Octavio Salazar, otro ministro del Interior inolvidable

Espacio Compartido. Sería injusto que la historia recordase a Octavio Salazar sólo por la extraordinaria invención de los pishtacos. Es cierto que es su obra cumbre. Convirtió el descubrimiento de un frasco de grasa humana en casa de un sicario recién capturado, en el asesinato masivo de 60 personas a lo largo del Huallaga y el VRAE, para vender grasa humana a US$ 15.000 el frasco, a una banda de traficantes internacionales.

Esta maravilla creativa deja, en comparación, la capacidad inventiva de García Márquez, al nivel de la de un burócrata aburrido que redacta un oficio pidiendo más papel para la impresora.

Salazar ha aportado otras joyas. De las que más me gustan. “Solucionó” el problema de los “marcas” – los que roban a los que sacan mucho dinero en efectivo de los bancos- anunciando patrulleros en las puertas de los bancos para que se ofrezcan como taxistas y lleven a las personas que se los requieran a sus casas (Dicen que se planeaba quitar las sirenas de esos patrulleros, para que fuesen reemplazadas por una bandera que dijese LIBRE).

La más reciente es la de vigilar las costas peruanas durante el verano con policías en parapente. Están estudiando, todavía un mejor ajuste del quepí al viento de cola y formas de despegue anfibio luego de la intervención salvadora, pero quién puede negar que es una idea maestra, que entrará a los anales de la historia policial.

Sería injusto reducirlo a estas tres historias. Tiene muchas más y en este blog Gustavo Carrión ya ha ayudado a empezar el merecido recuento. (Dicen que Giuliani y Bratton, que se pasean por el mundo vendiendo a autoridades incautas fórmulas mágicas para acabar con la inseguridad, lo quieren en su equipo apenas deje Corpac).

Lamentablemente la seguridad no es broma y lo que hace las delicias de las caricaturas de los diarios y los programas cómicos de la radio y la TV es una tragedia para el país.

La seguridad se viene deteriorando, mes a mes y año tras año, algo que se ha acentuado de manera significativa durante el gobierno de Alan García, gracias a sus pésimos nombramientos y a la ausencia casi absoluta de coherencia en las acciones realizadas.

No digo en los planes y programas, porque éstos han estado ausentes por completo. ¿Nombraría García a su ministro de Economía o a su Canciller con la misma frivolidad con que ha designado a sus ministros del Interior? ¿Mantendría en el cargo, por tiempo indeterminado, a los mencionados ministros si hicieran las barbaridades que hacen los de Interior?

A todo esto se suma la ya híper comentada denuncia de las ejecuciones extrajudiciales de presuntos delincuentes en Trujillo. Un hecho de extrema gravedad, no sólo desde un punto de vista de derechos humanos, sino desde la perspectiva de la eficacia de las políticas de seguridad.

Está totalmente demostrado por la experiencia internacional que cuando se empieza con estas ejecuciones de delincuentes, el siguiente paso son los delincuentes armándose hasta los dientes y vendiendo cara su vida. Por otro lado, los policías ya vueltos delincuentes se integran más sistemáticamente a la lógica criminal.

La seguridad empeora y los tantísimos que hoy se entusiasman con que maten a otros (inocentes hasta que no se pruebe lo contrario, en cualquier sociedad civilizada) serán también directa o indirectamente víctimas de esta nueva violencia.

Como cuando se nombró y persistió con Cabanillas y Alva Castro, el problema no es Salazar, sino quien lo puso y mantuvo en funciones.