Las arengas morales no han podido detener el –al parecer imparable– consumo de cocaína, el derivado más apreciado de la hoja de coca. Los consumidores dicen que eleva, da vigor y produce la irresistible sensación de omnipotencia. Refería un investigador francés, cuyo nombre no recuerdo, en su libro “Coke et cocaine” que, en la década de los ochenta, los ahora ‘yuppies’ de Wall Street hacían ‘una chanchita’ en su oficina para comprar cocaína, la colocaban en el centro de la mesa de directorio en una amplia y elegante bandeja y a aspirar se ha dicho.
También relataba cómo las órdenes de compras de algunas empresas se multiplicaban por efectos del estupefaciente en quienes las realizaban. Las cosas no han cambiado; por el contrario, el consumo de cocaína se ha incrementado. Consecuentemente, los cultivos de la hoja de coca en nuestro país también. Esa es la principal razón, la misma que se aplica para el incremento de nuestras exportaciones de paltas o chifles.
Quien siembra hoja de coca no es un narcotraficante, la mayoría es gente pobre que se acomoda a la demanda del mercado. Al hacerlo, lamentablemente, se asocia al narcotráfico, pues el 91% de lo producido va para esos peligrosos pagos. El presidente de Devida, Ricardo Soberón, es, qué duda cabe, una persona honesta, pero poco realista. Su posición, su sentir, su convicción son contrarios a la erradicación forzosa de la hoja. Probablemente ve la penuria de los cocaleros, lo que le impide aceptar que sin erradicación forzosa el narcotráfico se beneficia y se complace. La política antidrogas se basa en sustitución, interdicción y erradicación. Arrancar plantas de coca a la fuerza y destruir pozas de maceración no basta. Tampoco nadie lo plantea. Lo deseable es que junto con la erradicación se produzca la sustitución del cultivo y que ese producto tenga buen precio y mercado para que sea sostenible. Pero si esto no ocurre, porque el Estado es lerdo y descuidado, la erradicación forzosa no puede detenerse, esas hojas irán a producir más droga, dificultando más la lucha contra el crimen organizado. Tan claro como que dos y dos son cuatro.
Cada elección trae sus compromisos y sus bemoles. En “La gran transformación”, el candidato Ollanta Humala se comprometió a realizar alianzas con “cocaleros, poceros y cargachos”. Humala también se comprometió, ante los cocaleros del Alto Huallaga, a no realizar una erradicación forzosa. Hoy constatamos que fue el ‘gran error’. Cumplir esa promesa sería catastrófico para el país y un gran regalo al narcotráfico. El futuro es incierto. No hay un plan para enfrentar esta lacra, ni una propuesta para controlar los insumos químicos, menos una para combatir el lavado de activos. No olvidar que en la campaña se habló de una ‘narcobancada’.