La noche del 28 de enero, en casa de Fabio Zúñiga, nadie durmió. Su esposa, Carmen Carrasco, y su hija Esperanza, de 11 años, no habían vuelto a casa. Fabio y sus dos pequeños hijos esperaron el amanecer temiendo lo peor. Cuando por fin apareció la primera luz del día, Fabio fue corriendo hasta el huerto donde el día anterior había visto por última vez a su mujer. No la encontró. Rodeó la casa y, a lo lejos, vio dos cuerpos. Carmen y Esperanza habían sido ejecutadas de tres tiros en la cabeza.
–Los asesinos utilizaron tres tipos de armas: una escopeta, un revólver y un fusil Galil. Las obligaron a arrodillarse y luego las ejecutaron –dice la Fiscal de Chungui Lidia Yupanqui, quien está a cargo de esta jurisdicción desde el 2008.
Solo cinco días antes, unos hombres habían llamado a la puerta de Carmen Carrasco. Todos ellos llevaban pesadas mochilas y le habían pedido que les cocinara algo y les diera alojamiento. Carmen y Fabio aceptaron a cambio de algunos soles. Casi a medianoche, unos extraños irrumpieron en el granero donde estaban alojados los ‘cargachos’. Primero les lanzaron una granada y luego les dispararon. Dos ‘cargachos’ murieron. Los asaltantes se llevaron las mochilas pero antes le advirtieron a Fabio:
–No avises a nadie.
Fabio no dijo una sola palabra ni dio parte a la policía. Sin embargo, esto no impidió que cinco días después del incidente otro grupo de hombres regresara y asesinara a su esposa y su hija.
Después de este hecho, Fabio Zúñiga y sus dos pequeños hijos se encuentran escondidos en algún lugar de Andahuaylas. Él teme ser la próxima víctima de los ‘cargachos’.
CARGACHOS VS ASALTANTES
En los años 80, según la Comisión de la Verdad, Oronccoy era la puerta de entrada de Sendero en todo el sector de Oreja de Perro, dentro de lo que ahora conocemos como el VRAEM. Los testimonios son escalofriantes. En una ocasión, las fuerzas del orden encerraron a 120 personas, entre hombres, mujeres y niños, en una casa y les prendieron fuego. Oronccoy estaba en el ojo de la tormenta.
Treinta años después, la muerte ha regresado a “Oreja de Perro”.
–A cada rato se ven muertos, uno va caminando por el monte y se encuentra con cuerpos, de quiénes serán. Uno tampoco puede denunciar, seguimos nomás, ya luego desaparecen –afirma Mario Huaraya, alcalde del centro poblado de Oronccoy.
A partir del 2011, Oronccoy se convirtió en una de las principales rutas alternas –la principal es la carretera que va al Cusco– para el transporte de droga. Durante meses, hubo una convivencia pacífica entre pobladores y ‘cargachos’. Pero esta aparente indiferencia hacia los negocios de los traficantes de droga duró poco. Los pobladores de otros anexos cercanos a Oronccoy vieron en el transporte de la ilegal mercancía la posibilidad de ganar un dinero extra y superar la agricultura de subsistencia.
Así se formaron los dos bandos, ahora en pugna perpetua: los cargadores y los asaltantes. Estos últimos esperan a que caiga la noche para realizar una emboscada y llevarse la mayor cantidad de mochilas, asesinando a sus portadores.
Fue en ese momento en que todos se volvieron sospechosos y la paz se quebró. Por ese motivo Carmen Carrasco y su hija fueron asesinadas. Los cargadores creyeron que su familia estaba involucrada con los asaltantes que los habían emboscado y decidieron eliminarlas.
–A cada rato nos llegan amenazas de muerte porque afirman que estamos reorganizando los comités de autodefensa –dice Mario Miguel Orozco, presidente de la comunidad de Oronccoy.
Solo en enero ocho personas fueron asesinadas y las propias autoridades han sido asaltadas y amenazadas. El primer caso fue el de David Villano Junco, de 21 años, quien fue emboscado y asesinado de un tiro en la cabeza por otro grupo, en la comunidad San José de Socos. Luego, dos mochileros fueron asesinados cerca del límite con la zona de Totora.
A los pocos días, un joven de identidad desconocida fue asesinado y empujado al río Apurímac. Diez días después, el 21 de enero, se produjo el asesinato de Lidio Marquina y de otro joven de identidad desconocida, en el tramo de herradura de Oronccoy a Kutinachaca. A los cinco días, asesinaron a Carmen Carrasco y a su hija Esperanza.
–Lo que ha pasado con la niñita y su mamá ha sido lo que ya nos ha colmado. Están chocando con la población –señala uno de los dirigentes de Oronccoy.
Las autoridades solo tienen registro de la mitad de estos asesinatos pero utero.pe pudo corroborar, en la zona, que todos sucedieron. Los deudos, por obvios motivos, prefieren no ser nombrados en este reportaje.
En casi todos los casos los cuerpos fueron trasladados y enterrados por sus propios familiares. Solo en el caso de Carmen y Esperanza, la Fiscalía de Chungui pudo acercarse, tres días después del hecho, para hacer el levantamiento del cadáver. La demora de tres días tiene una explicación que es, en realidad, el origen de los males de Oronccoy.
LA RUTA PERFECTA
El centro poblado de Oronccoy es uno de los lugares más inaccesibles de Ayacucho. Ubicado sobre los 3 800 msnm, pertenece al distrito de Chungui. Allí viven unas cien familias pero, en la práctica, los cargadores de droga se han apoderado del lugar. Llegar hasta allí es casi una proeza.
La policía o la fiscal deben partir desde la capital del distrito de Chungui, a seis horas de Huamanga. Desde allí se necesitan tres días a lomo de bestia hasta el puente Kutinachaca, en el límite con Andahuaylas. Recién aquí empieza el ascenso a Oronccoy: una vez en el puente, la única manera de llegar hasta el centro poblado es caminando nueve horas cuesta arriba.
En Oronccoy no hay agua ni desagüe, mucho menos luz y ahora, debido a los constantes asesinatos, tampoco hay posta médica ni profesores de primaria y cada vez menos familias.
Estas características han hecho que los caminos que conducen a Oronccoy y sus anexos se conviertan en la ruta perfecta para los ‘cargachos’. Según testimonios de los pobladores, diariamente pasan grupos de 10 a 30 personas y se calcula que cada una carga un promedio de 10 a 15 kilos de droga.
Asimismo, van armados con una pistola o revólver, pero además, y dependiendo de lo numeroso del grupo, van flanqueados por tres o cinco hombres que solo llevan armas de largo alcance, en su mayoría fusiles AKM.
–Uno se cruza con ellos en el camino, pasan nomás –dice uno de los pobladores de Oronccoy–. A veces dicen, señora, cocíname algo y por ganarse unos soles la gente acepta.
Esto no siempre fue así. Hasta el 2011, la ruta preferida era la misma capital del distrito.
–Yo los he escuchado aquí afuera, ellos decían, ‘¿con cuántas cabezas de ganado vas?’ o decían ‘ya estoy en Paraíso’, refiriéndose a Chungui. Nosotros tuvimos que solicitar más de 20 veces la creación de una comisaría –recuerda la fiscal Lidia Yupanqui.
Todo eso cambió en el 2011, cuando se instalaron una comisaría y una base policial de la DINOES en la capital del distrito. Pero la tranquilidad de Chungui significó la condena de Oronccoy.
Los cargadores de droga no tuvieron más remedio que alejarse en busca de nuevas rutas. Desde ese momento, los pobladores de Oronccoy volvieron a toparse cara a cara con las amenazas de ajusticiamiento y la muerte.
Fuentes policiales describen a Oronccoy como “una zona liberada” y afirman que para realizar un operativo necesitarían un mínimo de tres camionetas y treinta efectivos.
–Hacerlo de otra manera sería un suicidio –dicen.
La base policial de Chungui opera en medio de una notable precariedad. La única camioneta operativa debe ser constantemente reparada por un problema con los amortiguadores. Por todo esto, los policías nunca han pisado Oronccoy.
SIN ESTADO, SIN SALIDA
Rogelio Arohuillca tiene 18 años y es de Tastabamba, uno de los anexos de Oronccoy. Él fue elegido por el programa de Beca 18 para estudiar en Lima pero cuando llegó a Huamanga para hacer todos los trámites, le dijeron que había un error con su promedio.
Rogelio ya descartó la idea de estudiar en Lima pero no piensa regresar a su comunidad. Ahora trabaja como mozo en un restaurante y espera presentarse a la Universidad San Cristóbal de Huamanga, en el examen de admisión de octubre.
– Ya así, siendo honesto, yo en un momento pensé dedicarme a cargador –cuenta Rogelio–. Es que allá es bien difícil todo, lo que sembramos es para nuestro consumo nada más.
Rogelio comenta que son cada vez más los pobladores que eligen un bando: o cargadores o asaltantes. Pero cuando algo sale mal, la única salida es escapar.
–Por ejemplo, una persona que es del otro grupo y ha robado ya no puede regresar a su pueblo –explica–. El otro no se va a quedar tranquilo hasta hacerle algo malo o matarlo.
Los jóvenes como Rogelio hacen una pausa y bajan ligeramente la voz antes de mencionar la palabra muerte. Por el contrario, los adultos la mencionan con cierta fiereza, como un viejo enemigo que ha vuelto.
Hace unas semanas, una comitiva de dirigentes de Chungui, Oronccoy y sus anexos vinieron a Lima para solicitar a los Ministerios de Defensa e Interior y al Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas que, por favor, instalen una base militar contrasubversiva en Chungui. Ellos sostienen que una base así sí puede realizar operativos para disminuir la presencia de cargadores y asaltantes. Aún esperan la respuesta.
Daniel Huamán, alcalde de Chungui, recuerda que tuvo que aguardar cuatro años para que se instalara una base policial en su distrito. Espera que esta vez la ayuda llegue antes de que otra persona sea asesinada. Hasta la fecha, diez familias, aparte de la de Fabio Zúñiga, han abandonado Oronccoy, asustadas por las amenazas de muerte. Del mismo modo, ningún profesor de primaria ni algún enfermero se animan a quedarse en este pueblo.
–Los únicos que brindan apoyo son los Médicos Sin Fronteras, que hacen campañas y se quedan 15 días en los pueblos –expresa Sonia Cletona, de la municipalidad de Chungui.
Mientras tanto, según los pobladores, los cadáveres siguen apareciendo en los alrededores de Oronccoy sin que nadie sepa, a ciencia cierta, de cuántos asesinatos estamos hablando. Denunciar la aparición de un cadáver sería inútil, dicen. De hacerlo, el poblador se expondría a ser fichado de soplón por los cargadores y ser víctima de una represalia.
Los pobladores de Oronccoy han visto más de lo que pueden contar ante una autoridad y por ello sus vidas están en peligro. Treinta años después, la historia se repite. Esta vez el fuego cruzado no viene del Ejército y el terrorismo, sino de narcos y asaltantes.