Lo llamaban Apaktone, en la nueva grafía harakbut, apagntonë, papá sabio-anciano, y aunque había nacido en tierras muy lejanas y desconocidas, los habitantes de las riberas de los ríos Madre de Dios, Tahuamanu, Heath, Malinowsky, Colorado, Manu, Iñapari, Candamo y otros afluentes, lo consideraron como uno de los suyos.
Fray José Álvarez Fernández (1890-1970), misionero dominico nacido en la localidad asturiana de Cuevas, España fue, durante los 53 años que radicó en nuestro país, el mejor amigo de los indígenas madrediosenses, un padre bueno, un apaktone o papachi.
Ordenado sacerdote en 1916, Apaktone arribó al Perú un año después, en medio de la Primera Guerra Mundial, para partir de inmediato a Puerto Maldonado e iniciar en sus bosques un largo magisterio que solo sería interrumpido con su muerte, sucedida en 1970, cuando frisaba los ochenta años de edad.
Fray José, Apaktone, sin saber nadar y siendo bastante miope y de frágil contextura, recorrió la selva de Madre de Dios en todas sus direcciones: tanto que no resulta exagerado decir que no hubo trocha, quebrada, río, cocha que fuese desconocida para él. Su vida fue un continuo ir y venir por las selvas del departamento para llevar alivio a los más necesitados.
De trato afable y conciliador, de semblante siempre risueño y voz cordial, el misionero dominico se convirtió en el favorito de las poblaciones a las que supo llevar su mensaje de paz en una época para la región de profunda convulsión social y beligerancia producto del abusivo trato que caucheros y comerciantes habían impuesto sobre la población, mayoritariamente indígena.
Apaktone llegó hasta ellos, los desposeídos de la tierra, para calmar odios y allanar las barreras que impedían el contacto. Aprendió las lenguas de la región y recorrió todos los caminos y ríos que solían utilizar los más humildes. “Mis primeros contactos fueron con los huarayos, dijo alguna vez, luego con los toyeri e iñapari y en 1940 con los mashcos del río Colorado, hasta entonces considerados feroces”.
Fray José llegó a hablar y dominar varias lenguas, dejando como legado para la posteridad diccionarios y gramáticas que todavía se usan. Conoció el hambre y todas las privaciones. Experimentó multitud de sufrimientos y decepciones, fue víctima de las mismas enfermedades que sufrían los hombres y mujeres a los que les tendía la mano. Considerado loco por los enemigos de la misericordia y la interculturalidad, fue un santo, un adalid de la justicia y el amor al prójimo.
En 1930 fundó la misión ese eja, del Lago Valencia, cerca de la frontera con Bolivia. Diez años después, en 1940, otra vez en medio de una nueva conflagración mundial, Apaktone fue el guía más autorizado de la expedición antropológica Wenner-Gren, la misma que intentó tomar contacto con los mashcos de los ríos Madre de Dios y Colorado.
Su profundo conocimiento del río Madre de Dios motivó que la Sociedad Geográfica de Lima lo nombrara miembro de la institución. Por entonces Apaktone traslada su trabajo al territorio del pueblo indígena harakbut, quienes lo siguen recordando como al padre bondadoso y firme que evitó su exterminio.
La actual misión de San Miguel de Shintuya, en el Alto Madre de Dios, fue su última gran contribución misionera. En 1963 el Perú reconoció su contribución patriótica al ser condecorado con la Gran Cruz al Mérito por Servicios Distinguidos en el grado de Comendador.
Tiempo después, el 19 de octubre de 1970, muere al lado de los miembros de su comunidad. En el año 2000 se inició su proceso de beatificación.
Texto de Wili Reaño.