Es imprescindible que el Gobierno de Bolsonaro haga todo lo posible para evitar empeorar una situación que, en muchos casos, era ya dramática antes de la crisis.
A lo largo de la historia, los pueblos indígenas han pasado por experiencias similares. En los últimos siglos se han enfrentado a varias epidemias y han sido testigos de cientos de miles de muertes, además de otros impactos inimaginables para nosotros, ya que tienen otras cosmovisiones, otras formas de experimentar la vida y la muerte.
En este momento, dada la posibilidad de ser infectados por el virus, muchos de estos traumas están aflorando en su memoria colectiva. Por lo tanto, es necesario dialogar con los pueblos indígenas para no hacer que los desafíos actuales sean aún más devastadores.
La advertencia de la antropóloga Sílvia Guimarães, profesora de la Universidad de Brasilia (UnB) y experta en salud indígena, revela que el coronavirus potencia aún más vulnerabilidades impuestas a las personas de Brasil desde el violento proceso de colonización.
Según ella, los pueblos indígenas viven permanentemente en estado de alerta, no solo por lo que enfrentaron en el pasado sino también por las adversidades presentes en su vida diaria: “Estos pueblos presentan algunos de los peores indicadores de salud en el país. Especialmente notable es la curva de suicidio, las tasas de diabetes, enfermedades respiratorias y mortalidad infantil, que es la más letal en Brasil”.
Según los datos preliminares de la Secretaría Especial de Salud Indígena (Sesai), que la agencia considera subestimada, al menos 591 niños indígenas de entre 0 y 5 años murieron en 2018. Estas condiciones de vida precarias y la falta de acceso a la salud se agravan aún más por el racismo histórico y la grave negligencia de las autoridades en todos los ámbitos públicos con los pueblos indígenas.
Más allá de las vulnerabilidades
Una pandemia como la que estamos viviendo provoca una interrupción repentina en la vida de toda la humanidad. Sin embargo, se vive de forma diferente dependiendo del grupo social , dependiendo de una amplia gama de factores. Las medidas preventivas para las clases medias urbanas “blancas”, que pueden trabajar desde casa, por ejemplo, son completamente diferentes de las necesarias para los mundos indígenas.
Estos pueblos indígenas tienen semejanzas y aspectos comunes con otros sectores de población vulnerable, como falta de saneamiento, y disponibilidad de agua potable, desigualdades de tipo económico (imposibilidad de vender artesanía y otros productos como castañas, pimientos, hongos o chocolate) o la dificultad para acceder a los beneficios sociales.
Otras vulnerabilidades son de tipo geográfico, ya que habitan en áreas remotas con dificultad de acceso a asistencia médica u hospitalaria. En el caso de las ciudades, al vivir en las zonas periféricas, también tienen limitaciones para el acceso a la red de atención médica.
También deben tenerse en cuenta los aspectos culturales y espirituales. El pueblo yanomami, por ejemplo, tiene un ritual funerario muy específico, y decidió recurrir en los tribunales por el hecho de que un adolescente víctima del coronavirus fue enterrado sin que sus padres fueran informados.
“El funeral es la ceremonia más elaborada para los yanomami. Una persona muerta no puede ser enterrada, y solo puede ser tocada por miembros de la familia. Los yanomami lo incineran y sus cenizas se consumen. Debe llegar al mundo de los muertos, donde solo los chamanes pueden entrar.
Mientras este cuerpo está flotando en el mundo, debido a que este rito no se ha realizado, estará cerca de sus parientes y puede llevar a otros con él”, explica Sílvia, revelándonos una percepción especial de la muerte, que cuando se ignora trae consecuencias para todas las personas.
Otra situación que revela la necesidad de tratar a los pueblos indígenas con especial atención se presenta en un artículo escrito por la antropóloga y profesora del Museo Nacional de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ), Aparecida Vilaça. Ella dice que los Wari, también llamados Pakaa Nova, que viven en Rondônia, no entienden, o no apoyan, la idea de la distancia social.
Para ellos y ellas, los cuerpos continúan comunicándose incluso sin contacto directo entre ellos. Entre las décadas de 1950 y 1960 las epidemias de gripe y neumonía diezmaron a más de la mitad de la población y los Wari consideraron que “un paciente abandonado, sin atención, sería llevado más rápidamente al mundo de los muertos, por lo tanto, molesto con los vivos por no cuidar a sus parientes, los muertos vienen a buscarlo”.
Brasil necesita escuchar a los pueblos indígenas
Según la antropóloga Sílvia Guimarães, “la nueva realidad que impone esta pandemia requieren diálogo, requieren negociación con los pueblos indígenas. No es posible ignorar su conocimiento indígena.
Necesitan ser escuchados por el Estado brasileño”. La propia Organización Mundial de la Salud (OMS) afirma que las medidas de prevención y atención, incluida la ordenanza que determina qué hacer con los cuerpos, deben ajustarse en lugares como América Latina.
Según su experiencia, Sílvia considera que la lógica biomédica debe incorporar en sus protocolos la intermediación, la escucha activa y la acogida. “Los pueblos indígenas están abiertos a escucharnos. El mundo blanco piensa que posee la verdad universal. Por el contrario, ellos escuchan el samaúma, el pez, el río. Es necesario tomar en serio a los pueblos indígenas. Es precisamente porque no los escuchamos que ocurren estas tragedias. Las consecuencias de nuestro estilo de vida perverso son graves”, concluye Sílvia.
No hay duda sobre lo delicado del momento que está atravesando toda la sociedad brasileña (y en todo el mundo). En este sentido, es necesario considerar la deuda histórica que Brasil tiene con los pueblos indígenas y no escatimar esfuerzos para cuidar efectivamente a estas poblaciones (y a todas las poblaciones vulnerables), con el respeto que merecen, garantizando su supervivencia y bienestar.
Fuente: Greenpeace