Caminar, salir a pasear, regresar del trabajo o tomar un taxi. Estas son actividades cotidianas que cualquier persona realiza a lo largo del día, sin embargo, terminan siendo todo un reto para las mujeres en el Perú. Según las estadísticas, cada hora desaparece una mujer en nuestro país. Encontrarlas es otra historia.
Desaparecida. No hay semana que esta palabra no sea compartida en alguna publicación vía redes sociales o divulgada en diversos canales de televisión. Estas muestran la foto que identifica el rostro y el mensaje que señala el nombre, edad y el último lugar donde fue vista la desaparecida. Las publicaciones terminan difundiéndose por quienes empatizan con el dolor de familias que hacen pública la lamentable noticia, o por mujeres que son conscientes que podrán ser las próximas.
Querer volver a casa
“Cuando te apuntan con un arma, tu vida no vale nada”, comenta la madre de quien escribe esta nota. Fue en el año 2006, aproximadamente a las siete de la noche, Cecilia sale de su centro laboral, en el Centro de Lima. Luego de un largo día de trabajo, está ansiosa por llegar a casa y ver a su hija, quien la espera junto con la abuela. Aborda el primer taxi que encuentra. Uno de color amarillo. “Tda. Vía Expresa”, se observa en el cartel colocado en la luna delantera del colectivo. Despreocupada, pero con un fugaz presentimiento, sube al vehículo. Otras personas ya estaban adentro. Dos delante, el chofer y el copiloto; y dos hombres sentados en los asientos traseros. Uno de los que parecía ser un inocente pasajero se baja para decirle a Cecilia que entre primero, para encontrarse así en medio de lo que sería una trágica experiencia.
El taxi avanza por el tráfico caótico de Lima. En un momento, un desvío alerta a Cecilia y trata de visualizar dónde se encuentra. “Cállate, cállate porque si gritas te metemos un balazo. Si cooperas no haremos nada”, le advierte la persona que la apuntaba con un arma. “No tengo nada”, les responde la víctima como el primer instinto que su miedo le permitió. Todos los pasajeros del vehículo eran testigos y cómplices de aquel atraco que duró más de seis horas. “Me dieron mil vueltas, pensaron que tenía dinero en mis tarjetas, pero yo solo tenía S/100 en efectivo”, recuerda.
Mientras tanto, en casa los familiares se encontraban preocupados por el paradero de Cecilia. “Ella salía del trabajo y si se demoraba avisaba, eran más de las 12 y no llegaba”, comenta Yolanda, madre de Cecilia. Ella también había sido víctima de hurto agravado, pero prefiere no brindar su declaración para no revivir el amargo momento. Usted lector, deduzca el dolor que esto implica para la víctima.
En el colectivo, las horas pasaban lentamente. El miedo recorría cada parte del cuerpo de la desaparecida. “Yo solo les repetía que tenía una hija que me esperaba en casa, que por favor no me maten”, recuerda Cecilia las palabras que repetía con la voz quebrada y lágrimas en los ojos. A altas horas de la madrugada, los delincuentes la dejaron por un distrito que no recuerda. Las calles solitarias y cubiertas de neblina aumentaban el temor, pues sin un sol ni teléfonos móviles por esos años, poder ubicarse era mucho más difícil. Con todo en contra, Cecilia volvió a casa, pero nunca denunció el hecho. “Se quedaron con todas mis pertenencias y con mi DNI, podían encontrarme y hacerme algo peor. No quise hacer nada”, remarca.
Lo cierto es que aunque la percepción de inseguridad es casi generalizada entre los peruanos, pues más del 80% perciben que pueden ser víctimas de la delincuencia. Solo un 15% de las víctimas de un hecho delictivo hace la denuncia. La razones son conocidas. Las represalias son factores que desmotivan a una víctima, pues experiencias como las de Cecilia abundan. Por ello pocas mujeres están dispuestas a hablar. Actualmente, rastrear estos casos delictivos o encontrar a personas desaparecidas debería ser más fácil. Como ya lo dije, debería.
No hay pero que valga
Hace algunos años, la práctica de colocar pequeños carteles impresos en los postes de las calles ha sido ligeramente reemplazada por la digitalización. Es tristemente usual ver como imágenes de mujeres desaparecidas son compartidas por diversos usuarios en redes sociales con la esperanza que la persona vuelva a su hogar. Aunque en ocasiones regresar a casa les puede tomar días, semanas, meses y años, quizá.
Hace unos días, tuve la dolorosa ocasión de publicar un aviso que daba cuenta de una persona desaparecida. Eso tras un mensaje de alerta que me advierte la desaparición de una amiga, de quien no se tenían noticias desde las nueve de la mañana de ese mismo día, horario en que abordaba el transporte público para ir a trabajar Sin embargo, por azares de la vida y coincidencia que nadie entenderá jamás, esa mañana abordó un taxi y la historia la podrá inferir. “Cuida a mi hija”, fue el último mensaje que ella escribió a un amigo, este alertó a familiares y amigos. Es así que la búsqueda empezó.
El nombre de la víctima de este suceso no podrá ser revelado por motivo de protección, pues tiene miedo a sufrir represalias. Cabe precisar que esta mujer estuvo secuestrada desde las 9 am. hasta las 11 pm. por un sujeto que se hizo pasar por un chofer de taxi. Actualmente, ella se encuentra estable, a pesar de haber sido drogada por el asaltante, quien buscaba retirar dinero de sus tarjetas de banco.
Esta modalidad no es nueva. Aunque se ha vuelto más frecuente con los años. Hombres y mujeres son víctimas de este delito. Sin embargo, debido a que la mayoría de las denuncias por desaparición apuntan hacia las mujeres, casi el 70% de ellas corre el mayor riesgo.
La mayor parte de las denuncias de mujeres desaparecidas está relacionada con feminicidios, violaciones sexuales o trata de personas. Por esta razón, “en teoría” una iniciativa del Ministerio del Interior ha desarrollado medidas para la inmediata atención de denuncias, difusión, investigación, búsqueda, ubicación y uso de mecanismos tecnológicos para la organización y difusión de información sobre los casos de desaparición de personas.
Confiada por esta información acudí a la comisaría más cercana a mi domicilio para denunciar la desaparición de la mencionada amiga, pues en ese momento todos pensábamos lo peor. Los familiares ya estaban denunciando el hecho, así que cuando llegué observé a la mamá de la víctima conversando con los policías, pero uno de los oficiales repetía “no es que no queramos tomar la denuncia, pero…”. Familia y amigos de la víctima continuamos repitiendo que debían hacernos caso, pues sin denuncia no se podía ni ir a los medios de comunicación ni acceder a las cámaras del lugar donde fue vista por última vez. En situaciones como esta, conociendo la realidad de nuestro país y la alta tasa de feminicidios y secuestros a mujeres ¿habrá un pero que valga?
Al llegar a la comisaría, entendí que no todo es como parece y que algo tan sencillo como explicar que una mujer había desaparecido no era suficiente para que los policías ayudaran. Entendí por qué la confianza en esta institución es del 19% entre la población. No hay confianza en las fuerzas policiales y la estadística pasó a ser parte de mi experiencia. Luego de esto, fui parte de esta misma cifra.
Tras insistir por más de una hora y de oír los llantos desesperados de la mamá de la entonces desaparecida, la policía actuó. Hicieron efectiva la denuncia, que por ley correspondía, pues ya no es necesario esperar 24 horas para exponer este hecho. A pesar de que estas dos mujeres de las que he hablado en este texto pudieron llegar a casa, según la Defensoría del Pueblo, solo en el 2021 se advirtió que, en promedio, 16 mujeres desaparecen por día.
De acuerdo con el Sistema de Búsqueda de Personas Desaparecidas del Ministerio de Interior y según el reporte titulado «¿Qué pasó con ellas?» unas 2007 adultas y 3897 niñas y adolescentes fueron reportadas como desaparecidas el año pasado. El Perú registró 146 feminicidios en el 2021, de los cuales 39 involucraron desaparecidas.
Por estas razones, los «peros» no existen cuando se reporta a una mujer desaparecida, o no deberían existir. Sin embargo, mientras la minimización de estos hechos o la indiferencia siga presente entre las autoridades, tendremos que seguir viviendo con el miedo de ser la próxima víctima contabilizada en un cifra. La cicatriz de saber que podemos ser una más de las estadísticas es aterradora.
*Escrito por Gabriela Coloma/INFOREGIÓN.