En marzo pasado el gobierno creó la comisión encargada de llevar adelante el proyecto del Museo de la Memoria. Ayer, desde Madrid, el presidente de la comisión, el escritor Mario Vargas Llosa, alzó su voz para denunciar los obstáculos a los que se enfrentan en su propósito de hacer realidad esta iniciativa: “Hay mucha hostilidad, sobre todo de los sectores más recalcitrantes que estuvieron vinculados a las matanzas; ellos no quieren que se documente algo que preferirían que el Perú olvide”.
Las expresiones de Vargas Llosa son fruto, imaginamos, de la molestia y desazón que deben sentir tanto él como el resto de los miembros de la comisión ante los ataques continuos al Museo de la Memoria y a ellos mismos. Recordemos que Salomón Lerner, ex presidente de la CVR y miembro de la comisión, ha recibido amenazas de muerte y es blanco permanente de una campaña de agravios y calumnias.
En la entrevista dada en su casa de Madrid a la Agencia France Presse, Vargas Llosa no dice a quiénes se refiere con “sectores recalcitrantes”, pero suponemos que su fastidio aumenta al comprobar cómo el proyecto que desarrolla es petardeado desde el interior del Ejecutivo, con el silencio complaciente del presidente Alan García.
Rey Rey ataca al Museo de la Memoria desde que inició su gestión como ministro de Defensa. “A mí no me hablen de museos, ni de memoria”, ha dicho a la prensa, con ese estilo que lo emparenta con los sectores “recalcitrantes” y con el fujimorismo.
Otro que ha convertido a este proyecto en blanco de sus críticas es el primer vicepresidente de la República, Luis Giampietri. Y en esa línea hemos visto, sorprendidos, cómo hasta el presidente del Comando Conjunto de las FFAA, general Francisco Contreras, se lanza contra las organizaciones de los derechos humanos. Sospechamos que cuando Vargas Llosa habla de “toda clase de obstáculos” debe incluir también a algunos representantes del Apra que actúan en la línea de Rey.
Qué distinto es lo que ocurre con el Museo de la Memoria de Chile, que debe inaugurarse el próximo año. Ante la pregunta de la prensa de su país de cómo se materializó el proyecto, Marcia Scantlebury, periodista de la Universidad Católica, encargada de la iniciativa, responde que se construye “porque tenemos una presidenta –también víctima de violación a los derechos– con una gran sensibilidad sobre este tema”. Luego agrega que en esa tarea han contado con el apoyo de todos los ministerios y que la propia Michelle Bachelet ha visitado los museos de la memoria que existen en Europa.
Que el presidente García realice un periplo similar al de Bachelet es pedir demasiado, pero por lo menos podría poner orden al interior de su casa (gobierno).
¿Cómo Vargas Llosa y los miembros de su comisión podrían acudir a los ministerios en busca de apoyo o de información cuando el segundo representante del Ejecutivo y uno de sus ministros ningunean y atacan este esfuerzo colectivo?
No vamos a insistir en la importancia que para la memoria del país tiene este Museo. Bastante se ha hablado ya de ello. Solo recordemos que en marzo pasado una encuesta de la Universidad de Lima reveló que el 74% del 63% que escuchó hablar del tema se pronunció a favor del proyecto.
El respaldo mayoritario proviene de los sectores sociales C-D-E. Es decir, los más pobres entienden mejor que un Museo de la Memoria, como dice Vargas Llosa, “es una manera de luchar contra la intolerancia, contra el fanatismo, contra la barbarie…”.
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