El Comercio. Al cumplirse un año de los lamentables y aciagos sucesos de Bagua, los peruanos percibimos que si bien esto marcó un punto de quiebre en la política y la identidad peruana, aún estamos en proceso de dilucidar lo que realmente pasó.
De primera intención, repudiamos los hechos de cruenta violencia que causaron 34 muertos, 24 de ellos policías, y cuyos responsables finales siguen sin ser señalados. ¿Qué hicieron el Gobierno, el Congreso y la clase política para evitar esta tragedia y para sancionar a los responsables, hasta ahora impunes? Lo que esto ha demostrado, con comisiones investigadoras inconclusas, es una enervante incapacidad de los poderes del Estado para afrontar, antes y después, esta crisis social y política.
Los errores de apreciación, del lado gubernamental, fueron garrafales. Faltó no solo una estrategia clara y de coordinación de los mandos policiales, sino también una reacción oportuna y proporcional de los estamentos legislativos y ejecutivos para explicar los alcances y limitaciones de los decretos legislativos sobre explotación de recursos naturales vinculados a la implementación del TLC con Estados Unidos.
Por su parte, los líderes de las comunidades selváticas, con la Aidesep (Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana) a la cabeza, se arrinconaron en una postura radical, que exigía la derogación o nada, cuando lo necesario era tender puentes de diálogo y distensión, que hasta hoy nos resulta difícil construir.
En cuestión: Identidad y Estado
Dicho esto, es innegable que los sucesos de Bagua nos hicieron redescubrir un mundo aparte, el de las comunidades de la selva, que habían sido históricamente postergadas. Nos percatamos, así, de que somos una nación en proceso de construcción, con una identidad que dista mucho de ser englobante y unificadora, meta hacia la que debemos reencauzar nuestros esfuerzos.
El problema, finalmente, no sería tanto de índole económica —en lo que estamos avanzando en términos generales— sino más bien social, con fuertes ingredientes de exclusión y desentendimiento entre peruanos, que nos debe llevar a una profunda reflexión.
Hay que repensar seriamente las características del Estado Peruano moderno que queremos refundar y que debiera compaginar la tradición democrática con la economía social de mercado, pero también con los derechos ancestrales de los peruanos originarios. Tenemos que mirar aquí el desarrollo de otros estados con situaciones similares, en lo que pueda servirnos y aplicar a nuestra peculiar realidad.
Se trata de una monumental pero imprescindible tarea, que podría implicar reformas cruciales, cuyo urgente debate debe ser asumido responsablemente, fuera de cualquier agenda politiquera o ideologizada, por el Congreso y por los representantes de las comunidades y la sociedad civil.
Construyendo puentes
Como podemos ver, son muchas las lecciones por aprender de los sucesos de Bagua. Lo primero es que somos una nación multicultural, pero también centralista, que debe trabajar mucho para descentralizarse e integrar a todos los peruanos, con una visión de respeto a las comunidades rurales y ancestrales.
La nueva ley del derecho a la consulta previa, aprobada por el Congreso y a la espera de la firma del presidente Alan García, resulta fundamental en el objetivo de institucionalizar el diálogo al dar cauces de participación formal para que las comunidades expresen sus preocupaciones y su parecer respecto de proyectos de exploración o explotación de recursos naturales.
Luego, si por un lado resulta importante que los líderes de las comunidades entiendan la trascendencia de esta ley y que no pueden actuar de manera radical sino agotar todos los mecanismos de diálogo, del otro lado y con el mismo énfasis, debemos invocar a la empresa privada a actuar en un marco de respeto a la ley y del medio ambiente y dar prioridad al diálogo en cada caso.
La experiencia de la Defensoría del Pueblo para detectar y desactivar conflictos tiene que llevarlos a entender que la responsabilidad social con las comunidades, más allá de una obligación ética y “políticamente correcta”, es un eje fundamental del emprendimiento económico, tan necesario para crear riqueza en el país.
Queda mucho por hacer para sanar y cerrar definitivamente las heridas que dejó Bagua, pero debemos seguir avanzando en saber lo que pasó y en acercarnos más, con apertura y tolerancia, entre peruanos. Ese sería el mejor homenaje a las víctimas. Lo irresponsable sería decir que aquí no pasó nada o continuar culpándonos unos a otros.
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