La idea del efecto invernadero era ya conocida en la década de 1820, sin embargo, nadie había podido demostrar físicamente como ocurría o qué efectos tenía esa misma en el planeta. 36 años después, fue la investigadora y científica Eunice Foote, que además era activista por los derechos de la mujer; la primera en mostrar cómo podría funcionar realmente.
Para ello, usó una bomba de aire con la que llenó cilindros de vidrio con diferentes gases, uno de ellos con dióxido de carbono (CO2) y los expuso a la luz solar. En este último, Foote observó que el cilindro se había calentado mucho y, “al retirarse, se enfrió muchas veces más” y que “una atmósfera de este gas le daría a nuestra Tierra una temperatura alta”. Estos resultados sugerían ya en 1856 que el CO2 y el vapor de agua atrapan el calor más que otros gases lo que demostraba los efectos potenciales que podrían suceder en nuestro clima si este fenómeno ocurría. Eunice Foote había dado con la clave del cambio climático y nacía, entonces, la ciencia que lo estudia.
Foote fue más lejos y en agosto de ese mismo año, quiso presentar sus hallazgos en la Octava Reunión Anual de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia (AAAS), una sociedad científica estadounidense, en Albany (Nueva York). Pero en la época, no se permitía que las mujeres presentaran informes en la AAAS así que lo hizo Joseph Henry, un profesor del Smithsonian Institute, en su nombre. Desafortunadamente, ni el documento de Foote ni la presentación de Herny se incluyeron en el acta y sólo fue reportado en un artículo de página y media en la revista de la AAAS, la American Journal of Art and Science.
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