Negocio de la droga está asesinando a los niños y jóvenes del VRAE

El narcotráfico significa en la práctica una condena a muerte para muchos niños y adolescentes del Valle del Río Apurímac y Ene (VRAE), señala un informe del programa periodístico ‘Sin Rodeos’, que explica la participación de menores de edad en la cadena productiva y tráfico de cocaína en nuestro país.


 


Según el reportaje emitido anoche por Canal N, los niños se inician en el delito cosechando con sus propias manos las hojas de coca. Luego, participan en el ‘pisado’ dentro de las pozas de maceración, llenas de ácidos y otras sustancias venenosas. Más tarde, ya adolescentes, sirven como ‘mulas’ humanas transportando la pasta básica de cocaína (PBC) desde la selva hasta la costa, expuestos a los asesinatos de bandas rivales que se producen todos los días.


 


Drama creciente


Rubén Vargas, analista en temas de narcotráfico, señala que este drama infantil se inicia a los 8 años de edad, cuando los niños cosechan la hoja de coca de los campos de sus propios padres. Luego, colaboran en esparcir y secarla en el patio del hogar.


 


Donato Sullca, gerente municipal del distrito de Llochegua, ciudad ahora conocida como el ‘Nuevo Tocache’ por la presencia de mafias que manejan el ilegal negocio, reconoce que los niños participan en la cosecha de coca y lo lamenta, por los graves daños que causa al futuro de esa región.


 


Marcial Capelleti, Comisionado para la Paz y el Desarrollo de la región Ayacucho, lamentó esta realidad, y sobre todo la cada vez más numerosa presencia de jóvenes al servicio del narcotráfico como ‘mochileros’, que son reclutados en colegios y discotecas de la zona.


 


Los adolescentes transitan por las rutas de la muerte para sacar la droga hacia Huanta o Huancayo, pero se calcula que en el trayecto ocurren entre 5 y 10 asesinatos para robarles la carga.


 


Generación perdida


Los niños están creciendo en un ambiente delictivo, junto a sus padres que también sirven al narcotráfico, y toman esta actividad con naturalidad. En tanto, observan el poder económico de sus hermanos y primos mayores que, gracias al dinero de la droga, pueden comprarse las zapatillas de marcas, la bicicleta montañera o el televisor que siempre quisieron, generando un pésimo ejemplo de vida.


 


Pero no sólo los niños de las ciudades sufren de este mal. El cultivo ilegal ha invadido la zona de las comunidades asháninkas, empujándolos cada vez más hacia la selva virgen, contribuyendo a la deforestación de la amazonía.


 


Eso no es todo. Los nativos, sobre todo los menores de edad que se bañan en los ríos amazónicos, padecen de enfermedades atribuidas a la contaminación por el vertido de insumos químicos de los laboratorios de la droga, cuyas aguas registran altos niveles de sales, cal, amonio y kerosene.