LIMA. Brillante y transparente. Ese es el significado que toma el apellido más común del Perú: Quispe. Según un informe realizado por el Reniec en el 2019, aproximadamente 1 212 114 peruanos llevan este apellido, el cual proviene del aimara y quechua; lenguas habladas en muchas de las zonas más pobres del país. En esta última campaña electoral, los Quispe han tomado cierto protagonismo, pero no de forma positiva. En un meme compartido por varios usuarios de las redes sociales, se mostraba la imagen de un hombre con rasgos andinos donde señalaban a los Quispe como unos ‘resentidos sociales’. Además de ser ‘comunistas y alcohólicos’, se les increpaba de siempre elegir a malos gobernadores regionales y culpar a la capital por esos resultados. La estigmatización, para ciertos peruanos, se encasillan en características puntuales. Los Quispe son personas de los Andes, gente agrícola, con bajos recursos y son cholos. Para muchos, se resumen en los flamantes votantes de Pedro Castillo.
Cholear es la forma más de común de discriminación racial en el Perú. Los rasgos físicos, el nivel socioeconómico, el nivel educativo y la calidad de migrante son elementos que los peruanos utilizan para clasificarse entre sí. “Esta evaluación te señala a donde perteneces”, afirma el sociólogo Walter Twanama. En un experimento social de índole personal, pregunté a un grupo de usuarios de Instagram cuál sería su opinión con respecto a la discriminación en la imagen contra los Quispe. Los comentarios recibidos mostraron un desprecio a la señalización racista y clasista hacia este apellido. No obstante, un argumento llamó mi atención; una de las personas resaltó lo acomplejado de ese discurso. “Gracias a un Quispe tienen una papa que comer”, escribía. Sin darse cuenta que cuando señalaba su repudio a estos comentarios discriminatorios, terminaba cometiendo uno igual. Al emitir discursos, muchas veces uno no es consciente del significado que toma. ¿Es acaso la clasificación de los peruanos y la normalización de comentarios racistas y clasistas validados actualmente?
Para Marco Avilés, escritor y periodista especializado en temas de racismo y discriminación, esto es típico. Los peruanos aprenden a ver que los diferentes grupos demográficos tienen que estar inmovilizados. “Una persona indígena está bien sembrando sus papas y eso les encanta a las agencias de viajes. Es lo normal, pero cuando el indígena sale de ahí, terremoto. Pedro Castillo es el Quispe que no te está dando la papa, [es] el que quiere gobernar” afirma. Es así, que la incomodidad de cierto sector de la población valida argumentos racistas, pues las personas que son discriminadas poseen características puntuales. Sin embargo, el racismo no es algo nuevo, se ha vivido a lo largo de toda la historia republicana del país.
“El racismo es una constante, es una de las instituciones más sólidas en el país y lo problemático de ser una institución sólida que se reproduce y que se exhibe, no hacemos nada a nivel institucional para enfrentar el racismo. Genera violencia, genera pobreza, genera atraso y genera confrontación”, señala Avilés. Es esta confrontación la que se ha hecho evidente en los últimos meses. Los peruanos han sido testigos de la gran contracampaña hacia Pedro Castillo y sus simpatizantes. Los medios de comunicación, la propaganda mediática, las élites limeñas e incluso figuras internacionales argumentan que, si el profesor de Chota saliera victorioso, el retroceso del país sería irreparable. Mientras que la otra mitad del país creía que el modelo imperante solo les había traído pobreza y olvido por parte del estado.
La victoria de Pedro es inminente. Los ánimos se exaltan, la larga espera se acorta y el futuro susurra que el virtual presidente del Perú es el profesor chotano. Un hombre de 51 años que contra todo pronóstico y montando en un caballo, él y su sombrero de ala ancha, se volvería la máxima autoridad de un país polarizado.
Los votos que no quieren contar
Tras conocerse los resultados oficiales de la ONPE, los argumentos usados para desacreditar el presunto triunfo de Castillo eran las actas que presentaban cero votos para la contrincante naranja. Algunas de las regiones donde Castillo ha tenido la mayor cantidad de votos son Cusco, Huancavelica, Madre de Dios y Puno. En este último lugar, el referente de Perú Libre obtuvo 89.25% frente al 10.74% que consiguió Keiko Fujimori. El descontento se evidenció cuando argumentó un presunto fraude. Cómo sería posible que, en la provincia de Mariscal Nieto, en el distrito de San Cristóbal, en Moquegua, la mesa de sufragio número 902569, la candidata haya obtenido cero votos. Aunque no fue sorprendente la impopularidad que Pedro Castillo alcanzó a nivel internacional. En una mesa en Miami, la candidata obtuvo 95 votos a su favor, mientras que el líder de izquierda consiguió cero. El no aceptar los votos de las zonas rurales obedece a una “lógica” idea de la imposibilidad de que Keiko Fujimori no sea tan popular a escala nacional. Es decir, que las personas de las zonas rurales del país que han visto en Pedro Castillo un cambio significativo, no han podido elegir con raciocinio, sino por desconocimiento.
Recientemente, mientras algunos pueblos indígenas de la Amazonía luchan por defender su voto en las calles, los limeños también luchan porque los pedidos de nulidad, presentados por Fuerza Popular, sean aceptados. La polarización y el discurso de ambos candidatos ha significado que el país se divida en dos ideas. El votar por uno es la democracia y la vía para salvar al país, mientras que la otra se dirige al empoderamiento de los pueblos que Lima ha olvidado. Discursos motivados por las redes, discursos que han estado presentes en esta segunda vuelta han roto, incluso más, la desunión del país. La rabia de la lideresa, al pedir que se investigue una mesa en la que tres de sus miembros tenían el mismo apellido, continúa dividiendo al país. En Ácora (Puno) Keiko Fujimori señaló que en ese lugar habría que anular una mesa entera, pues los tres miembros tendrían el mismo apellido, Catacora. Luego de estas acusaciones, los implicados declararon que a pesar de llevar el mismo apellido no eran familia y no poseían ningún parentesco.
Es esta idea de fraude y la creencia que el sector rural no sabe votar la que destrozará la democracia y hará que el país se divida hasta niveles irreparables. Los sectores rurales, quienes además sufrieron lo peor de la guerra interna de los años 1980 al 2000, están siendo estigmatizados por la otra mitad del país. La discriminación es un delito y tiene una pena de cuatro años de prisión. Según Ipsos, uno de cada tres peruanos ha sufrido discriminación. Entonces, ¿los cambios logrados hasta el momento han sido mínimos?, por no decir nulos. ¿Será necesario otra campaña política para darnos cuenta que todas las voces importan?
Los esfuerzos por defender al Perú han sido entendidos de maneras ambiguas. Cada quien comprende lo que conviene interpretar. El racismo, como señala Avilés, no debería ser una de las instituciones más sólidas de nuestro país. Lo tenebroso de esta campaña política es la fuerza de la discriminación racial. Aunque la cuestión ya no es como antes, esto no significa que no esté presente. No es un tema del modelo económico o de las voces que se resignan a afirmar que nada va cambiar. Es reflexionar y cuestionar que los espacios deben abrirles. No, no es normal que Lima sea el centro de la discusión, no es adecuado que Lima sea el lugar de las oportunidades. Es momento de cuestionar los discursos que emiten y entender que justificarlos trae consecuencias que dividen. Seamos libres de elegir quién queremos que gobierne en país, seámoslo siempre.
*Artículo escrito por Gabriela Coloma / Inforegión.
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