El Comercio. Esta semana se ha celebrado el Día de la Tierra, pero la verdad es que hay poco que celebrar.
Mientras por un lado los mandatarios de los países desarrollados asisten a pomposas cumbres en las que finalmente se niegan a suscribir tratados que reduzcan efectivamente la contaminación y otras medidas contra el cambio climático, en nuestro país se siguen practicando con escandalosa impunidad actividades formales e informales que envenenan ríos y afectan la integridad del medio ambiente y la salud misma de nuestros connacionales.
El Día de la Tierra, entonces, tiene que servir como un llamado de atención a las conciencias, sobre todo de los gobiernos y las autoridades para reparar en la gravedad del problema, un signo de nuestros tiempos. Los ciudadanos, en tanto, no pueden cejar en exigir su derecho de vivir en un ambiente limpio y sano.
Oro y minería informal
No hay tiempo que perder. Desde diversos frentes, científicos, tecnológicos, económicos, sociológicos y sociales, se ha explicado de modo exhaustivo cómo se inicia la cadena contaminante que ha puesto en agonía al planeta.
En primer lugar están los combustibles fósiles, altamente contaminantes, y en este punto el accidente de Fukushima en Japón ha significado un retroceso en la búsqueda de energías alternativas menos contaminantes (pero con otras serias contraindicaciones) como la nuclear.
De cualquier modo, el llamado es a reducir la quema de combustibles fósiles cambiando esquemas mentales y hábitos, para reducir el uso industrial y casero de hidrocarburos.
En el Perú es positivo que hoy tengamos un mejor panorama en reservas de gas natural, pero queda aún mucho camino por delante para cambiar la matriz energética, ampliar el gasoducto y seguir explorando para ampliar nuestras expectativas de consumo responsable, masivo y económico.
Sin embargo, hay otras formas de contaminar y perjudicar el ambiente que no podemos soslayar, como los relaves mineros y los pasivos ambientales de larga data, que esperan por una reacción firme y legal del Estado.
Luego, lo que sucede en Madre de Dios –y también en otros focos de extracción artesanal de oro como Tambogrande– es otra muestra de lo que pasa cuando se cae en el prejuicio de que se debe preferir la minería informal en tanto se sataniza la gran industria minera.
En torno a esta lacerante realidad, lo que la erradicación de dragas ha demostrado es que, detrás de los informales, hay mafias de extracción industrial que se burlan del Estado y de los ciudadanos y se saltan a la garrocha todas las obligaciones legales, tributarias y sanitarias que se exigen a las empresas constituidas.
Grave problema de salud pública
Como resultado, tenemos una erosión alarmante de nuestras reservas naturales y daños gravísimos al ecosistema, a los ríos y a las personas.
Según estudios del Centro Nacional de Salud Ocupacional y Protección del Ambiente para la Salud (Censopas), entidad que depende del Ministerio de Salud, se halló mercurio en 12 especies de peces de río que forman parte de la dieta regular de la gente en Madre de Dios.
En varios casos se ha superado la concentración máxima de mercurio permitida por la Organización Mundial de la Salud (OMS): 0,5 partículas por millón (ppm).
Así, la chambira tenía 0,7 ppm; la corvina 0,59 ppm; y el zorro 0,52 ppm, lo que quiere decir que el mercurio ha entrado en la cadena alimenticia.
De acuerdo con los expertos, la contaminación con mercurio es acumulativa y sus síntomas, que pueden aparecer en años, son problemas dermatológicos y respiratorios, dolores de cabeza y de estómago, temblores, etc.
Tal constatación no puede caer en saco roto, pues configura un grave problema de salud pública que exige la intervención inmediata del ministerio del sector.
Mas, las cosas no pueden quedar allí: el Perú, país rico en biodiversidad y reservas naturales, debe seguir redoblando esfuerzos para proteger y preservar el ecosistema, en lo que el Ministerio del Ambiente debe dar la pauta, de manera técnica y eficiente, para diseñar políticas integrales y no actuar de modo vacilante como en el caso del reglamento de los transgénicos.
No esperemos catástrofes mayores para recién actuar.