Cuando una persona ha cometido un error o ha perpetrado un delito, tiene todo el derecho de arrepentirse. El arrepentimiento es una actitud de convicción y trae consigo una voluntad de cambio. Implica reconocimiento del error y propósito de enmienda. Se trata de un proceso saludable para el arrepentido y para la sociedad. Si la parlamentaria Elsa Malpartida estuvo vinculada a Sendero y se arrepintió, enhorabuena y caso cerrado.
Pero el problema no es el pasado de la congresista sino su presente. Luego de que El Comercio sacara a la luz pública sus antiguos vínculos con Sendero, Malpartida ha sostenido que fue obligada a trabajar en labores domésticas para esa organización criminal, y atribuye su ficha de arrepentimiento a un proceso de empadronamiento de campesinos.
Más allá de su recurso a la victimización y al llanto, no hemos visto en Malpartida un deslinde claro con el senderismo. No ha tenido palabras de repudio a las atrocidades de esa agrupación terrorista.
Sendero Luminoso fue la mayor organización genocida del hemisferio durante los años 80 y comienzos de los 90. Con el propósito de imponer su fundamentalismo totalitario, asesinó a miles de peruanos, la mayoría de ellos campesinos humildes, soldados, policías, autoridades y ciudadanos comunes y corrientes; destruyó la infraestructura productiva del país y puso en riesgo la viabilidad misma del Estado. Ningún peruano de bien, y mucho menos una autoridad, debería apoyar directa o indirectamente a la secta maoísta.
Por ello preocupa que Elsa Malpartida, desde el Parlamento Andino, y su colega Nancy Obregón, desde el Congreso Nacional –ambas del Partido Nacionalista de Ollanta Humala–, no tengan una voz firme de condena a SL y dediquen más bien su trabajo parlamentario a defender la hoja de coca, aún a sabiendas de que ésta es el insumo principal de la cocaína y la principal fuente de financiamiento del senderismo en el VRAE y el Huallaga.
La congresista Malpartida debería expresar una inequívoca condena a SL y abandonar la defensa de la coca ilegal, sin la cual Sendero no podría existir hoy en el Perú. Tanto ella como su colega Obregón deberían iniciar un proceso de reconversión política a fin de mostrar a sus electores que el camino del desarrollo no está en la coca ni en la violencia sino en la vida productiva lícita. Sólo así su discurso sería creíble y el Parlamento daría un paso adelante en la reconstrucción de su devastada imagen.
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