Revista PODER. El plan de gobierno original de Ollanta Humala se proponía una lucha frontal contra el narcotráfico bajo un “control social” de los cultivos de coca. La erradicación compulsiva era rechazada taxativamente. Cuando el candidato se corrió hacia el centro para ganar las elecciones, la famosa Hoja de Ruta omitió toda referencia a los procedimientos de la política antidrogas. En los mítines, sin embargo, siguió ofreciendo a los cocaleros que no habría erradicación. Por eso, cuando el 16 de agosto pasado Humala ordenó al ministro del Interior paralizar la destrucción de cultivos que se desarrollaba desde el mes de julio en Huánuco, no estaba haciendo otra cosa que cumplir lo que ofreció.
Para entonces, el gobierno había nombrado en Devida, el organismo que dirige las políticas contra las drogas, a un enemigo declarado de la erradicación, Ricardo Soberón. Pero de inmediato se hizo evidente que no erradicar era insostenible políticamente. Dentro del mismo gobierno iban a producirse profundas controversias. Entonces el ministro del Interior, Óscar Valdés, explicó que la suspensión ordenada solo fue una pausa. El gobierno quería una semana para evaluar el terreno.
El agravamiento del tráfico de drogas en el Perú preocupa al gobierno más allá de su tendencia a conciliar con los cocaleros y a pagarles el apoyo político que brindaron al candidato Humala. En el plan de gobierno, la situación descrita es alarmante y calificada como riesgo para la seguridad nacional.
Ya en el poder, Humala, Lerner y el ministro del Interior han reiterado que desean pelearse en serio con el narcotráfico. Hasta ahora, la falta de un combate real a las mafias empeoró todo: hay el doble de sembríos de coca que en 1999 —61.000 hectáreas en el 2010—, ha crecido en 150% el rendimiento por hectárea, se produce más cocaína por kilo de la hoja y la demanda crece cada vez más.
Los intermediarios de los carteles internacionales, asentados en las ciudades de la costa peruana, esperan cómodamente la droga que viene del interior. Con los cultivos peruanos se producen unas 320 toneladas de cocaína al año, de las cuales solo 20 son decomisadas. Esto coloca al país como uno de los principales abastecedores mundiales.
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