su propia gente. Trató de impedirlas, pero nunca lo logró.
En la entrevista que le hicimos el primero de diciembre pasado fue evidente la preocupación de ‘Artemio’ por su seguridad.
Luego que llegamos al lugar de la entrevista, nos informaron que nadie, ni los boteros, podría abandonar el lugar hasta que nos fuéramos todos a la vez.
En el campamento, hubo en todo momento centinelas vigilantes. Desde los que pasaron varias veces por la noche por el lugar en el que dormitábamos, alumbrándonos con las linternas, hasta los que surgían entre los arbustos cuando alguno se levantaba para apaciguar demandas diuréticas.
En las comidas, vimos que ‘Artemio’ esperaba a que otros coman antes de hacerlo él.
El jefe senderista buscaba comprender cómo funcionaba la inteligencia electrónica utilizada en contra suya. Al contarnos cómo había reaccionado ante los cercos de las fuerzas de seguridad, mencionó más de una vez al ‘avión espía’ de la DEA, que, según dijo, le sirvió para alertarlo e interpretar mejor el movimiento de los helicópteros.
Para leer el artículo completo haga click aquí