El 5 de junio se celebra el Día Mundial del Medio Ambiente, establecido por la Asamblea General de Naciones Unidas hace ya 40 años, siendo el tema elegido para este año 2012: “Una economía verde: ¿te incluye a tí?
Invertir tan solo el 2% del PIB mundial en diez sectores claves puede impulsar la transición a una economía baja en carbono y con un uso más eficiente de los recursos. Un reciente informe del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) demuestra que la transición a una economía verde es posible invirtiendo el 2% del PIB mundial (actualmente en torno a 1,3 billones de dólares) anualmente, a partir de ahora hasta 2050, para enverdecer sectores fundamentales como la agricultura, la construcción, la energía, la pesca, la silvicultura, la industria, el turismo, el transporte, el agua y la gestión de residuos. Sin embargo, estas inversiones deben ser estimuladas, a través de reformas en las políticas nacionales e internacionales.
Este informe, elaborado por especialistas a nivel mundial e instituciones de países desarrollados y en desarrollo, confirma que, en una economía verde, el crecimiento económico y la sostenibilidad ambiental no son incompatibles. Por el contrario, una economía verde fomenta el empleo y el progreso económico evitando al mismo tiempo riesgos significativos como los efectos del cambio climático, la escasez de agua y la pérdida de servicios de los ecosistemas.
Enverdecer la economía no sólo genera crecimiento, especialmente en términos de capital natural, sino que también implica un crecimiento más elevado del PIB y del PIB per capita. En la simulación realizada para el informe sobre economía verde, bajo un escenario de inversión verde se alcanzan tasas de crecimiento anual más elevadas que el modelo actual en un plazo de 5-10 años.
Dicho crecimiento económico se caracteriza por un evidente desacoplamiento de los impactos ambientales. Según las previsiones, la relación entre huella ecológica mundial y biocapacidad disminuirá del 1,5 actual a menos de 1,2 en 2050 (acercándose mucho al límite de sostenibilidad, situado en 1), en contraposición al incremento más allá de un nivel de 2 bajo el escenario del modelo vigente.
Si bien la demanda mundial de energía ascendería en cierta manera, esta recuperaría los niveles actuales en 2050, lo cual significa un 40% menos del modelo vigente, gracias a avances notables en la eficiencia energética. Según las previsiones, bajo un escenario de inversiones verdes se reducirían de aproximadamente un tercio las emisiones de CO2 relacionadas con el consumo energético para 2050, tomando como referencia los niveles actuales. La concentración de las emisiones en la atmósfera debe mantenerse por debajo de 450 ppm en 2050 para tener alguna posibilidad de limitar el calentamiento global a un máximo de 2°C.
Una economía verde valora e invierte en el capital natural. Una cuarta parte de las inversiones verdes analizadas – el 0,5% del PBI (325 miles de millones de dólares) – se destina a sectores relacionados con el capital natural: silvicultura, agricultura, agua dulce y pesca. El valor añadido en el sector forestal será, en 2050, un 20% superior al obtenido con el modelo actual. Las inversiones en agricultura verde, que oscilarán entre los 100,000 y los 300 mil millones de dólares anuales en el periodo 2010-2050, permitirían mejorar la calidad del suelo e incrementar los rendimientos de los principales cultivos en todo el mundo, con lo que se obtendría un aumento del 10% respecto a lo que pueden ofrecer las estrategias de inversión actuales. La mayor eficiencia de los sectores agrícola, industrial y municipal implicaría una reducción de aproximadamente una quinta parte de la demanda de agua para 2050, en comparación con la tendencia actual. De ese modo se reduciría la presión sobre el agua subterránea y las aguas superficiales tanto a corto como a largo plazo.
Una economía verde contribuye a aliviar –la pobreza. El alivio a la pobreza está inevitablemente ligado a una gestión racional de los recursos naturales y los ecosistemas, ya que los flujos de beneficios del capital natural llegan directamente a los más desfavorecidos. Este enfoque se hace especialmente necesario en los países de renta baja, en los que los bienes y servicios de los ecosistemas constituyen un componente significativo en el sustento de las comunidades rurales pobres, a las que protegen de los desastres naturales y de las crisis económicas.
En la transición a una economía verde se crearán nuevos puestos de trabajo que, a la larga, superarán la pérdida de empleo asociada a la «economía marrón». La creación de empleo es especialmente evidente en los sectores de la agricultura, construcción, energía, silvicultura y transporte. No obstante, en aquellos sectores cuyo capital se encuentre gravemente agotado, como el de la pesca, el enverdecimiento acarreará una pérdida de puestos de trabajo e ingresos en el corto y mediano plazo, con el fin de recuperar las reservas naturales y evitar que se pierdan para siempre ingresos y puestos de trabajo. Es posible que también haya que invertir en el desarrollo de nuevas capacidades y la re-educación de la fuerza de trabajo.
Es indispensable dar prioridad a la inversión y a los gastos estatales en áreas que impulsen el enverdecimiento de los sectores económicos. Reformar los subsidios costosos y perjudiciales en todos los sectores permitirá disponer de un margen fiscal y de recursos para la transición a una economía verde. Con la sola eliminación de los subsidios a los sectores de energía, agua, pesca y agricultura se ahorraría cada año el 1-2% del PIB mundial. Los susidios al sector pesquero, por ejemplo, que se estima alcanzan los 27mil millones de dólares anuales, resultan a largo plazo más perjudiciales que beneficiosos para las economías nacionales y el bienestar social. Los subsidios a los precios y a la producción de combustibles fósiles alcanzaron, en conjunto, más de 650 mil millones de dólares en 2008; semejante estímulo desalienta la transición a las energías renovables.
El uso de instrumentos como las medidas fiscales, los incentivos y las cuotas de emisión para promover la inversión y la innovación verdes es muy importante, pero también lo es invertir en el desarrollo de capacidades, formación y educación, así como en fortalecer la gobernanza internacional y los mecanismos de apoyo a la transición a nivel mundial. La Conferencia de las Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible de 2012, también llamada Río+20, será una buena oportunidad para establecer un nuevo rumbo hacia un mundo más sostenible, seguro y justo.
La transición a una economía verde requiere una escala de financiamiento considerable, pero inferior de un orden de magnitud a la inversión anual mundial. En este sentido, merece la pena señalar que el 2% del PIB mundial que se menciona en la modelización de este informe corresponde a una pequeña parte de la formación bruta de capital (alrededor del 22% del PIB mundial en 2009). Esa suma puede movilizarse poniendo en marcha políticas públicas racionales y mecanismos de financiación innovadores. El rápido crecimiento de los mercados de capital, el creciente interés del mercado por las iniciativas verdes y la evolución de instrumentos alternativos como la financiación y la microfinanciación del carbono, están creando las condiciones propicias para el financiamiento a gran escala de una transformación económica mundial. Sin embargo, las cifras siguen siendo pequeñas respecto al volumen total necesario, por lo que es necesario aumentarlas lo antes posible.
El cambio hacia una economía verde está sucediendo a una escala y a una velocidad sin precedentes. Para 2010, se esperaba que las nuevas inversiones en energías limpias alcanzasen la cifra récord de 180.000-200.000 millones de dólares, superando los 162.000 millones de 2009 y los 173.000 millones de 2008. El crecimiento está siendo impulsado cada vez más por los países fuera de la OCDE, cuya participación en la inversión mundial en energías renovables pasó del 29% en 2007 al 40% en 2008. Brasil, China y la India son responsables de la mayor parte.
Se prevé que la inversión verde generará tanto crecimiento y empleo, si no más, que los generados por el modelo actual, y las proyecciones económicas son mejores a mediano y largo plazo, ofreciendo al mismo tiempo mayores beneficios ambientales y sociales. Sin embargo, la transición a una economía verde no está libre de riesgos ni de dificultades – desde el enverdecimiento de sectores «marrones» tradicionales hasta la satisfacción de la rápidamente cambiante demanda de mercado en un mundo que debe limitar sus emisiones de carbono. Así pues, es necesario que los líderes mundiales, la sociedad civil y las principales empresas trabajen conjuntamente para replantearse y redefinir las formas tradicionales de medir la riqueza, la prosperidad y el bienestar. Lo que está claro es que el mayor riesgo de todos sería continuar con el statu quo.
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