Con alrededor de 3 millones de hectáreas cultivadas con soja, maíz y algodón transgénicos, Paraguay es el sexto mayor productor de cultivos genéticamente modificados del mundo, según un informe del Instituto de Biotecnología Agrícola (INBIO), asociación civil dedicada a la investigación y promoción de la biotecnología agrícola, publicado en noviembre del 2018.
Actualmente son 21 las semillas genéticamente modificadas autorizadas para ser cultivadas en el país, de las cuales 15 son de maíz, lo cual ha afectado la producción campesina tradicional, poniendo en peligro y llevando al borde de la extinción a las semillas tradicionales.
“Nuestras semillas nos hacen libres”, afirmó Ceferina Guerrero, guardiana de las semillas nativas y criollas, durante la Feria Nacional de Semillas Nativas y Criollas “Heñói Jey Paraguay”, realizada en agosto del 2018 en Asunción, la capital.
En su intervención, Guerrero —fundadora de la Organización de Mujeres Campesinas e Indígenas (CONAMURI)— aseguró que “más del 60% de nuestro distrito [Repatriación, al sur de Caaguazú, departamento al centro sur del país] ya nos están quitando los sojeros. Yo estoy en una comunidad donde hay 150 casas; hace dos años mi hijo, que es ingeniero agrónomo, hizo un levantamiento de datos de las semillas nativas y encontró que tenemos 74 clases de ellas en nuestra comunidad. Ahora ya no estamos seguros porque hay más gente alquilando y vendiendo sus tierras; hombres y mujeres que ya no pueden trabajar ese es su modo de subsistencia, alquilan o venden sus tierras”.
El papel de las mujeres en la protección de las semillas es fundamental.
“Desde el comienzo de la agricultura las semillas nativas estuvieron asociadas a las mujeres, que fueron las primeras en recolectarlas, guardarlas y plantarlas”, explicó Guerrero a la plataforma BiodiversidadLA.
En Repatriación, CONAMURI tiene una casa llamada Semilla Róga (la casa de las semillas) dedicada a conservar diversas semillas provenientes de varios departamentos. Cada mes se congregan campesinos de todo el país para intercambiar y aprender a preservar las variedades de semillas nativas y criollas, además de técnicas sobre como cultivar alimentos sin agroquímicos.
Guerrero destacó la importancia de capacitarse “para saber guardar nuestras semillas, sus tiempos, su manejo, cómo conservarlas para que nos duren hasta volver a sembrarlas”, a la vez que recalcó que “las compañeras indígenas que integran CONAMURI saben muchas cosas gracias a las mujeres campesinas, y también nosotras tenemos de ellas la sabiduría con la que cuidan su territorio, su cultura, su alimentación. Y así aprendemos juntas muchas cosas”.
Preservar el conocimiento y las tradiciones de las comunidades que usan las semillas nativas es uno de los objetivos de Semilla Róga.
Perla Álvarez, integrante de CONAMURI, precisó a BiodiversidadLA que “cada variedad de maíz es adecuada para un tipo diferente de comida y pertenece a un grupo de población diferente. Por ejemplo, indígenas como los avá o mbya guaraní utilizan maíz de colores para sus rituales, así que la planta también tiene un valor cultural”.
Fuente de vida
Guerrero alertó sobre el intento de privatizar las semillas. “¿Qué es lo que vamos a dejar para el futuro? ¿Cómo podremos hacer que se conserven las semillas nativas y criollas del Paraguay? De la tierra se extraen semillas y nos las devuelven envasadas, enlatadas, empaquetadas y con una marca. Llenas de veneno vuelven a nosotros. No usamos veneno ni para las plantas ni para el suelo, solo usamos un preparado hecho de hierbas medicinales y nos rinde muy bien. Hasta hoy seguimos así, mañana no sabemos qué va a pasar. Entonces tenemos que dejar a nuestros hijos un pedazo de tierra y semillas autóctonas; como dijo un señor, en las semillas está un corazón ajeno”.
Justo Alfonzo, pequeño productor campesino del departamento oriental de Canindeyú, resaltó que “mientras el agronegocio avanza en su plan privatizador de semillas y alimentos, los pequeños productores consideran a las semillas autóctonas como una fuente de vida porque la alimentación de un pueblo se basa en ellas, si nos alimentamos sanamente estamos garantizando la vida”.
Alfonzo, integrante de la Coordinadora de Trabajadores Rurales y Urbanos, también se dedica a la producción y reproducción de semillas nativas porque considera que ante el avance del agronegocio, la conservación de las semillas autóctonas “es una forma fundamental de resistencia”.
Los terratenientes brasileños dedicados al cultivo de soja en Canindeyú han arrinconado a la población campesina que resiste produciendo alimentos. Entre las semillas nativas utilizadas se incluyen habilla, girasol, distintas variedades de maíz, poroto y maní.
De los 22 millones de hectáreas de tierras agrícolas que existen en Paraguay, según cifras del Banco Mundial, 85% están en manos de 2.5% de la población, lo cual convierte a Paraguay en uno de los países con mayor concentración de la tierra en América Latina. El 80% de la población campesina, que constituye un 35% de la población de 7 millones de habitantes, no posee tierras; solo el 6.3% de la tierra cultivable se dedica a la producción familiar campesina, cantidad insuficiente para abastecer de alimentos a todo el país.
Las tierras más fértiles se convirtieron en pasto para el ganado —que duplica el número de habitantes— o plantaciones de cultivos transgénicos porque, además de ser más rentables, aportan el 30% del producto interno bruto del país.
Aparte de constituir un riesgo para la soberanía alimentaria, las semillas transgénicas perjudican al productor campesino por el elevado costo de los paquetes tecnológicos y la exigencia del uso de potentes agrotóxicos. Las semillas nativas son de uso e intercambio libre y no requieren productos químicos.
Alfonzo denunció que el avatí locro, una especie de maíz criollo, “está por desaparecer, ya casi no se encuentra y es una de las bases de nuestra alimentación”. Lo mismo ocurre con la semilla de girasol que casi en su totalidad es transgénica.