En los últimos 14 años, el llamado Militarizado Partido Comunista del Perú (MPCP) ha ejecutado varias estrategias en el Vraem. Una de ellas es conocida como el plan de consolidar y expandir las bases de apoyo, que duró cinco años (2000-2005) y cuyo objetivo fue recuperar la confianza de los campesinos, quebrada por los asesinatos de dirigentes sociales y de autoridades comunales.
El discurso de esta campaña política fue simple y efectivo: “No somos senderistas, no somos terroristas. Somos el verdadero Partido Comunista que respetará la vida, la religión y la propiedad del campesino”. Con esta retórica, el grupo consiguió celebrar un contrato social tácito con el hombre del campo. Así, en muchos sectores del Vraem, la presencia terrorista tiene el asentimiento de la población, porque sabe que su coca y sus derivados cuentan con protección armada. Muchos analistas reducen este complejo fenómeno a narcoterrorismo o a “grupos farcarizados”.
Una vez consolidadas sus bases de apoyo, las acciones terroristas arreciaron desde el 2005, y en el 2012 ya se habían convertido en un problema de seguridad nacional debido a la ampliación de su radio de operaciones a la zona del gas de Camisea y al secuestro, por segunda vez, de sus trabajadores. Felizmente, el gobierno se iluminó y cambió de estrategia antiterrorista a una que permitió dar de baja, en limpio combate, a tres cabecillas del MPCP: ‘Guillermo’, ‘Alipio’ y ‘Gabriel’.
En la práctica, estos golpes significaron el aniquilamiento del 40% de todo el comité central del MPCP, lo que los obligó a replegarse a las montañas de Vizcatán y a analizar las razones de su fracaso. Estos debates internos llevaron a la elaboración del documento titulado “Estrategia y táctica del partido para combatir y derrotar la ‘estrategia integral o estrategia global’ del enemigo”, en el cual se redefinen las medidas de seguridad que deben adoptar respecto de sus aliados y –más importante– establecen sus nuevos blancos de ataques.
Esta estrategia, que no es nueva, evidencia debilidad y desesperación al interior del grupo terrorista. Asesinar a civiles acusándolos de “soplones”, dinamitar torres de alta tensión y boicotear las maquinarias que se usan para el asfaltado de la carretera no son novedad. Son, para tal caso, la reedición de lo que ‘José’ y ‘Raúl’ hicieron en 1980 cuando tenían como jefe a Abimael Guzmán.
Ellos saben que ‘Guillermo’, ‘Alipio’ y ‘Gabriel’ fueron emboscados gracias a la información proporcionada por sus más cercanos colaboradores e informantes. También saben que la Brigada Especial de Inteligencia los ha infiltrado. Eso los tiene paranoicos al extremo de que, cada vez que un avión sobrevuela el Vraem, cubren sus armas con plásticos para no ser detectados. Ello me recuerda la reacción de ‘Artemio’ en el 2011, cuando sus principales mandos cayeron: no confiaba en nadie. Para él, todos eran potenciales traidores, y ordenó asesinar a mujeres embarazadas y a los familiares de su equipo de seguridad, con lo que su soledad aumentó más y fue el principio de su fin.
Concretar las amenazas podría ser una tarea fácil para los terroristas del Vraem. Sin embargo, olvidan un detalle: que hacerlo les va a ocasionar –nuevamente– el rechazo de la población, situación que debe ser adecuadamente aprovechada por las fuerzas del orden y el gobierno.