Desde hace meses, las calles del Perú se ven inundadas con paneles publicitarios sobre la llegada del papa Francisco I, los canales de televisión nacional le dedican cánticos y homenajes y los supermercados ofrecen el merchandising suficiente para estar uniformados y preparados para recibir al Sumo Pontífice. La expectativa es grande, las entradas para sus misas se agotan y la fe católica se respira en todos los rincones del Perú, con más ganas que antes.
Sin embargo, la llegada del Papa implica muchísimo más que una simple visita. En el párrafo 197 de la Carta Encíclica “Laudato Si´”, el Pastor Universal señala que “Si el Estado no cumple su rol en una región, algunos grupos económicos pueden aparecer como benefactores y detentar el poder real, sintiéndose autorizados a no cumplir ciertas normas, hasta dar lugar a diversas formas de criminalidad organizada, trata de personas, narcotráfico y violencia muy difíciles de erradicar.” Y en nuestro país, la explotación de seres humanos suele estar asociada a actividades ilícitas o a la informalidad que tanto nos caracteriza. A esto se le suma un Estado que voltea la mirada cada vez que le es posible.
Sin embargo, no es únicamente el Estado quien voltea la mirada ante un fenómeno tan deplorable como la trata de personas y las diversas formas de explotación de seres humanos, sino que también hemos sido invadidos por conductas que de ninguna manera deberían ser inherentes a nosotros como sociedad: la tolerancia social, que nos permite normalizar el abuso al punto en el que, muchas veces, somos nosotros mismos quienes consumimos de esta producción; y, por otro lado, la indiferencia frente al impacto que significan para el ámbito socioeconómico las diversas actividades de explotación y los beneficios a los que nos llevan. Por ejemplo, los productos baratos que provienen de mano de obra que es forzada a trabajar o el apoyo doméstico de menores de edad que dejan de trabajar y recibir dinero para ser laboralmente explotadas en un hogar.
Desde finales del año pasado, en el Perú, la coyuntura política nos lleva a repetir constantemente la palabra “reconciliación”; sin embargo, quienes repiten esta palabra con tanto ahínco son quienes le dan la espalda a víctimas de este ‑flagelo y que no encuentran las condiciones suficientes para superar esta situación tan traumática y reintegrarse plenamente a la sociedad. ¿Qué implicará, entonces, esta reconciliación? ¿Con quienes se va a reconciliar el Estado? Porque las víctimas de trata de personas siguen esperando en los únicos dos albergues especializados con los que cuenta el Perú.
La trata de personas está en esa joven, adolescente, mujer indígena. La trata de personas está en la vulnerabilidad a la que lleva la pobreza, una de las peores formas de violencia y violación de los derechos humanos. La trata de personas diariamente nos golpea y el Estado y nosotros seguimos mirando al cartel donde se anuncia la venida del Papa. Golpearse el pecho nunca será suficiente si no tomamos acción, si no denunciamos. Y que la reconciliación sea verdadera.