En la comunicación coloquial iniciar una expresión diciendo “hijo de…” concluye generalmente en un insulto, porque hace alusión a padres que tienen reputaciones o profesiones poco decorosas. Sin embargo, ser hijo de una persona con buena reputación puede ser una carga igualmente aplastante como en el caso opuesto. Ser hijo hija de famosos deportistas, artistas, empresarios, políticos, hombres públicos puede ser un asunto muy difícil de sobrellevar, porque estos hijos inevitablemente asumirán que sus éxitos se deben precisamente a sus apellidos y no a sus méritos personales.
Muchos de estos hijos se crían con una autoestima muy baja, especialmente cuando sus padres acostumbran hacer valer su apellido para obtener privilegios. Por su parte los profesores en los nidos y colegios suelen decir “tratamos a todos los niños por igual, independientemente de su apellido”, pero eso no se lo cree nadie. ¿Alguien cree realmente que ser hijo -o nieto- de un presidente (o ex), empresario o político poderoso, intelectual o comunicador de renombre, no pesa nada en la vida del profesor que está a cargo de sus hijos?
Recuerdo una oportunidad en la que siendo director de un colegio me buscó un poderoso personaje e importante donante escolar a decirme algo así como “sé que los profesores pueden sentirse intimidados por mí al tratar a mis hijos. Te pido que me permitas conversar con ellos”. Confiando en su buena voluntad lo reuní con las profesoras tutoras, psicóloga y algunos profesores y les dijo algo así como “quiero que sepan que yo soy vuestro principal aliado en la buena educación de mis hijos. Jamás cuestionaré vuestras acciones y decisiones, por lo que les pido que hagan todo lo posible por sacarse de la mente cualquier prejuicio respecto a mis hijos. Si no estoy satisfecho con el colegio, se lo haré saber al director y eventualmente cambiaré a mis hijos de colegio, pero ustedes deben saber que cuentan con todo mi apoyo en lo que decidan hacer por el bien de mis hijos”. Esto alivió a los profesores y huelga decir que con padres así se hizo más tolerable a los hijos conformar su propia identidad y diferenciarse de la de sus padres, cosa que lamentablemente no ocurre con muchos otros, especialmente si los padres se apoyan en su peso público para procurar privilegios para sus hijos. Esos privilegios sobre protectores lo único que hacen es debilitar a los hijos.
Lamentablemente muchos padres y madres de hoy no logran entender que sobre proteger, encubrir, desconocer las faltas de sus hijos comunicados por el colegio, solamente los debilita, porque no les enseña a enfrentar las consecuencias de sus actos, ser responsables y auto-disciplinados, actuar en función a ciertos límites, reglas y valores, y sobre todo, ser autónomos. Los vuelve dependientes y les enseña a esperar que sus padres u otros les arreglen el mundo para que ellos sigan haciendo lo que les place. Eso está muy lejos de ser una buena educación.
Defender al hijo o hija planteando que son otros los que tienen la culpa -los compañeros indisciplinados o profesores incompetentes-, ponerse agresivos, intimidatorios o amenazantes ante los profesores o tutores, lo único que logra es que éstos no les digan a los padres todo lo que les preocupa de su hijo (a), o que pasen por alto sus faltas (para no tener problemas con los padres). Con ello los únicos que pierden son sus hijos, porque los padres desperdician la oportunidad de recibir del colegio información amplia y orientaciones útiles, impidiéndoles intervenir a tiempo para corregir esas conductas o dificultades, que sin duda no se van a extinguir por sí solas, sino agravar o quedar latentes y explotar en el futuro.
¿Qué ganan con eso los padres? Nada. La sonrisa manipuladora del hijo o hija, que por un lado se siente triunfante en su objetivo, pero por otro lado sabe que está actuando mal y que sus padres se lo están permitiendo. Sumado a eso, un reconocimiento de su debilidad ya que no le es permitido enfrentar solo los avatares de la vida escolar, mucho menos de asumir autónomamente la responsabilidad por sus propios actos.
Personalmente, no encuentro mucho amor paternal o maternal en esa actitud de criar niños débiles, indefensos e irresponsables.