Brasil: “No hablo con los garimpeiros”

Los yanomami son aproximadamente 35,000 personas que ocupan un territorio que se extiende de ambos lados de la frontera entre Brasil y Venezuela. La Tierra Indígena Yanomami (TIY), establecida por ley en 1992, tiene una extensión de más de 9.5 millones de hectáreas entre los estados brasileños de Roraima y Amazonas. Como parte de su política fuertemente anti-indígena, el presidente Jair Bolsonaro la mira con creciente molestia. Mientras tanto, la Fundación Nacional del Indio (FUNAI), fuertemente debilitada por el nuevo gobierno, no defiende a la TIY de las invasiones de miles de garimpeiros (mineros ilegales) que están destruyendo el territorio y la selva amazónica, lo que genera contaminación por mercurio, violencia y enfermedades en la población indígena.

En el 2004, el líder yanomami Davi Kopenawa fundó la organización Hutukara, una de las siete que operan en la TIY, con el fin de garantizar los derechos de su pueblo a la tierra y a la salud. Su libro autobiográfico La caída del cielo, publicado en el 2013, reivindica la lucha de los yanomami por sus derechos y su dignidad.

Paolo Moiola, colaborador de Noticias Aliadas, conversó con Kopenawa sobre su experiencia y la situación de su pueblo.

Su libro La caída del cielo ha sido traducido a varios idiomas. ¿Cuál era su objetivo cuando lo escribió?
El libro La caída del cielo fue escrito por mí, pero en nombre del pueblo yanomami. Para estudiantes, antropólogos, profesores; para mostrar una manera de pensar diferente, la del pueblo yanomami. Una parte de los blancos nos considera como animales, como salvajes. Yo he querido demostrar mi sabiduría, para mostrar nuestro camino desde el principio del mundo [según la cosmogonía yanomami]. A través de esas páginas he querido ir al encuentro de los que no nos conocen. Demostrar que el yanomami es sabio: sabe pensar, sabe hablar, sabe contar la historia del mundo y del bosque. Es un libro escrito para ustedes que viven en las ciudades y que no conocen el bosque y a los yanomami.

Hutukara, la organización yanomami que usted dirige, ¿qué objetivos persigue? ¿Cómo se financia?
Hutukara defiende los derechos del pueblo Yanomami. A la asociación le va bien; está funcionando. Tiene poco dinero, pero trabaja con contribuciones de Rainforest Alliance, la Embajada de Noruega y otros apoyos que vienen de fuera. Es Brasil el que no da nada.

Uno de los cometidos de Hutukara es la defensa de la tierra indígena de los yamomami. ¿Continúan las invasiones?
Es una lucha que no terminará: hoy salen de nuestra tierra, pero mañana vuelven. Los garimpeiros portan enfermedades: malaria, tuberculosis. Y además enfermedades sexuales de los que llegan sin mujeres y se van con las nuestras. Envenenan el agua. Traen bebidas alcohólicas.

¿Alguna vez ha tratado de dialogar con los garimpeiros?
No hablamos. No quiero discutir con ellos. No hablo con los garimperiros. No hablo con invasores.

En el campo de la salud está la Secretaría Especial de Salud Indígena (SESAI), dependiente del Ministerio de Salud.
La SESAI es un órgano del gobierno federal y no de los indígenas. Es cierto que los responsables reciben mucho dinero de Brasília, pero lo roban, no lo utilizan para la salud de los indígenas. Así funciona el mundo de los blancos. Y los políticos siempre metidos.

En La caída del cielo, los invasores que usted dice recordar de niño son misioneros de la organización estadounidense New Tribes Mission. ¿Cómo se comportaron con ustedes?
Los misioneros que han entrado en nuestra tierra nunca han trabajado bien. Han venido solamente a aprender nuestro idioma y nuestros conocimientos originales.

En territorio de los yanomami, en algunas aldeas hay misiones de la Missão Evangélica da Amazônia (MEVA), también de origen estadounidense. ¿Qué nos puede decir de ella?
Que los pastores de la MEVA nunca nos han ayudado. Se quedaban con los brazos cruzados mientras nosotros luchábamos y sufríamos. Son amigos los que trabajan con los pueblos indígenas. Por ejemplo, el [no gubernamental] Instituto Socioambiental (ISA) y la diócesis de Roraima, pero también todos los que defienden la naturaleza. Lamentablemente, sin embargo, la mayoría de los blancos no son amigos. No les interesa saber de nosotros.

¿En este juicio negativo también entran los misioneros católicos de Catrimani (Roraima)?
La Misión Catrimani lleva con nosotros muchos años. Es la única que respeta nuestra cultura. Respeta la religión de los xapiri y de nuestro creador, que se llama Omama. Recuerdo en particular a Mons. Aldo Mongiano [misionero de la Consolata, fue obispo de Roraima de 1975 a 1996. Tuvo muchos problemas con los políticos y hacendados locales debido a su proximidad con los pueblos indígenas] que nos ayudó e hizo un buen trabajo con nosotros. Juntos sufrimos y juntos recibimos amenazas.

Fuente:

Noticias Aliadas