El 23 de octubre se celebra el Día Internacional del Leopardo de las Nieves, uno de los animales más enigmáticos, hermosos y amenazados del planeta. Está en peligro de extinción por el impacto del cambio climático en su hábitat (altas cumbres de montaña), la presión del furtivismo y el tráfico de especies, la escasez de presas y los conflictos con ganaderos. Las previsiones climáticas indican que para 2070 esta especie perdería dos tercios de su hábitat actual y, en las dos últimas décadas, el felino ha perdido el 20% de su población. Apenas quedan menos de 4000 ejemplares en libertad.
Misterioso y solitario, por su rareza y comportamiento esquivo fue bautizado como el fantasma de la montaña. Mimetizado con su entorno, vive en laderas y cumbres de las grandes cordilleras del centro de Asia, entre 900 y 5500 m de altitud. Su territorio oscila entre 100 y 500 km2 de terrenos escarpados, rocosos e inhóspitos de difícil acceso y tránsito, y sin apenas vegetación, viéndose obligado a recorrer grandes distancias para conseguir alimento, lo que dificulta su seguimiento, informó el Fondo Mundial para la Naturaleza (Por sus siglas en inglés, WWF).
Sobreviven en poblaciones aisladas y fragmentadas en las montañas de una docena países de Asia Central: desde Afganistán y Pakistán hasta China y desde el sur de Siberia al Himalaya; siendo más abundantes en China, Mongolia e India. Muchos están acorralados en regiones peligrosas inmersas en conflictos bélicos y políticos que dificultan nuestras investigaciones y acciones de conservación sobre el terreno. Son zonas muy conflictivas que favorecen el despliegue de cazadores furtivos y sus mafias, así como el tráfico ilegal de sus partes más codiciadas: su preciada piel o sus huesos, garras y órganos sexuales de los machos que son utilizadas en preparados milagrosos y afrodisíacos de la medicina oriental sin ningún poder curativo.
Un estudio de TRAFFIC y WWF alerta de que cada año los furtivos asesinan a cientos de leopardos de las nieves. Desde 2008, cada año murieron entre 221 y 450 ejemplares, y la mitad de ellos fueron víctimas de represalias por sus ataques a rebaños domésticos. En condiciones normales cazan herbívoros silvestres (cabras azules, marjores, íbices, muflones o marmotas) que viven en praderas donde no llegan los pastores y sus rebaños. El conflicto surge cuando sus presas naturales escasean. Hambriento, el felino desciende en altitud y coincide con el ganado doméstico, siendo perseguido entonces por pastores y furtivos con trampas, cebos envenenados y escopetas.