EL helado penal de Yanamilla, en Ayacucho, alberga una población de 2,000 internos. De todos ellos, el 10% de los prisioneros son «mochileros», en su mayoría muchachos, atrapados con droga proveniente de Llochegua.
Es el último y triste eslabón del narcotráfico en el Valle de los Ríos Apurímac Ene y Mantaro (VRAEM).
Gran parte de los ‘mochileros’ proviene del mismo Ayacucho, especialmente de las localidades de Palmapampa, Tambo y Llochegua, en las provincias de La Mar y Huanta.
Otros son de Cusco, sobre todo de la provincia de La Convención; y también de las regiones de Apurímac, Huancavelica y del pueblo de Campo Verde, en Ucayali.
El promedio de edad de estos ‘burriers’ andinos es de 25 años.
«Casi todos son captados en su lugar de origen y luego extorsionados o amenazados para continuar trabajando. El principal motivo por el cual aceptan es la urgencia económica», sostuvo a CARETAS la supervisora regional de Cedro, Laura Barrenechea.
Barrenechea y un grupo de investigadores de Cedro, con apoyo de la Oficina de Asuntos Antinarcóticos y Cumplimiento de la Ley de la Embajada de los Estados Unidos, abordaron esta problemática y presentaron sus conclusiones con el reporte «Mochileros: Una Carga Pesada», el miércoles 26 pasado.
Barrenechea entrevistó en el penal de Yanamilla a 33 ‘mochileros’, pescados en la ruta que separa Llochegua, el punto de elaboración de cocaína en Ayacucho, de los centros de distribución y consumo en Huaman-ga o Andahuaylas.
Uno de ellos, el ayacuchano Jaime, 27, cayó cuando recorría el circuito Andahuaylas-Huamanga, una de las rutas más peligrosas que esconde el VRAEM. Ese camino tiene unos 150 kilómetros de recorrido.
Jaime solía llevar a pie y durante 4 días una mochila con 15 kilos de pasta básica. Le ofrecieron US$ 30 dólares por kilo transportado. En total: US$ 450.
«Mi padre falleció con cáncer y tal fue la necesidad que lo único que me quedó fue aceptar un trabajo que mi tío me ofreció. Era el de transportar drogas», contó Jaime. «Así comencé como mochilero. La paga que recibía era buena. Ya podía mantener a mi familia, y me gustó. Seguí transportando hasta que mi tío me dio la oportunidad de ser su brazo derecho y contraté a otros jóvenes para que trabajen como mochileros. Luego empecé a transportar drogas por mi cuenta, en grandes cantidades, camufladas en las llantas, en las paredes del carro o en maletas. Logré sacar droga más de 150 veces. Tenía dinero, casas, mi hermana estudiaba en un buen colegio. Hasta que caí”.
LAS RUTAS DE LA DROGA
La travesía a pie para estos ‘mochileros’ demora unos cuatro días, dependiendo de la ruta. La investigación de Cedro señala que dentro del circuito Andahuaylas-Ayacucho existen tres rutas claramente identificadas.
La primera va de Llochegua a Sivia y Ayna. La parada final es Huanta. Otra sigue este mismo pasaje y desemboca en Huamanga.
La tercera, con 150 kilómetros de recorrido aproximadamente, va desde Llochegua a Ayna. Rodea los pueblos de Santa Rosa, Samugari, Chungui, en la ceja de selva de Ayacucho, quiebran hacia la derecha en Chapi (Cusco) y finaliza en Andahuaylas.
Esta caminata es la de mayor extensión, según los investigadores.
Algunos universitarios ayacuchanos, imposibilitados de conseguir un trabajo legal, son captados por el narcotráfico con la promesa del dinero fácil.
Tal es el caso de Ramón, 29, ayacuchano, preso en el penal de Yanamilla. “Soy egresado de la Universidad Nacional de San Cristobal de Huamanga. Estudié Obstetricia. En San Francisco, unos amigos me comentaron que había un negocio donde te pagan muy bien, solo por llevar unos cuantos kilos de drogas a Ayacucho. Interesado pregunté sobre eso y me animé”, declaró Ramón a Cedro. “La primera vez llevé cinco kilos de pasta. Fue uno de los viajes más horribles de mi vida, pero afortunadamente llegué sin problemas y me dieron el dinero que me prometieron. Me gustó. Empecé a comprarme ropa, ir a fiestas. Mi madre me decía de dónde sacaba dinero, pero no le dije nada. Lo hice 15 veces. Ahora cumplo una condena de 15 años de cárcel”.
MUERTE EN LA SELVA
Algunos de los mochileros declararon a Cedro que en ciertos casos Sendero Luminoso del VRAEM les brinda seguridad en las rutas.
“Cuando toman la ruta Vizcatán (provincia de Huanta, Ayacucho), Sendero Luminoso nos acompaña en calidad de seguridad. Ellos cobran US$ 5 por kilo de droga transportado”, dijo uno de los prisioneros de manera anónima.
Otros no viven para contarlo.
No hay un estimado de cuántos ‘mochileros’ han muerto por transportar droga en el VRAEM, pero información obtenida por el equipo de investigadores de Cedro indica que algunos de ellos son asesinados por los propios narcotraficantes para evitar que se identifique a quienes lo contratan.
“Si algo sale mal durante el periplo, como una lesión, o la Policía los intercepta, los ‘mochileros’ son liquidados por los hombres armados para evitar ‘soplos’. Muy rara vez sus cuerpos son recuperados”, afirmó Laura Barrenechea. “Sospechamos que ellos desconocen las consecuencias penales o letales de su trabajo.
Y cuando caen en cuenta de ello, ya es demasiado tarde.
“Yo sabía que había personas que llevaban drogas y les pagaban muy bien. Transporté hasta por 30 veces con éxito. Tenía buen sueldo. Podía educar a mis hijos como se debe, y no quise salirme. Me decía a mí mismo un año más y lo dejo, pero nunca cumplía hasta que me capturaron”, relató Damián, 28, ayacuchano. “Me siento muy mal, por lo que hice, sé que no soy buen ejemplo para mis hijos y cuando ellos me preguntan por qué estoy en prisión no puedo decirles. Tengo 4 años en prisión y tan solo de pensar que me pasan 10 años más de no estar al lado de mis hijos, me siento muy triste”.