En elecciones normales con un sistema de ballottage, si un candidato obtiene en primera vuelta alrededor de 40% y el segundo lo sigue con un 20%, no hay duda alguna que ganará el primero. No hay manera de remontar una ventaja tan abrumadora. Los expertos opinan que solo se puede superar aproximadamente un 5%, es decir, si uno llega con 30% y otro con 25%, el segundo puede, con una buena campaña, ganarle al primero, pero una ventaja mayor es imposible de alcanzar.
No obstante, en las elecciones peruanas todo puede ocurrir, no hay imposibles. Las encuestas de Ipsos realizadas la semana previa a los comicios mostraban que si el centroderechista Pedro Pablo Kuczynski pasaba a la segunda vuelta, le ganaba a Fujimori cómodamente y si era la izquierdista Verónika Mendoza empataban.
Cierto que la segunda vuelta es una nueva elección y mucho depende de cómo se comporten los candidatos en esa nueva contienda, pero esos sondeos de opinión son un indicativo de fortísimo anti-voto que tiene Fujimori.
Ella se ha mantenido en primer lugar, con una intención de voto desusadamente alta –alrededor de un 30%- durante los dos años previos a la elección. Nadie duda que esa preferencias se deben al recuerdo del gobierno de su padre Alberto Fujimori (1990-2000) al que se atribuye haber detenido una terrible hiperinflación y encarrilado la economía, así como haber derrotado al terrorismo, pero también ser responsable de una sistemática violación de los derechos humanos y de la corrupción desbordada que asoló el país, debido a lo cual cumple una condena de 25 años de prisión.
No es casualidad que en el debate de candidatos a la presidencia el 3 de abril, Keiko Fujimori cerró su presentación exhibiendo una hoja de papel donde se comprometía a no hacer lo que hizo su padre: dar un golpe de estado, perpetuarse en el poder, desarrollar un programa de esterilizaciones forzadas a mujeres pobres, etc. y firmarlo ante millones de televidentes. Un último intento de vencer las enormes resistencias que crea el apellido que lleva, que es a la vez el que la ha encumbrado a esa posición.
El 2011 Ollanta Humala, un mal candidato pero con una buena campaña diseñada y financiada por brasileños, le ganó a Fujimori –que hizo una pésima campaña- por estrecho margen, aprovechando el rechazo al fujimorismo. Esta vez su adversario también tratará de utilizar el “anti” para derrotarla.