LORETO. Aquí muchos lienzos son efímeros. No hay muchas pinturas, pero la creatividad sobra. Desde hace años que la comunidad nativa de Paohyán no es lo que antes era. Por ejemplo, Reshin Jabe aún no pintaba. No tenía ni lápices ni lienzos no-efímeros. Dibujaba sus diseños kené con sus dedos en el suelo, que luego se borraban con la lluvia y el viento en una comunidad situada en los límites entre las regiones Loreto y Ucayali.
Luego, ella encontró el modo para que su arte que no se disuelva y quede para la posteridad. Esto no lo hacía solo para expresar el arte que tenía, y no la dejaba tranquila si no lo plasmaba, sino para subsistir. Hay mucho talento artístico poco divulgado en la comunidad, donde podría verse a los diseños kené como una oportunidad de desarrollo turístico cultural para salir de la pobreza. Veamos algunas historias acerca de lo que representa este arte aquí.
Una herramienta para el futuro
Acá todos tienen un nombre en castellano y otro en su idioma natal. Martin Ruiz (11 años) en idioma shipibo es Barin Soi, que quiere decir “Lindo Sol”, “Sol Luminoso” o “Hermosa Luz”. Sus abuelos Norka y Leonardo lo cuidan pues su madre falleció hace dos años. Las dos hijas de sus abuelos fallecieron hace unos pocos años, dejando ocho nietos menores de edad.
Norka, la “Tita”, tuvo que hacerse cargo de los menores mientras su esposo salía a trabajar, ya que aquí el sustento es diario. Con el objetivo de preparar a Barin Soi para la vida, Norka le enseñó distintas cosas. Entre ellas está algo que tal vez Martín aún no puede comprender en toda su complejidad: el ancestral arte del kené.
Además de hacer diseños, a Barin Soi le gusta dibujar las aves que observa en la comunidad nativa. Entre ellas, registra algunas especies de aguiluchos o de loros, también llamados bawas. La última vez no pudo terminar de dibujar porque el único lápiz que tenía se había acabado.
Norka le enseñó con el arte del kené lo que ella considera una herramienta para su futuro: “Si en algún momento me pasa algo, y se quedara el solo, tiene que saber cómo arreglárselas para subsistir económicamente y en el hogar. Por eso le he enseñado a bordar”.
Y fue así, que, entre telas pintadas e hilos de colores, Martín empezó a aprender los bordados y diseños kené de muchas formas, puntos y colores. Una tela negra de algodón pintada con barro se empieza a ver colorida con hilos fosforescentes que la atraviesan y con los que va creando caminos. A lo mejor estos lleven hacia algún lado.
El arte en Paoyhán existe, pero no va más allá del pueblo. Por eso no hay oferta ni demanda. Surgen ideas en la comunidad para llamar a voluntarios a cambio de estadía y turismo. Aquí no es como en la comunidad shipiba urbana de Cantagallo, en Lima. Aquí casi no hay artistas varones. Por eso es interesante ver a niños interesados en empezar a bordar y dibujar.
Abrazando los hilos
Al nacer Reshin Jabe (Olinda) en el cordón umbilical le colocaron gotas de piri piri al cortárselo. Esta es una planta muy conocida por sus propiedades en la medicina tradicional de nuestra Amazonía. Además, un familiar que era chamán le puso simbólicamente, y gracias al ayahuasca, una corona de kené en la cabeza.
Al crecer, Reshin Jabe veía diseños kené en todos lados. No podía dejar de dibujarlos en el suelo con sus dedos, pues muchos aquí son efímeros. Esperaba que no cayera la lluvia, pero esta llegaba. Como se dijo antes, aquí los materiales para hacer este arte son limitados. Hace años lo era aún más, por ello recogía papeles y los reutilizaba.
Además, recolectaba hilos para poder ver todos los diseños kené que aparecían en su mente. Se dio cuenta que era la única entre las niñas de su edad que veía estos diseños en las hojas, en el cielo o en los mosquiteros que cuelgan en las habitaciones.
Tras pensarlo mucho, decidió preguntar a su abuela por qué tenía esas visiones que muchas veces la llevaban a dibujar por naturaleza. Ella le respondió que era una niña especial, pero no entendió a qué se refería. Entonces, después de migrañas y demasiado estímulo mental y visual, Reshin Jabe acudió al chamán que le colocó la corona kené años atrás. Tras ser atendida, dejó de ver diseños por doquier y sintió alivio y libertad para expresarse sin tener que hacerlo desde la presión que había en su cabeza. El mosquitero dejó de marearla con kenés infinitos.
Y así siguió bordando y dibujando hasta que llegó un grupo de turistas a la comunidad. Ella era tímida y no quería acercarse a ninguno. Por entonces, andaba vestida con su shitunti, bordado por ella. A un turista le gustó el atuendo que ella portaba y preguntó al traductor dónde vendían ese tipo de telas. Sin embargo, como vimos esta era una creación única.
Fue así que el turista le ofreció a Reshin Jabe una cantidad de dinero para comprarle el shitunti, a lo que ella accedió. Esa era la primera vez que alguien valoraba su arte sin intereses personales de lucrar a través de este. Se percató que su shitunti había sido valorado no solo artísticamente, sino económicamente.
Tras ese episodio, le pidió a un médico tradicional, que viajaba periódicamente a Pucallpa, que le comprara hilos de colores. Esperó siete meses y este no regresaba. Reshin Jabe perdía la esperanza hasta que un día lo vio llegar a Paoyhán. Durante las noches se acostaba abrazada a sus hilos como una niña lo hace a su oso de peluche antes de dormir. Y así comenzó todo.
Hoy esta historia, y otras, se van generando como un camino a seguir para niños y niñas en la creación de un arte para existir y así suscitar un movimiento cultural desde la comunidad nativa de Paoyhán.
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