LIMA. Cantagallo queda en el distrito limeño del Rímac: Está lleno de diseños Kené que tienen memoria de la accidentada historia de la nación Shipibo-Konibo en la capital del Perú. Desde la pandemia, las nuevas generaciones y los aprendizajes ancestrales se han acercado como parte de una historia que se remonta desde hace más de dos décadas. Fue en el 2000 cuando se empezó a establecerse la primera comunidad indígena urbana en Lima.
Hablar de interculturalidad es hablar del arte. Y el primer sustento económico de las familias que viven en esta zona de la capital es ese, siendo poco a poco protagonistas en una ciudad que, sin embargo, no les abrió los brazos desde el principio.
Los diseños y patrones Shipibo-Konibo son un registro del mundo y a la vez contienen la potencia para transformarlo. De allí nace el arte del Kené. Esta palabra significa diseño, en shipibo, y es el lenguaje artístico por medio del cual se expresa el conocimiento ancestral de esta cultura. A través de los diseños se transmiten los sentimientos de quien los realiza y el conocimiento de los elementos de la naturaleza y sus espíritus.
Cabe citar que el arte Shipibo-Konibo es tradicional e inicialmente femenino. Pero con el pasar de los años, ha habido, por ejemplo en Cantagallo, un giro de género. Ahora, hay muchos más artistas varones que se dedican a hacer diseños kené y otras composiciones. En tanto, las mujeres se mantienen en el arte de la aguja e hilo, el pincel y las mostacillas.
Gracias a la iniciativa del pintor David Ramírez, líder del Colectivo Barinbabo (Hijos del Sol), se construyó la galería de arte de la comunidad en el 2020 llamada Soi Niwe (Viento Maravilloso). Este colectivo se mantiene como una organización juvenil en honor al artista Filder Agustín, que murió a causa del COVID-19.
Al entrar al taller-galería se pueden ver los diseños kené de los y las artistas. Lima, casi como la Amazonía peruana, también tiene presencia en sus obras. En el 2020, este taller-galería estaba hecho sólo con paredes de costales, hoy tiene acceso asfaltado y tiene paredes de cemento. Unos pasos más allá, se pueden ver los talleres de las madres artesanas de la comunidad, donde trabajan y exhiben sus obras.
En estos últimos dos años aparecieron diversas tiendas virtuales donde muchas personas voluntarias de la comunidad y fuera de ella participaron para vender el arte shipibo. Es importante no perder el significado. El nombre de una de estas organizaciones de mujeres muralistas y artesanas se llama Non Shinanbo (Nuestras Inspiraciones).
La realidad social que acompaña el trabajo del artista
Pero ¿Cómo se puede poner en valor el arte nativo, ignorando la calidad de vida de quienes lo realizan? Promover y preservar la diversidad cultural de nuestro país no significa que estos murales amazónicos se queden como detalles pintorescos de la capital.
Desde la comunidad Shipibo-Konibo de Cantagallo, Ronin Koshi (28) (@ronin_koshi) nos explica que la pandemia trajo muchos cambios. Los negativos ya los sabemos. Entre los positivos que ha notado es el enfoque cultural y artístico que tuvo la organización entre personas que, por la necesidad de las circunstancias, tomaron acción para el sustento de la comunidad. “Pasemos lo que pasemos, no olvidar nuestra cultura es lo que nos ha permitido salir adelante siempre”, afirma.
En tanto, Alviere (@alviere.mc25) (17) junto con Ronin y otros artistas jóvenes crearon hace tres meses el colectivo Shipi Style Crew. Es una convocatoria e iniciativa que se organizó para crear mediante música, tatuajes, baile, pintura, dibujo y otras expresiones culturales. Él empezó a tocar música en un taller hace siete años en la comunidad. Su papá tiene una banda de cumbia, que era el género que a él le gustaba primero, pero luego aprendió a hacer beatbox. En la comunidad hay una movida bastante grande de música urbana.
“Todo empezó cuando fuimos con tres primos (incluido Ronin) a hacer un mural pintado para un comercial en Punta Negra. Ahí nos dimos cuenta que se podía hacer cosas con el arte”, argumenta.
Frank Megía (@lilfeex) en su nombre shipibo, Micha Inu, tiene 18 años y es artista, también de Cantagallo. En sus dibujos y cuadros se puede ver una integración entre su generación, su estética y lo tradicional de esta comunidad amazónica. Es parte del colectivo creado por los chicos y también participa en la escena musical urbana del barrio.
A esto se agrega el problema de la propiedad del espacio que ocupa esta comunidad. Van dos décadas sin formalizarse. La suerte que tendrán los papeles que estipulan qué pasará con el terreno que ocupan y su título de propiedad es incierto. Hay luchas internas y externas en Cantagallo. Hay organizaciones que recolectan dinero para los servicios de luz y agua y para representar a la comunidad. Los vecinos quieren distintas cosas y hay desacuerdos entre las organizaciones. Estas son Ashirel (Asociación de Shipibos Residentes en Lima ), Akushikolm (Asociación de la Comunidad Urbana Shipibo-Konibo de Lima Metropolitana) y Ashil (Asociación de Vivienda de Shipibos en Lima).
Uno de los chicos afirma que hay cierto machismo en la organización de la comunidad y la manera en que se da importancia y relevancia a las madres artistas y artesanas de Cantagallo y su rol allí. “Sin ellas nuestro arte no sería visible en la ciudad”, argumenta. La razón de esta frase es que, hace poco más de dos décadas, cuando las familias de este barrio llegaron a Lima, las madres artistas salían a vender sus obras y productos elaborados a mano. Además de ser un modo de subsistencia en la ciudad, fue una manera de visibilizarse.
“Sin ellas [mujeres artistas de Cantagallo] nuestro arte no sería visible en la ciudad”
En el año de inicio del estado de emergencia sanitaria en Cantagallo vivían 2000 personas que ahora solo disponen de 20 baños portátiles. Residen de manera estable un aproximado de 240 familias. A ellas hay que sumar las personas migrantes que son población itinerante: trabajan temporalmente en la capital, luego regresan o planean volver a sus lugares de origen, la mayoría de Ucayali. Hoy, muchos regresaron a sus comunidades en la selva, como por ejemplo Pahoyán y San Francisco. Y es que, como explica Ronin, después de la primera cuarentena muchos proyectos artísticos quedaron en pausa, ya que la situación económica se puso complicada.
La lucha para hacerse de un espacio en la escena limeña
A todo esto se añade el problema con los artistas emergentes, sobre todo en una ciudad como Lima. En la actualidad, cualquier convocatoria es un movimiento importante para poder inscribirse en el círculo artístico limeño, que es elitista por naturaleza. Sin una audiencia consolidada, se complica insertarse en el mundo artístico limeño. La rutina y las necesidades hacen que la vida para los artistas emergentes sea más difícil, llevándolos a trabajar en otros oficios. Entre estos, los más frecuentes en la comunidad están relacionados a la costura y la confección.
Ahora, que se están autoorganizando y autoconvocando los jóvenes, se están encontrando nuevas formas de abrirse espacio en la escena artística capitalina. Por ejemplo, Alviere, que quiere ser diseñador gráfico, hace los flyers para convocar a eventos de freestyle e incentiva a sus amistades para que se unan al colectivo que acaba de crear con sus vecinos. Actualmente, el grupo cuenta con un chat en Messenger que planea expandirse a otras redes sociales. Se decidió que los viernes habrá un evento de freestyle y se convoca a todas las personas que quieran asistir y participar con cualquier tipo de actividad artística.
Como dice el lema de una bebida popular en esta comunidad, «tomando Rebelde para los rebeldes», estos jóvenes artistas están lejos de bajar los brazos, pues desde el arte se transmiten sentimientos de quien los realiza, y desde en el que ellos practican se respira esa fuerza telúrica amazónica que acompaña su propuesta estética.
*Fotos por Luciana Zunino