La han bautizado la ruta del Utcubamba. El nombre proviene del quechua: utcu, significa algodón, y bamba, pampa. La pampa del algodón recuerda las labores llevadas a cabo en el pasado en este valle de Amazonas.
Pero ahora podría denominarse la ruta de regreso al origen: como el caso de Lola Arce y su hijo Pedro o el de José La Torre o el de muchos otros que aún permanecen en el anonimato. Origen: no es solo regresar al lugar físico sino –sobre todo– volver a mirar la tierra.
Conservamos por Naturaleza ha decidido mirar ese paisaje y rescatar algunas de esas historias. A esa acción la llamó ruta del Utcubamba. La meta es acercar historias y apuestas verdes para apoyarlas y repetirlas.
La de Lola es una historia iniciada el 2000. Ese año decidió dejar su vida en Lima y volver a su tierra, Milpuj. Después, durante una Navidad, apareció su hijo Perico Heredia. Había ido a quedarse y a empezar el proyecto del Área de Conservación Privada (ACP) Milpuj.
Un dato para resaltar la importancia de sus tierras: en el 2010 el Jardín Botánico de Edimburgo inventarió una nueva especie de cedro, el ‘Cedrela kuelapensis’ en honor a las ruinas de Kuélap; Milpuj es la única ACP en donde crece este árbol.
En todo este tiempo Lola y Perico han visto cómo la producción de tara se ha multiplicado en 300%. También tienen un vivero con especies nativas: 6 mil plantas.
Cuenta Pedro que los viajeros que llegan hasta su casa (donde es posible alojarse) le dicen que cuando sean viejos seguirán su ejemplo. De joven –responde siempre– es cuando tienes que hacer esto, con energía y disfrutar de esta calidad de vida que no la encontrarás en ningún lugar.
En el país hay 51 ACP: 196.480 hectáreas (ha). La primera fue establecida en la comunidad de Chaparrí, en el 2001. La de José La Torre empezó en el 2006. Él maneja la ACP Huiquilla, una tierra de 1.140 ha que adquirió su abuelo en 1908 y que heredó junto a sus hermanos, muy cerca de Kuélap.
Apostar por esta iniciativa, afirma, no es solo por y para ellos, sino para todas las personas en el futuro. Su proyecto incluye la conservación de la biodiversidad, el ecoturismo, y generar un espacio para investigadores.
Esto último está tomando forma gracias a un evento realizado hace seis días: allí se recaudó cerca de mil dólares a fin de implementar el albergue para investigadores y turistas.
Por lo pronto, hay iniciativas como las de Pamela Nina, quien se encuentra estudiando a los murciélagos de estas tierras, especies que contribuirían con la reforestación de los bosques. En la ruta también está la ACP San Antonio a 45 minutos de Chachapoyas.
Establecida el 2008, cuenta con 180 especies de aves, 5 de ellas endémicas como el colibrí cola de espátula; 98 orquídeas y el agua que aseguran que es medicinal. Allá, Aldo Muñoz busca hacer de este lugar un centro de producción sostenible con piscigranja, vivero de plantas ornamentales, zoocriadero de venados.
“Es un medio –sostiene– donde puedes dejar mucho para futuras generaciones”. En la ruta también se encuentra Tilacancha, un ACP en donde los comuneros de Levanto y San Isidro de Mayno, impulsados por José Santos, trabajan para conservar los pajonales.
Finalmente, hallamos Colcamar, declarada ACP el 2011. Pero su caso empezó dos décadas atrás, cuando Sixto Rebata llegó con su esposa buscando un nuevo origen cerca del bosque.
Los muros y vestigios dejados por los antiguos chachapoyas le indicaron el camino hacia el ecoturismo. Una ruta más de la conservación (Gonzalo Galarza Cerf/ El Comercio).