«Historias de espías»

El ex ministro del Interior Fernando Rospigliosi trata en su columna de hoy, «Historia de espías», publicada en el diario La República, sobre el caso de espionaje que envuelve a la confesa periodista peruana Vicky Peláez y su esposo ruso Mikhail Anatonoljevich, quien se hizo conocer como Juan Lázaro durante muchos años. Rospigliosi analiza la situación de ambos personajes y la de varios más que también se han visto comprometidos con esta actividad.

La República.  Vicky Peláez ha saltado a la fama internacional, probablemente de una manera no deseada por ella. La sorprendente historia de los topos rusos es inédita.

Ha habido muchos casos de espionaje descubiertos en los Estados Unidos y Rusia, pero es difícil recordar un número tan elevado de rusos encubiertos, ocultando su nacionalidad y haciéndose pasar por norteamericanos o uruguayos.

El otro hecho que llama la atención es el escaso nivel de información al que tenían acceso varios de los espías.

Todo indica que Vicky Peláez y su esposo, el ruso-peruano-uruguayo Mikhail Anatonoljevich Vasenkov, alias Juan Lázaro, no podían alcanzar ninguna información sensible. Aún integrando una red de apoyo logístico, su papel no era importante.

Incluso la atractiva Ana Chapman estaba marcada y difícilmente podía cumplir el papel de la famosa Christine Keeler, la amante del ministro de Defensa británico John Profumo y del espía ruso Yevgeny Ivanov, suceso famoso en 1963.

La Chapman, que no ocultaba su origen ruso, es hija del agente de la KGB Vassili Kushchenco, hecho que no podía pasar desapercibido para las agencias de inteligencia norteamericanas.

Un topo

El caso de “Juan Lázaro”, que llegó al Perú como uruguayo –obviamente con documentos falsificados por la KGB– en 1976, es el típico topo infiltrado por la inteligencia soviética de aquel entonces.

Los soviéticos tenían en esa época su principal base en Sudamérica en Lima. La dictadura militar izquierdista había comprado tanques, aviones, misiles antiaéreos y muchas armas a la URSS. La embajada soviética cobijaba a centenares de funcionarios, muchos de ellos agentes de inteligencia protegidos por la inmunidad diplomática.

Y, tal como lo muestra el caso de Vasenkov-Lázaro, también a topos encubiertos bajo pasaportes falsos, que complementaban la labor de los otros.

A mediados de los 80 el Perú había dejado de ser un país importante para la URSS y probablemente por eso trasladaron a Vasenkov-Lázaro a los Estados Unidos.

Inercia

Que los rusos espíen a los norteamericanos y viceversa no es novedad. Que lo sigan haciendo a pesar de que la guerra fría ha terminado, tampoco. En realidad, todos los países que pueden hacerlo espían a sus adversarios y a sus amigos.

Es famoso el caso de Jonathan Pollard, que espiaba a la Marina norteamericana por cuenta de Israel, a pesar de que son aliados y amigos.

Pero además del interés en conocer los secretos de los demás, también está la inercia de los servicios de inteligencia. Son organizaciones grandes, poderosas, con mucho personal y dinero, y con fuerte influencia sobre sus gobiernos.

Difícilmente los políticos están dispuestos a liquidar o reducir significativamente esas organizaciones. Siguen funcionando, pese a que sus objetivos son más limitados y sus resultados pobres.

En el caso de Vasenkov-Lázaro, estaba allí, tenía décadas en la organización, y seguía en la planilla, aunque al parecer sus servicios no eran relevantes.

Respaldo a Vicky

Vicky Peláez suscitó una ola de solidaridad en ciertos sectores, simpatía injustificada como se puede apreciar ahora. La defendían por ser peruana, como si el hecho de haber nacido aquí la convirtiera en una persona libre de culpas.

Sin embargo, también ha recibido críticas. Un periodista peruano que trabajó en La Prensa con Vicky Peláez, entrevistado por Chema Salcedo y Milagros Leyva en RPP, fue muy duro.

Dijo que “escribía con la izquierda y cobraba con la derecha”, aludiendo a la Rusia de Vladimir Putin, que le pagaba. Y añadió que los rusos eran muy generosos porque habían entregado a espías de nivel a cambio de “chauchilla”. (RPP, 9.7.10).

Un cubano que trabajó 15 años con ella en La Prensa de Nueva York, la describió en un blog como alguien de “fuertes contrastes de carácter: agria y fanática a rabiar la mayoría de las veces; ingenua y dulce las menos” (Miguel Ángel Sánchez, 2.7.10)

Respecto a sus artículos dice que “su lenguaje era soez, de barricada y hedor de albañal, con terminología marxista muy pasada de moda”.

Y agrega que “lo escandaloso, sin embargo, era que en numerosas ocasiones dichos artículos eran dictados telefónicamente por su marido Juan (Juancho) Lázaro, o sencillamente copiados de cualquier otro lugar. (…) Hace unos dos años, Peláez fue suspendida de empleo y sueldo en el diario tras comprobársele que muchas de sus crónicas eran plagios”.

Finalmente la coartada de que era una perseguida política se derrumbó, al aceptar los esposos Vasenkov-Peláez su culpabilidad. A fin de cuentas, no se trataba de ideología o política, sino de dinero, porque nadie puede pensar que el gobierno ruso es de izquierda, como se proclamaban Vasenkov-Peláez.