Refugio animal

En el Bajo Tambopata, en Madre de Dios, Magali Salinas y un grupo de activistas curan y rehabilitan animales silvestres extraídos ilegalmente y los devuelven a su hábitat natural. El tráfico animal es su enemigo.

A ‘Plumita’ lo encontró un hombre que trabajaba en la Interoceánica. Cuando se lo entregó a Magali Salinas, le dijo que le pusiera ‘Plumita’ porque así lo bautizaron sus hijos. Era un pichón casi sin plumas, que más parecía un pollo pelado, pero con el tiempo se convirtió en un hermoso guacamayo azul y amarillo. Un día Magali escuchó una bulla sobre los árboles. Era una bandada de guacamayos foráneos que parecía sostener una acalorada discusión ante los ojos impresionados de ‘Plumita’. Poco después volvieron y ‘Plumita’ seguía sin decir ni pío. ¿Qué le estarán diciendo?, se preguntaba la fundadora de Amazon Shelter. La tercera vez, el ave se fue con ellos. Matías, el otro guacamayo, que no puede volar porque tiene el ala rota, se quedó en el árbol, mirándolos.

Pero al poco tiempo, ‘Plumita’ volvió. Un día en que iba a las collpas del río Tambopata junto a su bandada, se detuvo en los árboles de su antigua casa, como si quisiera saludar a Matías, a Magali y a todos los demás. Magali dice que desde entonces siempre que pasa los visita.

Hoy, jueves, a mitad del desayuno, se oyen unos garridos lejanos que Magali reconoce de inmediato. “¡Ese es ‘Plumita’!”. Ronald (25), el guía del centro, le dice que no, que son otros guacamayos. Al rato se oyen de nuevo los garridos, esta vez en unos árboles cercanos, y Ronald mueve la cabeza: “Sí es, sí es”. Magali sale corriendo a verlo y todos los demás la seguimos. “¡Aaakkk! ¡Aaakkk!”, gritan los guacamayos mientras tratamos de hallarlos entre las ramas, a unos 10 metros sobre nuestras cabezas. “¡Ahí está, ahí está”!, dice Magali. Todos miramos hacia la rama que ella señala. “¡Plumiiitaaa!”, lo llama ella, pero su grito es tan fuerte que el visitante y los loros que lo acompañaban alzan vuelo violentamente y se van. Igual Magali está feliz. “¿No te dije que siempre viene?”.

Así son las mañanas en el Centro de Rehabilitación y Conservación de Animales Silvestres (CRCAS) de Amazon Shelter, el albergue que Magali Salinas creó en el 2007 para recibir a las especies extraídas ilegalmente de la selva amazónica, rehabilitarlas y devolverlas a su hábitat natural.

PROYECTO AULLADORES

El tráfico de animales es el tercer negocio más lucrativo del mundo, solo después del tráfico de drogas y de armas. El Perú no es ajeno a esta problemática pues se trata de uno de los países con mayor biodiversidad en el planeta. De hecho, Madre de Dios, la región donde se ubica el centro de rehabilitación de Amazon Shelter, con sus 575 variedades de aves, 1.200 de mariposas y un gran número de reptiles, mamíferos y primates en la reserva de Tambopata-Candamo y en los parques nacionales Bahuaja Sonene y Manu, es considerada la Capital de la Biodiversidad del Perú y pese a ello sufre a diario la depredación de su invalorable fauna silvestre.

Fue en Madre de Dios donde Magali decidió comprar un terreno de 10 hectáreas para establecer el centro. Dos años atrás había creado la ONG Amazon Shelter para luchar contra el tráfico de animales en Lima, pero para el 2007 se había dado cuenta de que lo que más se necesitaba era albergues para cuidar a las especies rescatadas. Así que vendió su casa en San Isidro y su auto y se instaló aquí, en la zona de Bajo Tambopata, a media hora de Puerto Maldonado.

El miércoles, cuando llegamos, Magali nos presentó a los monos aulladores, las grandes estrellas del centro. Algunos vinieron crías, como ‘Miguelita’, a la que una señora trajo diciendo que la había encontrado en la selva. Tenía un brazo fracturado y un perdigón en una patita y la tuvieron que operar. Otros llegaron grandes, como la engreída ‘Monkey’, que fue la mascota de una familia que la entregó porque se puso muy malcriada; robaba en las casas de los vecinos y en el barrio ya le habían puesto precio a su cabeza. ‘Jazmín’ llegó con dos meses, flaquísima y sin pelo, casi muriéndose. La tuvieron una semana con suero y una dieta con mucho hierro. “Estaba muy deprimida”, nos contó Magali. “Seguro, como la mayoría de monos, vio cómo mataron a su mamá y se la comieron. Eso los trauma”.

Hay 14 aulladores en el centro, incluyendo a ‘Mushna’, la única aulladora nacida en un centro de rescate. Ella, su madre, la quisquillosa ‘Karen’, y el travieso ‘Bruno’ son los únicos tres monos que pueden andar fuera de sus jaulas porque son más independientes. Los demás ven a una persona y se mueren porque los abracen. El gran proyecto de Amazon Shelter es liberar a los 14 aulladores, paulatinamente. Lo primero es construirles un gran espacio en la parte posterior del centro, fuera de la zona de tránsito de los visitantes, para que se acostumbren a estar lejos de los humanos. Luego, enseñarles a temer a los depredadores. Elegir un lugar adecuado en la selva, alejado de las poblaciones y de las fieras, y soltarlos. Un gran sueño que requiere un gran financiamiento.

EL AMOR ES ASÍ

‘Paul’ y ‘Panchita’ llegaron casi al mismo tiempo al centro, hace tres años. Eran unos bebés llorones, por lo que Magali tuvo que cuidarlos en su cabaña, dándoles leche y mimos. Cuando crecieron los colocó juntos en una jaula. Formaban una extraña pareja ese hurón y esa huangana (una especie de cerdo salvaje de la Amazonía) pero eran inseparables. Sin embargo, sus juegos se volvieron tan bruscos que, temerosa de que un día la entusiasta ‘Panchita’ aplastara de un pisotón a su amiguito, Magali los separó. Al tiempo, se dieron cuenta de que ‘Paul’ se escapaba de su jaula para ir a la de ‘Panchita’. Parecía un gesto de amor sublime, hasta que se percataron de que se agarraba los trozos de pollo del plato de la huangana y se los llevaba. ¡No era amor a la chancha sino al pollo! El enojo de los chicos con ‘Paul’ se acabó el día en que vieron que el pollo no era para él sino para una hurona que había conseguido quién sabe dónde. Los enamorados andaban juntos de un lado para otro. Y un día, quizás influenciado por su impetuosa hembra, ‘Paul’ hizo las maletas y desapareció.

A ‘Julinho’ lo trajo la Policía Forestal, incautado en un operativo. El puma creció feliz, alimentado con pollitos vivos y otros manjares. Pero creció mucho. Un día le asestó un zarpazo a Magali en la mano. Debían buscarle un nuevo hogar, con jaulas más seguras. Intentaron colocarlo en el Parque de Las Leyendas, en el Zoológico de Huachipa, pero no había sitio. Magali le mandó un mail a Antonio Brack, que entonces era ministro de Ambiente, pidiéndole ayuda, pero él nunca respondió. Con el dolor de su corazón, tuvo que cederlo al zoológico de Puerto Maldonado, donde temía que no recibiese una atención adecuada. No se equivocó. Un veterinario diagnosticó que ‘Julinho’ estaba muy gordo y ordenó ponerlo a dieta. Los responsables del zoológico se apresuraron y le quitaron la carne demasiado rápido. Un día, llamaron al centro a informar que ‘Julinho’ había sufrido un ataque al corazón. Se había muerto.

La indiferencia de Antonio Brack al pedido de Magali es solo una muestra de la actitud que el Estado ha mostrado ante este generoso proyecto. No solo en Lima. Magali ha intentado muchas veces reunirse con los sucesivos presidentes regionales de Madre de Dios pero ninguno la ha recibido. Por si fuera poco, le ponen trabas. Hace un tiempo, el Organismo de Supervisión de los Recursos Forestales y de Fauna Silvestre (Osinfor) la acusó de traficar con los animales luego de que se le perdieron unos documentos que ella les había enviado. La denuncia fue archivada pero a Magali le quedó un sabor amargo en la garganta que hasta ahora no se va.

Lo que más la entristece es que la indiferencia no solo es estatal sino también de la empresa privada. Hay una compañía, por ejemplo, que prefiere patrocinar en sus productos a Animal Planet que a cualquier ONG pro fauna peruana. Cuando pasa el sombrero en Lima le dicen que hay problemas más importantes y le cierran las puertas. Magali a veces no lo puede creer. Por ahora, sus únicos ingresos son las visitas de voluntarios extranjeros al centro y los apadrinamientos de algunos animales. Hace poco el MEF los autorizó a recibir donaciones privadas a cambio de impuestos. Así que espera que las empresas nacionales les extiendan la mano.

RECUPERARSE Y PARTIR

En estos dos días hemos conocido a ‘Pancho’, el agresivo musmuqui al que su hembra dejó por pegalón hace poco. A ‘Valentina’, la venada que jamás podrá ser liberada porque le gusta tanto que la acaricien las personas que sería un regalo para los cazadores. Al guacamayo ‘Matías’ y a sus compañeros ‘Patrick’ y ‘Pepe’. A los tucanes ‘Timbo’ y ‘Espartaco’. A ‘Maggie’, la aulladora que se rompió el brazo hace un mes y que durante varios días tuvo que dormir intercaladamente con Magali y con el veterinario del centro para que no se quitara los puntos ni las vendas.

Hemos pasado momentos con Ronald y Helen (28), los colaboradores más antiguos del lugar, que llegaron hace años como practicantes de la carrera de Eco Turismo, como ahora lo es Marileny (24). Hemos compartido historias con Ángel (23), el veterinario español que cambió las marchas del Movimiento 15-M en Murcia, donde estudiaba, por la curación de coatíes, pichicos y tortugas amazónicas; y con Marisa (24), la bióloga de Castilla-La Mancha, que hoy es voluntaria en el centro y que quizás más adelante se vaya a estudiar a los anfibios de Bolivia.

Hemos recolectado frutas de los campos vecinos, nos hemos bañado en el Tambopata y nos hemos reído de las travesuras de los aulladores y del momento en que Magali se puso su disfraz de Tiger para ver si los monos se asustaban. Y sí, se asustaron.

Poco antes de irnos, sentados en la escalinata de la cocina, conversamos con Magali y Ronald sobre la situación del tráfico de animales en el país y en el mundo. Aparece ‘Pequeño’, uno de los cuatro coatíes del centro. Tiene el hocico manchado de un color ladrillo. “¡Oye, dónde has estado!”, lo resondra Magali. “Ay, qué gordo que está”, agrega. Por toda respuesta, el coatí nos mira, se rasca la patita y se va con pachocha. Ronald recuerda que en unas semanas habrá que liberar a los coatíes en una concesión forestal en Tahuamanu. Magali suspira. “Hay tanto por hacer. A veces me siento y digo ‘ya no jalo’, pero sigo porque esto es lo que vamos a dejar para el futuro”. De pronto, se escuchan unos garridos. “¡Aaakk! ¡Aaak!”. “Ahí está mi ‘Plumita’”, se entusiasma Magali. Pero esta vez no corre a buscarlo. Sabe que el guacamayo siempre pasa por acá en su ruta a las collpas del río. Y que, como tantos otros animales que han venido y que faltan por venir, este lugar siempre será un buen refugio para recuperarse y volver a la naturaleza, cada vez que quiera.

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