Legalizar las drogas sería un desastre para todo el mundo, pero particularmente para los países en desarrollo. Muchas voces piden poner fin a los controles sobre las drogas. Los argumentos que esgrimen son conocidos: «Es imposible vencer al narcotráfico», «en estos procesos hay más muertos sin resultados», «se pueden consumir las drogas responsablemente», «solo legalizando desaparecerá el mercado negro», etc.
El último informe de la Oficina de las Naciones Unidas para el Control de las Drogas y la Prevención del Delito (Onudd) revela que el cannabis sigue siendo la sustancia ilícita más consumida en el mundo con 180,6 millones de personas, es decir, el 3,9% de la población de 15 a 64 años consume esta droga ilegal. Naciones Unidas reporta más de 253.000 muertes anuales causadas por el consumo de drogas en el mundo, mientras que 5 millones mueren a causa del tabaco y 1,8 millones por causa del alcohol.
Asimismo, el mal uso de medicamentos y de nuevas sustancias psicoactivas está aumentando. ¿Queremos abrir las puertas a las drogas ilegales aumentando el número de adictos y muertes por esta causa? ¿El planeta estaría mejor con un creciente número de adictos?
Quienes propugnan la legalización desconocen los efectos de las drogas, particularmente de las drogas cocaínicas, asumiendo erróneamente que se reduciría la violencia, la corrupción y los márgenes de ganancia. Desconocen las diferencias abismales entre los precios de las drogas procesadas en laboratorios y los bajos precios de las producidas por el narcotráfico. Argumentan sobre el experimento de la prohibición del alcohol en Estados Unidos en los años 1920y 1930, y se olvidan que el alcohol es la droga de Occidente.
Los que propugnan, seguramente con buenas intenciones, la legalización de las drogas ya no mencionan los casos de Suecia, Holanda y Alaska, entre otros, donde se ha reflexionado sobre esta medida y solo refieren el caso de Portugal, donde se permite una cantidad limitada para el consumo. Si la cantidad supera esos límites, se considera posesión para la venta. El consumo en lugares públicos no está permitido. Otro es el caso de Uruguay y la marihuana, cuya población de tan solo tres millones de habitantes es mayormente adulta y cuyos resultados ojalá no sean conflictivos.
Asimismo, especialistas en adicciones afirman que la legalización puede enviar el mensaje erróneo de que consumir marihuana y otras drogas ilegales no representa riesgos, lo cual a su vez puede generar la percepción equivocada de seguridad y fomento del consumo.
Las drogas han sido utilizadas como elementos de dominio de algunos pueblos sobre otros. José Carlos Mariátegui, Víctor Raúl Haya déla Torre y Víctor Andrés Belaunde hablaron de que había que liberar al campesino de la coca y del alcohol. Siempre hay que mejorarlos procesos contra las drogas. Es necesaria la coordinación entre gobiernos, de tal manera que la producción no se desplace de un país a otro y hay que combatir fuertemente la pobreza.
Compartimos la idea de que el consumo de drogas es una enfermedad y no es un delito, y que la mejor forma de combatir esta enfermedad es que las drogas baratas no inunden las calles de nuestros países. No permitamos que los jóvenes, escuchando voces confundidas, supongan que consumir drogas es bueno, enajenando su futuro y el de sus países.
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