Los 8 colombianos se preparaban para almorzar, cuando agentes del nuevo escuadrón caza sicarios ‘Génesis’ les cayeron encima. El dato que había recibido la Policía era que en una casa de la urbanización Las Colinas de la avenida Dominicos, una de las zonas más bravas del Callao, se refugiaba un grupo de sicarios dedicados a la extorsión y al alquiler de plomo.
El reto era pescarlos sin que se produjeran bajas que lamentar. Un experimentado detective comentó que los sicarios solo bajan la guardia cuando comen.
Los atraparon sin disparar un solo tiro y con el estómago vacío, el lunes 15, a las 2 p.m.
Sus edades oscilan entre los 18 y 36 años. Algunos están en el Perú desde hace un año. Otros arribaron hace poco menos de un mes.
Proceden, en su mayoría, de Medellín, la tierra del famoso capo Pablo Escobar Gaviria.
En su guarida chalaca, la Policía encontró tres armas de 9 milímetros cañón corto y 5 motos lineales de similares características.
Fue el cártel de Medellín, de Pablo Escobar, el que patentó la modalidad de los sicarios motorizados, en la década del 80.
Pronto estos asesinos a sueldo se hicieron tristemente célebres y no tardaron en arribar a países como México, Bolivia y Perú.
En los primeros interrogatorios al que fueron sometidos, los colombianos negaron dedicarse al sicariato. Aseguraron que son “prestamistas de dólares”, pero algunos de ellos entraron en contradicciones cuando se les pidió que explicaran cómo obtenían el dinero.
Hoy la frase “te mando la moto” es tan popular como la cumbia y no conoce de límites.
La División de Homicidios no descarta que uno de estos colombianos esté relacionado con el asesinato a balazos de un colombiano en el corazón de Miraflores, el jueves 11.
Se espera la “homologación” de las armas decomisadas en el Callao y los casquillos recuperados en la escena del crimen para despejar incertidumbres.
CUMBIA DE BALAS
El crimen se produjo apenas un día antes de la presentación del premier Juan Jiménez en el Congreso para responder precisamente sobre temas de Seguridad Ciudadana (ver nota aparte).
Eran las 12 y 30 a.m., cuando un sicario disparó 7 balazos contra el auto Volkswagen plateado Bora, de placa C2G-334, en la cuadra 8 de la avenida La Paz, a escasas cuadras de Larcomar.
El vehículo era conducido por el colombiano Jhon Guevara Duque (38). A su lado viajaba César Montoya Mahecha (34) y atrás, Juan Carlos Daez (28), ambos igualmente de nacionalidad colombiana. Los tres venían de comer empanadas de carne en el restaurante Tanta y se dirigían al departamento de Montoya en la misma avenida La Paz.
La versión que maneja la Policía es que, aprovechando que el auto se encontraba detenido por el tráfico, un solo sicario se acercó al Volkswagen y disparó al asiento del copiloto sin que le temblara la mano.
Montoya recibió 6 impactos mortales en la cabeza, cuello y pecho. El asesino no usó una ametralladora Mini Uzi, como informó la prensa.
En la escena del crimen se encontraron desperdigados casquillos calibre 38 de un arma 9 milímetros cañón corto.
El chofer no soltó el volante, pese a que una bala le atravesó el tórax. Siguió manejando hasta el hospital Casimiro Ulloa, donde Montoya falleció. Guevara y Daez, que resultó ileso, escaparon.
LA COCAÍNA
El colombiano Guevara alquiló hace 8 meses un departamento en el segundo piso de un exclusivo edificio ubicado en la 376 de la calle Melitón Porras, cerca del restaurante norteño Fiesta.
Pagaba una renta mensual de US$ 2,000 y vivía allí con su esposa, dos hermanos y una empleada doméstica, todos colombianos.
Abandonaron el departamento hace unas dos semanas.
Los propietarios del edificio no salen de su estupor. Han convocado a una junta de urgencia para reevaluar a los inquilinos.
La Policía sostiene que se trata de un ajuste de cuentas entre narcotraficantes colombianos. Existe una evidencia reveladora.
En el teléfono celular del colombiano asesinado se encontraron fotografías en las que aparecen montones de “ladrillos” de cocaína.
Montoya tomó fotos de la droga y también de numerosas congeladoras adquiridas en Saga e Hiraoka. Se sospecha que los colombianos planeaban acondicionar la droga en esos artefactos.
El mismo día de la balacera, la Dirección Antidrogas (Dirandro) intervino una conversación telefónica en la que un colombiano ordenaba “parar el embarque”. Aún no hay rastro de la cocaína.
El asesinato de Miraflores y la detención de estos 8 colombianos revela que el fenómeno del sicariato florece como hiedra venenosa.
El Perú ya no es solo el primer productor mundial de cocaína, por encima de Colombia. Ahora se lavan millones de dólares del narcotráfico y sicarios extranjeros perpetran asesinatos a plena luz del día, mientras que los grandes casos pasan ‘piola’ por el Poder Judicial.
¿No nacen así los Narcoestados? (Américo Zambrano, Álvaro Arce)
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